—Uno de los censores del campo tuvo la bondad de explicármelo —replicó Nerzhin sin palabras inútiles, como si tuviera la respuesta aprendida de memoria—: durante una inspección pre-feriado me sacaron el "Diccionario" de Dahl, so pretexto de que había sido publicado en 1935 y, por lo tanto, estaba sujeto a las más cuidadosas verificaciones.
Pero cuando le mostré al censor que mi ejemplar era facsímil de la edición de 1881, me devolvió el libro de buena gana y me explico que no había objeciones para las ediciones pre-revolucionarias "los enemigos del pueblo no estaban en actividad en esa época". Desgraciadamente para usted, este Esenin fue publicado en 1940.
Shikin mantuvo un digno silencio que rompió para insistir:
—Muy bien. — ¿Pero usted ha leído el libro? ¿Lo conoce?
Puede afirmar eso por escrito?
—Bajo la Sección 95 del Código Penal de la U.R.S.S., usted no tiene motivos jurídicos para requerir mi firma en el presente caso.
Lo confirmo oralmente: tengo el desdichado hábito de
—¡Peor para usted! — Shikin abrió las manos en un ademán de advertencia. Tenía la intención de hacer una pausa significativa, pero Nerzhin no le dio tiempo. Y para resumir, repito mi pedido: según el artículo siete de la Sección B de reglamentos carcelarios, sírvase devolverme el libro que me fue quitado ilegalmente.
Retorciéndose bajo el aluvión de palabras, Shikin se puso de pie.
Sentado, su gran cabeza hacía esperar un hombre grande, pero al levantarse, parecía encogerse pues tenía brazos y piernas muy cortos. Amenazante se acercó al armario, lo abrió y sacó el hermoso librito de Esenin, con hojas amarillas de alerce en la sobrecubierta.
había marcado varios lugares. Cómodamente sentado en su sillón y de brazos como antes, y sin invitar a Nerzhin a tomar asiento, empezó a leer despacio esas partes. Nerzhin se sentó con calma, manos sobre las rodillas y lo miró con fijeza, sin parpadear.
—Bueno, aquí tiene, escuche esto —dijo el mayor con un suspiro, y empezó a leer sin entonación, amasando el ritmo poético como si fuera pasta:
—¿De qué dueño habla, y de qué palmas?
El zek miró las palmas blancas y gordas del oficial de seguridad.
—En cierto modo Esenin era un hombre limitado y había muchas cosas que no comprendía del todo —dijo Nerzhin con voz conciliadora, apretando los labios— Como Pushkin y como Gogol...
—Había algo distinto en la voz de Nerzhin que provocó una mirada aprensiva de Shikin. En presencia de zeks que no le temían, Shikin sentía a su vez un secreto temor: el miedo habitual de la gente bien vestida y con dinero cuando se ven frente a gente mal vestida y sin dinero. En este momento su autoridad no le servía de defensa. Por si acaso, se levantó y entreabrió la puerta.
—¿Y qué dice de esto? — preguntó, volviendo al sillón y leyendo.
—Eso es ¿qué está insinuando ahí?
Un leve espasmo recorrió la tensa garganta del prisionero.
—Muy sencillo —replicó—. No debemos tratar de reconciliar la rosa blanca de la verdad con el sapo negro de la maldad.
Como un sapo negro, el policía de cortos brazos, gran cabeza y oscuro rostro lo miraba, sentado.
—Pero yo, Ciudadano Mayor —las palabras de Nerzhin surgían rápidas— no tengo tiempo para hablar con usted de interpretaciones literarias. El guardia me espera. Hace seis semanas me dijo que averiguaría con la censura. ¿Lo hizo?
Los hombros de Shikin temblaron y cerro de golpe el libro amarillo
—¡No tengo que darle cuentas! No voy a devolverle el libro. En todo caso, no le permitirían llevárselo.
Nerzhin, colérico, se puso de pie sin quitar los ojos de Esenin, Recordaba cómo las manos bondadosas de su mujer lo habían sostenido una vez y cómo había escrito en él.
¡Ya verás cómo lo que has perdido vuelve a ti!
Las palabras saltaron de sus labios sin el menor esfuerzo:"
—¡Ciudadano Mayor! Espero que no habrá olvidado que durante dos años yo exigí del Ministerio de Seguridad del Estado las monedas polacas que me habían quitado; veinte veces cortaron la suma por la mitad hasta reducirla a centavos, que me devolvió el Soviet Supremo.
Espero que no haya olvidado mi pedido de que los cinco granos de la poca harina limpia que la ley nos permita, figuran de veras en mi ración. ¡Se rieron de mí, pero lo conseguí! Y hay otros casos. Le advierto: no abandonaré ese libro en sus manos. Estará moribundo en la Kolima, pero se lo arrancaré. Llenaré todos los buzones del Central y del Consejo de Ministros con quejas contra usted. Devuélvelo y ahórrese todos esos inconvenientes.