Читаем En el primer cí­rculo полностью

—¿Qué quiere decir con eso de que se nos cayó? Lo teníamos por los pies, con cuidado, como a un niñito.

—Y tú, personalmente, ¿de dónde lo supiste?

—¿De dónde? De aquí.

—¿De dónde?

—De mi lado.

—¿Sí, pero de dónde lo tomaste, de debajo del mandril posterior o

de abajo del eje?.

—Ciudadano Mayor, no entiendo de mandriles, ni de ejes

¡Le mostraré cómo lo hice! — Puso la gorra en la silla próxima, se levantó y dio vuelta como si estuviera tratando de hacer pasar un torno a través de la puerta a la oficina. Yo venía hacia acá, en esta forma. Hacia atrás. Y dos de ellos se atascaron en la puerta... ¿comprende?

—¿Cuáles dos?

—¿Cómo puedo saberlo? No bauticé chicos con ellos. Yo estaba resoplando. "¡Deténganse!", grité. "Déjenme ver de dónde puedo agarrarlo". ¡Allí estaba él coso!

—¿Qué coso?

—¿Cómo, no lo entiende? — preguntó Spiridon por encima de su hombro, poniéndose colérico—. Eso que estábamos cargando.

—¿El torno?

—Por supuesto, ¡el torno! Y pronto lo sostenía de otra parte. (Así lo demostraba esforzándose, y agachándose). Entonces, uno de ellos, se adelantó por un costado, otro empujó y un tercero... ¿por qué se nos iba a caer? ¡Qué demonios! — Se enderezó—. En el campo hemos trasportado cargas más pesadas que esa. Seis mujeres podrían bien llevar tu torno...seis kilómetros... ¿Dónde está ese tornó? ¡Vamos a levantarlo ahora mismo y acabemos con eso!

—¿Quiere decir que no le dejaron caer? — preguntó el Mayor amenazador.

—Eso es lo que estoy diciéndole, ¿no?

—¿Entonces, quién lo rompió?

—¿Pero... alguien lo dejó caer? — preguntó Spiridon sorprendido— Comprendo. — Dejó de hacer la demostración de cómo había acarreado el torno y volvió a sentarse en la silla, todo lleno de atención.

—¿Estaba completamente bien cuando lo levantaron?

—Eso es lo que no vi. No podría decirle, tal vez estuviera roto.

—Bien, cuando lo pusieron en el suelo, ¿en qué condiciones estaba?

—¡Oh, entonces estaba muy bien!

—¿Pero tenía una rajadura en la base?

—No había rajadura —respondió Spiridon con convicción.

—¿Cómo podías haberla visto, diablo ciego? ¿Eres ciego?

—Ciudadano Mayor, soy ciego cuando se trata de papeles, es verdad... pero en cuanto a las cosas del lugar, vea todo. Usted, por ejemplo, usted y los otros ciudadanos oficiales, arrojan las colillas cuando caminan por el patio, y yo las levanto, hasta de la nieve blanca. Pregúnteselo al jefe.

—¿Y ahora qué es lo que estás queriendo decir, que pusieron el torno en el piso y tuvieron cuidado de inspeccionarlo?

—¿Por supuesto, qué es lo que cree usted? Después de terminar el trabajo fumamos, no podíamos dejar de hacer eso. Entonces palmeamos el torno.

¿Lo palmearon?¿Con qué?

—Bien; con las manos, así, en un costado, como a un caballo caliente.

Un mecánico dijo: —¡Qué buen torno! Mi abuelo era tornero... solía trabajar en uno como éste.

Shikin suspiró y tomó una hoja de papel limpia.

—Lamentó que no quieras confesar, Yegorov. Escribiremos un informe. Está claro que fuiste tú quién rompió el torno. Si no hubieras sido tú, habrías dicho el nombre del que lo hizo...

Dijo esto con convicción, pero interiormente ya no sentía ninguna. Era el dueño de la situación; había conducido el interrogatorio, el portero había respondido con buena voluntad y había aportado mayores detalles. Sin embargo, todo lo que se había hecho con tanto cuidado no servía para nada: el largo silencio, la fotografía, el juego de la voz y la rápida conversación sobre el torno, todo había sido una pérdida de tiempo. Desde que este prisionero pelirrojo, cuyo rostro aún conservaba una obsequiosa sonrisa, cuyos hombros estaban inclinados hacia adelante, no había cedido, no quedaban probabilidades de que cediera ahora.

Cuando Spiridon mencionó a un General Yegorov, ya imaginaba que no lo había llamado a causa de ninguna jugarreta alemana, que la fotografía era sólo una pantalla, que el "policía" estaba tratando de engatusarlo y que el torno era la verdadera razón por la cual estaba allí. Hubiera sido sorprendente que no lo hubiera interrogado sobre ello, desde que los otros diez zeks habían sido vapuleados como perales durante toda la semana. Con el hábito de toda su vida de engañar a las autoridades, entró con facilidad en el desagradable juego. Pero ésta esgrima sin objeto lo irritaba. Estaba disgustado porque otra vez había dejado de recibir su carta. También, aun cuando estaba sentado, en la oficina de Shikin, templada y seca, su trabajo en el patio estaba paralizado y se acumulaba para el día siguiente.

Pasó algún tiempo y la campana dando fin al intervalo del almuerzo hacía rato que había sonado. Shikin escribió sus preguntas, distorsionó las respuestas de Spiridon lo mejor que pudo y le ordenó a éste que firmara, como estipulaba la Cláusula 95, por haber dado un falso testimonio.

En ese preciso momento llamaron a la puerta.

Shikin se liberó de Yegorov, cuya estupidez lo había encolerizado y admitió al solapado y formal Siromakha, que siempre alcanzaba las cosas más importantes de la manera más expeditiva.

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