Siromakha entró con pasos suaves y rápidos. La sorprendente novedad que traía, agregada a su preeminencia entre los informantes de la
Con claridad, pero en voz tan baja que no era posible que se le oyera a través de la puerta, informó:
—Doronin anda mostrando una orden de pago de 147 rublos.
Lyubimichev, Kagan y otros cinco han sido atrapados. Se reunieron y los agarraron en el patio. ¿Doronin es suyo?
Shikin se tomó el cuello y tiró de él como para aflojarlo. Sus ojos parecían querer salírsele de las órbitas. Su grueso cuello se congestionó. Saltó al teléfono. Su rostro, que siempre trasuntaba superioridad y petulancia, parecía enloquecido.
Con paso ágil Siromakha cruzó la habitación llegando antes de que Shikin pudiera tomar el teléfono.
—¡Camarada Mayor! — le recordó. (Como prisionero no se atrevía a decirle "camarada", pero tenía que decirlo como amigo).— ¡No lo haga directamente! ¡No le dé tiempo a prepararse!
Era una norma elemental de la prisión, pero hubo que recordársela a Shikin.
Retrocediendo con tanta habilidad como si pudiera ver los muebles que había detrás de él, Siromakha llegó hasta la puerta. No le quitaba los ojos al Mayor.
Shikin bebió agua.
—¿Puedo retirarme, Camarada Mayor? — preguntó Siromakha rutinario—. Cuando descubra algo más, volveré... esta tarde o mañana por la mañana.
La razón volvía con lentitud á los ojos de Shikin; ahora parecían casi normales otra vez.
—¡Nueve gramos de plomo para él, la víbora! — Sus palabras surgían con un silbido—. ¡Me ocuparé de eso!
Siromakha se marchó en silencio como si estuviera abandonando el cuarto de un enfermo. Había hecho lo que se esperaba de él, de acuerdo a sus propias convicciones y no tenía prisa por pedir una recompensa.
No estaba del todo convencido de que Shikin fuera a continuar siendo un Mayor en MGB por mucho más tiempo.
Este era un caso extraordinario, no sólo en la
—El llamado al jefe del Laboratorio de Vacío no fue hecho por Shikin personalmente, sino por el oficial de guardia cuya mesa estaba en el corredor. Se le ordenó a Doronin que se presentara en seguida a la oficina del Coronel de Ingenieros Yakonov.
Aun cuando eran las 4 de la tarde, la luz superior en el Laboratorio de Vacío, siempre oscuro, estaba encendida desde hacia algún tiempo. El Jefe del Laboratorio estaba ausente y Clara tomó el teléfono. Había entrado al laboratorio recién y un poco más tarde que de costumbre para cumplir su turno... se detuvo para hablar con Támara y todavía no se había quitado el gorro ni el tapado de piel... Ruska no había apartado sus ardientes ojos de ella ni por un instante, pero ella no lo miró. Levantó el auricular, sin sacarse los guantes escarlata y respondió con los ojos bajos. Ruska se quedó de pie al lado de su aparato de bombeo a tres pasos de distancia de ella, mirándola insistentemente a la cara. Pensaba que esa noche, cuando el resto estuviera comiendo, tomaría esa querida cabeza entre sus manos. La proximidad de Clara lo hacia olvidar dónde estaba.
Ella levantó los ojos, sintiendo que él estaba, allí, y dijo:
—¡Róstilav Vadimovich! Un llamado urgente de Antón Nikolayevich.
La gente los podía ver y oír; era imposible que ella le hablara de otra manera... pero sus ojos ya no eran los mismos. ¡Fueron cambiados! ¡Estaban apagados, sin vida!
Obedeciendo mecánicamente, sin tratar siquiera de imaginar qué podría significar el sorprendente llamado del Ingeniero Coronel, Ruska salió. No podía pensar en nada más que en la expresión de Clara. Al llegar a la puerta se volvió para mirarla, y vio que ella lo observaba marcharse. Inmediatamente la muchacha desvió los ojos.
Ojos desleales. Ella los había apartado como si estuviera asustada.
¿Qué podía haber sucedido?
Pensando sólo en ella, subió las escaleras hasta el oficial de guardia, sin su cautela ordinaria, olvidando por completo prepararse para, preguntas imprevistas, para un ataque, como debe hacer un prisionero hábil. El oficial de guardia, bloqueando la puerta de Yakonov, le indicó hacia la parte de atrás del oscuro retrete, la oficina del Mayor Shikin.