Lansky, que estaba sentado cerca de Clara en la espera de una importante contestación por parte de esta última, se preparó, sin mucho entusiasmó, a sostener un debate con Dinera, con quien era imposible no discrepar. Siempre que se encontraban en reuniones literarias, en editoriales, en el restaurante del Club Central de Escritores, surgían discusiones entre ellos. Como ella no estaba ligada a ninguna tendencia partidaria ni en el plano político ni en el literario, atacaba siempre con agudeza, pero sin rebasar nunca los límites. Dramaturgos, libretistas, directores, ninguno se libraba de caer bajo su picota, ni siquiera su propio marido, Nikolai Galakhov. Lo atrevido de sus juicios le sentaba a la perfección, como lo atrevido de su vestimenta y de su vida, que era bien conocida por todos; sus juicios eran un soplo de aire nuevo en la insípida atmósfera de la crítica literaria, hecha no por hombres cabales, sino por las posiciones oficiales que ocupaban. Ella cargaba sobre la crítica en general y sobre los ensayos de Alexei Lansky en particular. Mesurado y sonriente, Lansky nunca se cansaba de explicarle a Dinera sus errores anárquicos, sus desvaríos de pequeña burguesa.
Sin embargo, estaba dispuesta a llevar adelante este diálogo, un poco en broma y un poco en serio, donde la intimidad y el enojo se alternaban sin discriminación, porque su suerte en el mundo de las letras dependía en mucho de Galakhov.
"El Inolvidable 1919", era una pieza de Vichnevsky que se suponía la historia de Petrogrado y los marineros del Báltico durante la revolución, pero, de hecho, sólo hablaba de Stalin: cómo Stalin había salvado a Petrogrado, salvando así a la Revolución y a toda Rusia: La obra, escrita para el septuagésimo cumpleaños del Padre y Maestro, mostraba cómo, gracias a la conducción de Stalin, de alguna manera Lenin había podido hacer frente a la situación.
—Ya ve, — dijo Dinera con un gesto lánguido de la mano, mientras: sentaba en frente de Lansky, a través de la mesa—, debe haber imaginación, una viva imaginación en una pieza de teatro; pillería, hasta insolencia. ¿Se acuerda de "Una Tragedia Optimista", de Vichnevsky? Allí había un dúo en el cual dos marineros intercambiaban agudezas: ¿No hay demasiada sangre en esta tragedia?. — No más que en las de Shakespeare. ¡Eso era originalidad! Pero ahora uno va a ver su nueva obra, ¿y qué? Es realista, sí; tiene rigor histórico; es una visión impresionante del Líder, pero, nada más.
—¿Qué?, — interrumpió un joven que le había ofrecido a Dinera la silla que estaba a su lado. En su ojal lucía, con algo de estudiada indiferencia, levemente ladeada, la cinta de la Orden de Lenín—. ¿No le basta con eso? Yo no recuerdo que se nos haya proporcionado un retrato más emocionante de Iosif Vissarionovich.
—¡Estaba lleno de gente llorando!
—¡Yo misma tenía lágrimas en los ojos!, — dijo Dinera, despidiéndolo—. ¡No estamos hablando de eso! — Dirigiéndose exclusivamente a Lansky, continuó—. Pero si casi nadie en la pieza tiene ni siquiera un nombre. Como personajes tenemos tres miembros del Partido sin personalidad ninguna, siete comandantes, cuatro comisarios, como una lista oficial. Y otra vez esos marineros, tan vistos, hermanitos que emigran de las obras de Belotserkovsky a las de Lavrenev, de las de Lavrenev a las de Vichnevsky, de las de Vichnevsky a las de Sobolev. — Dinera sacudía la cabeza mientras nombraba a los comediógrafos; luego entornó los ojos y prosiguió—: Uno sabe por anticipado quiénes son los buenos, quiénes son los malos y cómo va a terminar todo.
—¿Y por qué no le gusta eso?, — preguntó Lansky, haciéndose el sorprendido—. ¿Por qué pretende un entretenimiento superficial y liviano? ¿Y la vida real? ¿Acaso en la vida real nuestros padres dudaron un momento de cómo iba a terminar la Guerra Civil? ¿Dudamos en algún momento del resultado de la Guerra de la Patria, aun cuando los enemigos se hallaban a las puertas de Moscú?
—¿Acaso duda el dramaturgo de la acogida que va a tener sus obras? Dígame, Alosha, ¿por qué nuestros estrenos nunca fracasan?
¿Por qué este miedo —el fracaso del estreno— para nuestros autores?
Te juro; un día no me voy a contener, me voy a poner dos dedos en la boca y voy a dar un silbido.
Y encogió los labios con mucha sofisticación, de lo que resultaba evidente que no sabía silbar.
El joven que se hallaba a su lado, dándose aires de importancia, le sirvió un vaso de vino, pero ella ni lo miró.
—Yo le explicaré, — contestó, imperturbable Lansky—. Las obras nunca fracasan aquí (y no pueden fracasar), porque los autores y el público comparten sus puntos de vista, tanto a nivel artístico, como en su concepción general del mundo.
—¡Oh, Alosha, Alexei!,-Dinera hizo una mueca de reproche—. Deje eso para un artículo. Ya conozco esa tesis: a la gente no le interesan opiniones personales, sino que quiere la verdad, y como la verdad es una sola.