Si lo arrestaban, bastante la iban a ajetrear y a atemorizar por causa suya.
A mano derecha, a lo largo de la verja de los Jardines Nescuchny, la sucesión de negros troncos y ramas de árboles cubiertos de nieve, pasaba veloz.
La espesa nevada daba la sensación de paz y olvido.
LA CENA DE INVITADOS
El departamento del fiscal, que despertaba la envidia de todo el monoblock N" 2, pero que la familia Makarygin misma encontraba algo estrecho, había sido formado con dos departamentos contiguos, cuyas paredes divisorias se habían echado abajo. Así que contaba con dos puertas principales, una de las cuales se hallaba clausurada, dos baños, dos "toilettes", dos pasillos, dos cocinas y cinco cuartos más, en el más espacioso de los cuales se estaba sirviendo la cena.
En total, se encontraban veinticinco personas, entre invitados y anfitriones, y las dos sirvientas oriundas de Baskir, apenas daban abasto para servir a todos. Una de ellas era la sirvienta de la casa; La otra había sido prestada por unos vecinos para la velada. Ambas eran bastante jóvenes; ambas provenían del mismo pueblo y ambas habían finalizado juntas su ciclo secundario en Chekmagush. Tenían las caras tensas y coloradas por causa del calor de la cocina y su expresión denotaba seriedad y esfuerzo. La esposa del fiscal, una mujer alta y maciza, vigorosa en su edad madura, las observaba con una expresión aprobatoria.
La primera difunta mujer del fiscal, que pasó con su marido la Guerra Civil, que tan bien manejaba la ametralladora automática, que usaba chaquetas de cuero y vivía cumpliendo al pie de la letra las instrucciones de su célula comunista, no sólo nunca habría sido capaz de llevar la casa de Makarygin hasta su abundancia del día de hoy, sino que sería difícil imaginarse cómo hubiera sido su vida ulterior, de no haberse muerto al nacer Clara.
Pero Alevtina Nikanorovna, la actual esposa de Makarygin, sabía muy bien que una buena familia no puede prosperar sin una buena cocina; que alfombras y manteles son un importante signo de prosperidad, y que la cristalería es lo ideal para un banquete. Había estado coleccionando cristalería durante años, y no la cristalería corriente, tosca y desequilibrada, que ha pasado por muchas manos en su proceso de fabricación en serie, sin muestra alguna del corazón de un artesano. Coleccionaba cristalería antigua, de la confiscada en los años veinte y treinta por orden judicial, y vendida en los centros de comercialización, donde sólo los miembros del poder judicial tenían acceso; cada pieza era una muestra del estilo personal de su fabricante. Había aumentado considerablemente su haber durante los dos años de postguerra, cuando el fiscal se había desempeñado en Riga; en las casas de remate y en el mercado público compró muebles, porcelanas y hasta cucharas de plata sueltas.
Ahora, sobre las dos grandes mesas, la luz brillante arrancaba reflejos multicolores de las facetas y los bordes del cristal trabajado. Había tonalidades de rubí (de un rojo oscuro), de cobre (un rojo achocolatado) de silenio (rojo con un sopló amarillento). Los había de verde oscuro, de verde cadmio, con una reminiscencia de dorado y azul cobalto; también había blanco lechoso, cristal iridiscente con tonos de óxido, cristal opaco, que parecía marfil. Había botellones de dos cuellos, con tapas redondas de cristal labrado, recipientes de cristal común adornados con la triple tiara, rebosantes de frutas, nueces y dulces; humildes vasitos, vasos y copas de vidrio color plomo. Todo con una gran variedad; ni un color, ni un monograma se repetía seis ni doce veces.
En medio de todo este fasto, en la mesa de los mayores, se encontraba el objeto responsable de todos los festejos: la flamante Orden de Lenín del fiscal, sobrepasando en brillo a sus otras condecoraciones, que se veían viejas y deslustradas.
La mesa de los jóvenes estaba puesta a lo largo de la habitación. Las dos mesas estaban unidas, pero formando ángulos rectos, de manera que algunos convidados no podían ver a otros y nadie podía oír mucho de lo que se estaba diciendo; la conversación era llevada adelante por pequeños grupos independientes. La charla se elevaba en un murmullo alegre y vivaz, entre las risas de los jóvenes y el entrechocar de las copas.