Encontró, además, paquetes de cartas, atados con moños de distintos colores, de amigos y amigas, incluso de conocidos; actores y actrices, artistas y poetas, cuyos nombres nadie recordaba ya, o lo hacían despectivamente. Su diario, con anotaciones cotidianas en ruso y francés, sé componía de varias libretas encuadernadas en tafilete de color azul marino: páginas y páginas cubiertas con su extraña escritura, que más bien parecían las huellas retorcidas de un pájaro herido que hubiera andado sobre el papel. Un gran número de páginas estaban dedicadas a reuniones literarias y obras de teatro. El corazón del hijo se estremeció con la descripción de cómo una noche blanca de junio, ella, acompañada de otros jóvenes, todos llorando de alegría, habían ido a esperar a la troupe del Teatro de Arte de Moscú a la estación de Petersburgo. Un amor desinteresado al arte resplandecía con gozo a través de esas páginas y su frescura llegó a Innokenty. No podía representarse una troupe parecida hoy en día, y no podía imaginar que nadie fuera a pasar la noche en vela para ir a recibirla, a no ser que lo hubiera enviado la Sección Cultural, con ramos pagados por contaduría. Y, por cierto, a nadie se le ocurriría ponerse a llorar.
Siguió avanzando en la lectura del diario, hasta que encontró unas páginas intituladas: "Máximas".
"La misericordia es el primer movimiento de un alma buena".
Innokenty frunció el ceño. ¿Misericordia? Una emoción vergonzosa y, sobre todo, humillante, tanto como para quien la da como para quien la recibe, al menos eso era lo que había aprendido en el colegio.
"Nunca te consideres más en lo cierto que los demás. Respeta las opiniones del prójimo, aunque contradigan las tuyas".
Había que reconocer que eso estaba algo pasado de moda. Si mi punto de vista es correcto, ¿cómo voy a respetar a quien no está de acuerdo conmigo?
Pero el hijo sentía como si no estuviera leyendo, sino escuchando la voz cascada de su madre.
¿Qué es lo más alto que hay en el mundo? No participar en injusticias, son más fuertes que tú. Han existido y existirán. Pero que no sobrevengan por
Sin embargo, su madre había sido un ser más bien débil. Era imposible imaginarse a mamá luchando, debatiéndose; imposible conciliar la idea de mamá y la idea del combate.
Si Innokenty hubiera abierto el diario seis años antes, ni siquiera se hubiera percatado de estos pasajes. Ahora los leía despacio y estaba estupefacto. Nada había de raro en ellos; simplemente eran conceptos equivocados, pero sorprendentes. Hasta las palabras que su madre y sus amigas empleaban estaban fuera de uso. Escribían, con perimida seriedad y con mayúsculas: "Verdad, Belleza, Bien, Mal: imperativos éticos". En el lenguaje que Innokenty y sus amigos usaban, las palabras eran más concretas y, por lo tanto, más comprensibles: inteligencia moral, humanidad, lealtad, orientación definida.
Pero aunque no había dudas de que Innokenty era moralmente inteligente, humano, leal y definido —era la orientación definida lo que los de su generación más apreciaban en sí mismos y lo que trataban de poseer en mayor grado—. Sin embargo, ahí sentado en un banquillo frente a esos armarios, sintió que había encontrado algo que le faltaba.
Había también allí unos álbumes, con la clara precisión de las fotos antiguas y varios paquetes de programas teatrales de Moscú y Petersburgo. Y el diario teatral "The Spectator". Y el "Noticioso Cinematográfico". ¿Existía cine en esa época? ¿Pertenecían todos al mismo período? Pilas y pilas de distintas revistas, cuyos nombres nada significaban para él:
Durante varios días permanecía horas sentado en el taburete frente a los armarios abiertos, absorbiéndolo todo, envenenándose con la atmósfera del mundo de su madre, al cual hacía ya mucho tiempo había entrado su padre con un impermeable negro y granadas colgándole del cinturón, con una orden de allanamiento en la mano.