Читаем En el primer cí­rculo полностью

El especialista de edad media era conocido por los prisioneros, incluso los más jóvenes; simplemente como Zemelya y no se sentía ofendido por eso. Era de esas personas que los psicólogos llaman "naturalezas solares" y en el pueblo decían que siempre estaba con la boca estirada hasta las orejas. Cuando lo miraba en las semanas subsiguientes, Clara, notó que nunca se entristecía por nada de lo que había perdido, ya fuera un lápiz o su vida toda destrozada. Nunca se enojaba por nada ni con nadie, ni se asustaba de nada. Era un buen ingeniero, excepto que era especialista en ingeniería de aviación. Había sido traído a Mavrino por error. No obstante, se había ubicado y no hacía ningún esfuerzo por ser trasferido a otra parte, considerando que difícilmente estaría mejor que allí.

En la noche, cuando las bombas eran apagadas, Zemelya gustaba de escuchar relatos y hablar.

—Antes se podía lograr un desayuno por cinco kopecs. Y se podía comprar lo que se quería. A cada paso te ofrecían cosas —sonrió ampliamente—. Y nadie vendía porquerías; se le hubiera escupido en la cara. Botas, eran realmente botas. Duraban diez años si no se las reparaba y quince si se las arreglaba. El cuero de arriba no era recortado como hacen ahora, sino que bajaba hasta el pie. Y había esas, ¿cómo las llamaban? Eran rojas, y con ornamentos; no eran botas, eran como una segunda alma. — Sonrió como si hubiera salido el sol: —O por ejemplo en las estaciones... Se llegaba un minuto antes y se compraba el boleto y encontraba un asiento y siempre había vagones vacíos. Los trenes continuaban saliendo; no economizaban. La vida era fácil, muy fácil, entonces...

Durante estos relatos el principal del grupo emergía de un rincón oscuro donde su escritorio estaba escondido de las autoridades. Llegaba lentamente, con su pesado cuerpo bamboleándose de lado a lado, sus manos metidas en sus bolsillos y se quedaba ahí en la mitad de la sala, con sus ojos saltones y sus anteojos cayéndosele de las narices.

—¿De qué estás hablando Zemelya? ¿Te recuerdas aún?

—Me acuerdo un poco —decía Zemelya excusándose con una sonrisa.

—Muy malo —decía el viejo meneando su cabeza—. ¡Olvídate! Dediquémonos a nuestras bombas.

Se quedaba allí un rato más, añorante, mirando por sobre sus anteojos y luego se encaminaba de nuevo lentamente hacia su cubil.

Los deberes de Clara eran sencillos: debía llegar en la mañana un día y quedarse hasta las seis de la tarde; y al día siguiente llegar después de almorzar y quedarse hasta las once de la noche. Se alternaba con Támara. El capitán estaba siempre allí desde la mañana porque los jefes podían necesitarlo durante el día. Nunca iba a la tarde porque no tenía ambición de hacerse valer en el servicio. La tarea de las muchachas era estar al servicio de lo necesario; en otras palabras, vigilar a los prisioneros. Además de esto, "para su propio desarrollo", los jefes les daban trabajos secundarios que no fuesen urgentes. Clara veía a Támara sólo dos horas por día; ésta había trabajado allí por más de un año y se trataba con los presos, no obstante, bastante estrechamente. A Clara hasta le pareció que había traído libros para uno de ellos y subrepticiamente se los había prestado. Además de esto, en el mismo instituto, Támara iba a un curso de inglés, grupo en el cual los empleados libres eran estudiantes y los convictos, los profesores, por supuesto, sin pago. Támara tenía una mente rápida y calmó los temores de Clara de que esas personas podían causarle algún daño temible.

Por último Clara conversó con uno de los presos. No era un criminal político, es cierto, sino uno ordinario, de los cuales había muy pocos en Mavrino. Era Iván el soplador de vidrio que, para su desgracia, era un gran maestro de su arte. Su vieja suegra había dicho de él que era un glorioso artesano y un aún más glorioso borrachón. Había ganado una gran cantidad de dinero y se lo había bebido en su mayor parte, golpeado a su mujer cada vez que se embriagaba y burládose de sus vecinos. Pero no hubiera pasado nada si sus pasos no se hubieran cruzado con el MGB. Un camarada con aire de autoridad pero sin insignia alguna, lo había llamado y propuesto que trabajase por tres mil rublos al mes. El salario era menor que el que ya ganaba Iván, pero podía ganar más en cada pieza a destajo. Olvidando con quién estaba hablando, le pidió cuatro mil mensuales. El responsable camarada agregó sólo doscientos. Iván se mostró insistente. Lo dejaron ir. El día de pago se emborrachó como una cuba y comenzó a ser demasiado agresivo en el patio. Esta vez la policía, que antes nunca había acudido, apareció rápidamente y lo llevó preso. Al día siguiente le habían iniciado un juicio y dado un año de cárcel. Después de la sentencia lo llevaron al mismo camarada que le había ofrecido un sueldo, quien le explicó que iba a trabajar en el nuevo lugar designado para él, pero ahora sin ningúnsueldo. Si no le gustaban las nuevas condiciones, podía elegir ir a sacar carbón en el Ártico.

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