Pero Nerzhin olvidaba que —no, no lo olvidó, no lo
Cuando Nerzhin habló, el miedo del rostro de Nadya se tornó horror.
—No, no, — gritó—. No digas eso, querido. (Se había olvidado del guardia y no estaba ya avergonzada de mostrar sus sentimientos).
—.¡No me quites mis esperanzas! No quiero creerte. No puede ser. ¿O crees acaso que realmente voy a dejarte?
Su labio superior temblaba, su cara estaba distorsionada y sus ojos expresaban lealtad, sólo lealtad.
—Te creo, Nadushenka, te creo —dijo él con voz cambiada—. Lo comprendo.
Ella cayó en silencio y se echó atrás en su sillón.
En la puerta abierta de la sala apareció el teniente coronel, oscuro, elegante, mirando vigilantemente las tres personas que habían estado reunidas allí. En voz baja llamó al guardia.
El gángster retirado, de mala gana, como si lo hubieran privado del postre, se dirigió hacia el superior que lo llamaba. Cuatro pasos detrás de la espalda de la muchacha, intercambiaron un par de palabras solamente, pero cuando lo hicieron. Nerzhin, bajando su voz, se arregló para preguntar: —¿Conoces a la mujer de Sologdin?
Adiestrada en esa conversación apurada Nadya atinó a responder:
—Sí.
—¿Y dónde vive?
—Sí.
—No le permiten ninguna visita. Dile que...
El gángster se volvía ya.
—...que la quiere, la cree, y espera —pronunció Gleb con claridad.
Nadya repitió: —La quiere, la cree, y espera—. Miró insistentemente a su esposo. Lo había estudiado por años, pero de algún modo, ahora, lo veía en un nuevo aspecto.
—Te queda bien —le dijo tristemente.
—¿Qué me queda bien?
—Todo aquí. Todo esto. Estar aquí —dijo ella aclarando su significado con inflexiones en su voz para que el guardia no pudiese entender.
Pero el nuevo halo de Nerzhin no los acercó.
Nadya también estaba posponiendo todo lo que estaba escuchando; así lo podía analizar y pensar después. No sabía lo que habría de emerger de todo esto, pero su corazón pensó en él, preocupado por la debilidad, la enfermedad, los pedidos de ayuda, los llamados, de una mujer que no podía visitar a su marido; y Nadya comprendió que podría esperar otros diez años y acompañarlo enamorada hasta la fatiga.
Pero él estaba sonriendo con la misma autoconfianza que había tenido en Krasnaya Presnya. Siempre había sido autosuficiente. Nunca necesitaba la simpatía de nadie. Incluso podía sentirse confortablemente sentado en esa silla incómoda. Parecía estar mirando alrededor de la pieza con satisfacción, tomando material para sus pensamientos y futuros recuerdos. Parecía estar muy saludable y sus ojos chispeaban. ¿Necesitaba en realidad de la lealtad de una mujer?
Pero Nadya no había tenido tiempo de pensar todo eso aún.
Nerzhin no adivinó qué pensamientos la estaban asaltando.
—Se acabó —dijo Klimentiev reapareciendo.
—¿Ya? — Nadya preguntó sorprendida.
Nerzhin se apresuró tratando de recordar en la lista mental las cosas más importantes que aún faltaban.
—No te sorprendas si me mandan lejos de aquí y si mis cartas no te llegan.
—¿Pueden hacerte eso? ¿Adonde? — gritó Nadya. ¡Tan importante noticia y se la decía recién ahora!
—Sólo Dios lo sabe —decía Gleb alzando sus hombros significativamente.
—¡No me digas que has comenzado a creer en Dios!
No habían hablado de nada.
El sonrió: —Pascal, Newton, Einstein.
—Se le ha dicho de no nombrar a nadie —ladró el guardia—; y basta de hablar ya.
Los dos se levantaron juntos y ahora cuando no había ya peligro de perder la visita, Gleb abrazó y besó a Nadya a través de la mesita, volvió a besarla en su mejilla y en sus labios suaves que había olvidado ya completamente. No tenía esperanzas de permanecer en Moscú un año más como para poder besarla de nuevo. Su voz tembló de ternura:
—En todo haz lo que sea mejor para ti y yo... —no pudo concluir.
Se miraron en los ojos ambos.
—¿Qué es esto? — graznó el guardia y arrancó a Nerzhin hacia atrás tomándolo por los hombros—: su visita queda cancelada.
Nerzhin lo separó: —Haga como quiera, cancélela y váyase al infierno, — rugió con todo su aliento.
Nadya retrocedió hacia la puerta y con los dedos de su mano sin anillos saludó a su esposo dándole el adiós.
Luego desapareció a través de la puerta.
OTRA VISITA
Gerasimovich y su esposa se besaron.
Gerasimovich era bajo, no más alto que su mujer.