Читаем El cálculo de Dios полностью

—Si fuese una opción… si fuese algo que te estuviesen ofreciendo ahora mismo… puede que mi respuesta fuese diferente. Ya lo sabes… —dejó de hablar, pero yo sabía que iba a decir que haría cualquier cosa por no perderme. Le apreté la mano.

»Pero —siguió diciendo—, si no fuese por eso, si no fuese por lo que afrontamos, diría no. No puedo imaginarlo como un estado en el que me gustaría estar.

—Vivirías por siempre —dije.

—No, existiría por siempre. No es lo mismo.

—Evidentemente, todo podría simularse. Cualquier aspecto de la existencia.

—Si no es real —dijo Susan—, no es lo mismo.

—No podrías distinguirlo de la realidad.

—Quizá no —dijo Susan—. Pero sabría que no lo es, y eso lo haría diferente.

Me encogí de hombros.

—Ricky parece igualmente feliz jugando al baseball en la Nintendo como jugándolo de verdad… es más, juega más a menudo con la versión informatizada; no creo que su generación vaya a tener el problema conceptual con esa opción que tenemos nosotros. — Hice una pausa—. Una existencia virtual tiene sus atractivos. No tendrías que envejecer. No tendrías que morir.

—Me gusta crecer y cambiar —frunció el ceño—. Es decir, claro, en ocasiones me gustaría conservar el cuerpo que tenía a los dieciocho, pero en general estoy satisfecha.

—Parece que una civilización tras otra se ha decidido por esa opción.

Susan frunció el ceño.

—¿Dices que se transfirieron o se autodestruyeron?

—Aparentemente. Hollus dice que su pueblo se enfrentó al mismo tipo de crisis nuclear al que nos enfrentamos nosotros.

—Quizá decidieron que no tenían más elección que cambiar la realidad por una simulación. Si, digamos, Estados Unidos y China entrasen en guerra, es probable que todos muriésemos, y la especie humana habría acabado.

Pero si todo esto fuese una simulación, y las cosas se pusiesen mal, simplemente podrían iniciar desde cero la simulación y seguir existiendo. Quizá la existencia irreal sea la esperanza a largo plazo para las especies violentas.

Ciertamente era una idea intrigante. Quizá no superabas el deseo de hacer volar a los demás. Quizá fuese inevitable que alguna nación, o algún grupo terrorista, o simplemente algún lunático, lo hiciese. Como había dicho Hollus, la capacidad de destruir la vida a escala masiva se hace más barata, portátil y más fácil con el paso del tiempo. Si no hubiese forma de volver a encerrar al genio en la botella —ya fuesen las armas nucleares, las biológicas, o alguna otra herramienta de destrucción masiva— entonces quizá las especies trascienden tan pronto como pueden hacerlo, porque es la única alternativa segura.

—Me pregunto qué elegirá la humanidad cuando l egue la hora —dije—. Presumiblemente, tendremos la tecnología dentro de un siglo —no había necesidad de expresarlo de forma dramática; Susan y yo estábamos en el mismo barco en lo que se refería a periodos de tiempo tan largos—. Tú y yo no viviremos para verlo, pero puede que Ricky sí. Me pregunto qué elegirán.

Susan mantuvo el silencio durante unos momentos. Luego empezó a mover lentamente la cabeza de un lado a otro.

—Me encantaría que mi hijo viviese para siempre, pero… pero espero que él y todos los demás elijan la existencia normal.

Pensé en el o —en el dolor de las rodillas rotas, los corazones partidos y los huesos fracturados; en los riesgos a los que era susceptible; en lo que yo sufría.

Dudaba de que hubiese alguna forma de invertir la decisión. Si copiabas lo que eras en un ordenador, casi seguro que no podías volver atrás. Si la versión biológica de ti seguía existiendo, tendría una existencia totalmente independiente desde el momento en que se realizase el escán. No habría forma de reintegrar más adelante las dos versiones; sería como intentar forzar a dos gemelos idénticos a que compartiesen el mismo cuerpo.

No quedaban formas de vida inteligente en ninguno de los seis mundos que la nave espacial de Hollus había explorado. Quizá todas las especies terminaban las versiones biológicas de sus yoes en cuanto se creaban las versiones electrónicas. De hecho, quizá fuese lo más razonable, evitando de tal forma la alteración terrorista del mundo virtual. Era evidente, al menos en la Tierra, que había grupos que jamás aceptarían transferirse voluntariamente: los amish, los luditas y otros. Pero a el os podría escaneárseles subrepticiamente, trasladándolos a un mundo virtual indistinguible de aquel que habían abandonado, en lugar de dejar por ahí seres de carne y hueso cuyos descendientes pudiesen destruir los ordenadores. Me pregunté si alguna de las especies que había trascendido había acabado lamentando su decisión.

Susan y yo nos preparamos para irnos a la cama. Ella acabó durmiéndose, pero yo me quedé despierto, mirando al techo oscuro, envidiando a los wreeds.

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