—Hola, Thomas —empezó diciendo el doctor Noguchi aquel fatídico día del pasado octubre, cuando había ido a discutir los resultados de las pruebas que había pedido. Nos conocíamos desde hacía tiempo suficiente como para podernos tutear, pero a él le gustaba un poco de formalidad, mantener la distancia de yo-soy-el-médico-y-tú-el-paciente—. Por favor, siéntate.
Lo hice.
No malgastamos tiempo en los preámbulos.
—Es cáncer de pulmón, Thomas.
Mi pulso se disparó. Me quedé boquiabierto.
—Lo lamento —dijo.
Un millón de ideas me atravesaron la cabeza. Debía de haberse equivocado; debía de ser el expediente de otro; ¿qué iba a decirle a Susan? De pronto tenía la boca seca.
—¿Estás seguro?
—Los cultivos de tu esputo son seguros —dijo—. No hay duda de que es cáncer.
—¿Puede operarse? —pregunté al fin.
—Eso tendremos que determinarlo. Si no, intentaremos tratarlo con radiación o quimioterapia.
Mi mano fue de inmediato a la cabeza para tocar el pelo.
—¿Eso… eso funcionaría?
Noguchi sonrió tranquilizador.
—Puede ser muy efectiva.
Lo que significaba «quizá» y yo no quería oír «quizás». Yo quería certidumbre.
—¿Qué… qué hay de un transplante?
La voz de Noguchi era suave.
—No se presentan cada año los pulmones suficientes. Hay muy pocos donantes.
—Podría ir a Estados Unidos —dije tentativamente—. Eso lo lees continuamente en el
—No sería diferente. En todas partes hay escasez de pulmones. Y, en cualquier caso, podría no servir de nada; tendremos que ver si el cáncer se ha extendido.
Quería preguntar: «¿Voy a morir?» Pero la pregunta parecía excesiva, demasiado directa.
—Mantén una actitud positiva —siguió diciendo Noguchi—. Trabajas en un museo, ¿no?
—Aja.
—Así que probablemente tienes una excelente cobertura sanitaria. ¿Te cubre las medicinas?
Asentí.
—Bien. Aquí tienes algunas que te serán útiles. No son baratas, pero si estás cubierto, estarás bien. Pero, como he dicho, tendremos que ver si el cáncer se ha extendido. Voy a enviarte a una oncóloga en St. Mike. Ella cuidará de ti.
Asentí, sintiendo como el mundo se desmoronaba a mi alrededor.
Hollus y yo regresamos a mi despacho.
—Lo que defiende —dije— es un lugar especial en el cosmos para la humanidad y otras formas de vida.
El alienígena arácnido maniobró su masa hacia un lado de la habitación.
—Ocupamos un lugar especial —dijo.
—Bien, no sé cómo se produjo el desarrollo de la ciencia en Beta Hydri III, Hollus, pero aquí en la Tierra siguió una estructura de destronamientos sucesivos de cualquier posición especial. Mi propia cultura pensaba que el mundo se encontraba en el centro del universo, pero eso resultó estar equivocado. También creíamos que habíamos sido creados completos por Dios a su imagen, pero resultó ser falso. Cada vez que creíamos que había algo especial sobre nosotros, o nuestro planeta o sol, la ciencia mostraba que nos equivocábamos.
—Pero las formas de vida como nosotros son realmente especiales —dijo el forhilnor—. Por ejemplo, todos tenemos más o menos una masa en el mismo orden de magnitud. Ninguna de las especies inteligentes, incluyendo aquellas que habían abandonado sus mundos, tenían cuerpos adultos cuya media de masa fuese inferior a cincuenta kilos o por encima de quinientos kilos. Todos tenemos, más o menos, dos metros de largo en nuestra dimensión mayor… en realidad, la vida civilizada no podría existir muy por debajo del metro y medio.
Intenté de nuevo arquear las cejas.
—¿Por qué tendría que ser eso cierto en la Tierra?
—Es cierto en todas partes, no sólo en la Tierra, porque el fuego sostenible más pequeño es de aproximadamente cincuenta centímetros de diámetro, y para manipular un fuego necesitas algo mayor. Sin fuego, claro, no hay metalurgia, y por tanto, tampoco hay tecnología sofisticada. —Una pausa, una sacudida—. ¿No lo comprende? Todos evolucionamos para tener el tamaño adecuado para usar el fuego… y ese tamaño está situado directamente en el medio logarítmico del universo. En su extensión máxima, el universo es como cuarenta órdenes de magnitud mayor que nosotros, y su constituyente más pequeño es cuarenta órdenes de magnitud más pequeño que nosotros. —Hollus me miró y se agitó de arriba abajo—. Nos encontramos efectivamente en el centro de la creación; evidente si sabes mirar.
Cuando empecé a trabajar en el RMO, toda la parte delantera del segundo piso estaba dedicada a la paleontología. El ala norte, directamente sobre la tienda de regalos y la cafetería, siempre había contenido las exhibiciones de paleontología de vertebrados —«la Galería de Dinosaurios»— y el ala sur había contenido originalmente la galería de paleontología de invertebrados; de hecho, las palabras «Museo de paleontología» siguen grabadas en piedra en lo alto de las paredes de esa zona.