Pero la galería de invertebrados se había cerrado mucho tiempo atrás y, en 1999, el espacio se había vuelto a abrir al público como «La Galería de los Descubrimientos», precisamente el tipo de entretenimiento educativo que gustan al cerebro de caramelo de Christine Dorati: exhibiciones interactivas para niños, casi sin aprendizaje real. Los carteles del metro para la nueva galería exhibían el eslogan: «Imagínese que el director del museo tiene ocho años.» Como decía John Lennon, es fácil si lo intentas.
Nuestro orgul o y alegría en paleontología de vertebrados es nuestro esqueleto
Con su gloriosa cresta de cabeza de un metro de alto. Cada uno de los especímenes que puede verse en cualquier otra parte del mundo es copia de nuestro montaje. Es más, incluso la Galería de los Descubrimientos contiene un molde de nuestro
Justo frente a la galería de vertebrados hay un balcón interior, que mira sobre la Rotonda, que tiene un sutil diseño en forma de estrel a grabado en el suelo de mármol. Hay otro balcón al lado opuesto, sobresaliendo de la Galería de los Descubrimientos. Entre los dos, sobre la entrada principal, hay tres vidrieras verticales de colores.
Antes de que el museo abriese al público, llevé a Hollus por la galería de paleontología de vertebrados. Tenemos la mejor colección de hadrosaurios del mundo. También tenemos un espectacular
También llevé a Hollus a la odiosa Galería de los Descubrimientos, donde un molde de un
Además, le mostré muchos dibujos de dinosaurios con el aspecto que podrían haber tenido cuando vivían, y envié a Abdus a buscar
También pasamos un montón de tiempo con el viejo y malhumorado Jonesy, repasando la colección paleontológica de invertebrados; Jonesy tenía trilobites en exceso.
Pero, decidí, lo que es justo es justo. Hollus había dicho desde el principio que compartiría la información que tuviese su pueblo. Era hora de empezar. Le pedí que me hablase de la historia evolutiva de las formas de vida de su mundo.
Di por supuesto que iba a enviar un libro, pero hizo más que eso.
Mucho más.
Hollus dijo que necesitaba algo de espacio para hacerlo adecuadamente, así que esperamos hasta que cerrase el museo. El simulacro se agitó en mi despacho y desapareció. Habíamos descubierto que era más simple que yo llevase el proyector de holoforma de un sitio a otro en lugar de que el simulacro caminase conmigo por los pasil os del museo, ya que casi todos —conservadores, estudiantes graduados, conserjes, visitantes— encontraban una excusa para detenernos y charlar con el alienígena.
Cogí el ascensor hasta la planta baja, hasta la amplia escalera de piedra que se enrosca alrededor del tótem Nisga'a y baja al sótano. Directamente bajo la Rotonda principal se encontraba lo que imaginativamente l amábamos la Rotonda Inferior. Ese amplio espacio abierto, pintado del color de la sopa de crema y tomate, servía como vestíbulo de la sala de proyección del RMO, que estaba situada bajo la tienda de regalos de la planta baja.
Hice que el personal montase cinco videocámaras en trípodes, para grabar lo que Hollus iba a mostrarme. Sabía que no quería que la gente mirase por encima de sus ochos hombros cuando realizaba su trabajo; pero comprendía que si como pago nos daba información, había que grabarla. Coloqué el proyector de holoforma en medio del amplio suelo y le di un golpecito para invocar al genio forhilnor. Hollus reapareció, y oí por primera vez su lengua cuando dio instrucciones al proyector. Fue como una cancioncilla, con Hollus en armonía consigo mismo.
—Es una simulación, claro —dijo Hollus—, pero creemos que es exacta, aunque el color de los animales no es más que una conjetura. Este es el aspecto de mi mundo hace setenta mil ones de años, justo antes de la extinción masiva más reciente.
La sangre me atronaba en los oídos. Apreté los pies, sintiendo la tranquilizadora solidez del suelo de la Rotonda Inferior, la única prueba de que seguía en Toronto.