Yo seguía sosteniendo el pasamanos en lo alto de la escalera, todavía conmocionado por el diagnóstico. Le indiqué que se reuniese conmigo en el sofá.
—Sue —dije en cuanto me senté—. Hoy fui a ver al doctor Noguchi.
Ella me miraba a los ojos, intentando leer en ellos.
—¿Porqué?
—Esa tos mía. Fui la semana pasada y me hizo algunas pruebas. Me pidió que fuese hoy para discutir los resultados —me acerqué a el a—. No dije nada; me parecía rutina… no valía la pena mencionarlo.
Ella arqueó las cejas, mostrando preocupación en todo el rostro.
—¿Y?
Busqué sus manos, las cogí.
Le temblaban las manos. Tomé aliento con mis pulmones dañados.
—Tengo cáncer —dije—. Cáncer de pulmón.
Abrió los ojos como platos.
—Oh, Dios mío —dijo, estremeciéndose—. ¿Qué… qué tenemos que hacer ahora? — preguntó.
Me encogí ligeramente de hombros.
—Más pruebas. El diagnóstico se hizo con material sacado de mi esputo, pero querrán hacer biopsias y otras pruebas para determinar… determinar la extensión.
—¿Cómo? —dijo, con voz trémula.
—¿Cómo lo pillé? —me encogí de hombros—. Noguchi supone que se debe al polvo mineral que he inhalado durante todos estos años.
—Dios —dijo Susan, temblando—. Dios mío.
Donald Chen l evaba diez años en el Planetario McLaughlin antes de que lo cerrasen, pero al contrario que sus colegas, seguía teniendo empleo. Fue transferido internamente al departamento de programas educativos del RMO, pero el RMO no tenía instalaciones permanentes dedicadas a la astronomía, así que Don tenía poco que hacer —aunque la CBC ponía su rostro sonriente en la tele cada año coincidiendo con las Perseidas.
Todo el personal se refería a Chen como «el muerto que camina». Ya tenía un rostro terriblemente pálido —un riesgo laboral para un astrónomo— y parecía que sólo era cuestión de tiempo que también lo despidiesen del RMO.
Evidentemente, todo el personal del museo se sentía intrigado por la presencia de Hollus, pero Donald Chen se interesaba especialmente. Es más, era evidente que le molestaba que el alienígena hubiese venido buscando a un paleontólogo y no a un astrónomo. El despacho original de Chen había estado en el planetario; su nuevo despacho, en el Centro de Conservadores, era poco más que un ataúd vertical, pero buscaba excusas frecuentes para venir a visitarnos, y ya me había acostumbrado a que l amase a la puerta.
En esta ocasión, Hollus abrió la puerta por mí. Se había vuelto muy bueno con las puertas y se las arreglaba para manipular el pomo con una de sus patas, en lugar de tener que darse la vuelta para usar una mano. Sentado en una silla al lado de la puerta se encontraba Boxeador —el apodo de Al Brewster, un enorme guardia de seguridad del RMO al que le habían asignado a tiempo completo el departamento de paleobiología debido a las visitas de Hollus—. Y de pie junto a Boxeador estaba Donald Chen.
—¿
—
—¿Caza vampiros? —dijo Hollus, mirando primero a Chen y luego a mí.
Tosí.
—Es un, ah, apodo.
Chen se volvió hacia Hollus.
—Tom es el líder de la batalla contra la administración actual del museo. El
—El potencial Caza vampiros —le corregí—. Dorati se sigue saliendo con la suya casi siempre —Chen traía un libro antiguo escrito en chino, a juzgar por los caracteres en la portada dorada; aunque hablaba esa lengua, leerla a cualquier nivel me era imposible—. ¿Qué es eso? —dije.
—Historia china —dijo Chen—. He estado incordiando a Kung. —Kung ostentaba la cátedra Louise Hawley Stone en el departamento de civilizaciones asiáticas y del Oriente Próximo, otra amalgama post recortes de Harris—. Por eso quería ver a Hollus.
El forhilnor agitó los pedúnculos, listo para ayudar.
Chen colocó el pesado libro sobre la mesa.
—En 1998, un grupo de astrónomos del Instituto Max Planck de Física Extraterrestre en Alemania anunció el descubrimiento de unos restos de supernova… lo que queda después de que estalle una estrella enorme.
—Sé sobre las supernovas —dijo Hollus—. De hecho, el doctor Jericho y yo hablábamos hace tiempo de ese asunto.
—Vale, bien —dijo Chen—. Bien, los restos descubiertos por esos tipos están muy cerca, quizás a unos 650 años luz, en la constelación de Vela. Los llaman RX J0852.0—4622.
—Buen nombre; eufónico —dijo Hollus.
Chen tenía muy poco sentido del humor. Siguió hablando.