—Evidentemente, establecer que las fechas de las cinco extinciones masivas coincidan en los tres mundos habitados no es más que el comienzo de mi trabajo.
Pensé en ello y asentí. Incluso si uno aceptaba la hipótesis de Dios de Hollus, tener desastres simultáneos en mundos diferentes sólo demostraba que Dios había tenido una serie de ataques de ira.
El forhilnor siguió hablando.
—Quiero estudiar los pequeños detal es del desarrollo evolutivo relacionados con las extinciones masivas. Superficialmente parece que cada extinción estaba diseñada para empujar a las formas de vida supervivientes hacia una dirección específica, pero deseo confirmarlo.
—Bien, entonces, deberíamos empezar a examinar los fósiles justo antes y justo después de cada extinción —dije.
—Exactamente —dijo Hollus, sus pedúnculos se agitaban con entusiasmo.
—Venga conmigo —le pedí.
—Debe llevarse el proyector si debo seguirle —dijo Hollus.
Asentí, sin haberme acostumbrado todavía a la idea de la telepresencia, y cogí el pequeño objeto.
—Funcionará perfectamente si se lo mete en el bolsil o —dijo.
Así lo hice, y luego lo guié hasta la sala de colecciones del departamento de paleobiología, en el sótano del Centro de Conservadores; para l egar al í no teníamos que salir a ninguna de las zonas públicas del museo.
La sala de colecciones estaba llena de armarios de metal y estantes abiertos que contenían fósiles preparados así como incontables fundas de yeso de campo, algunas todavía sin abrir medio siglo después de que se hubiesen traído al museo.
Empecé a abrir cajones que contenían los cráneos de peces sin mandíbula del Ordovícico. Hollus los examinó, manejándolos con cuidado. Los campos de fuerzas proyectados por la unidad de holoforma parecían definir un espacio sólido que se ajustaba exactamente a la forma física aparente del alienígena. Nos tropezamos un par de veces al movernos por los pasil os estrechos de la sala de colecciones, y mis manos lo tocaron varias veces al pasarle fósiles. Sentí un cosquilleo de estática cuando su forma proyectada tocaba mi piel, la única indicación de que en realidad no estaba allí.
Mientras examinaba los extraños cráneos sólidos, comenté que tenían un aspecto bastante alienígena. A Hollus pareció sorprenderle ese comentario.
—«Sien» «to» «cu» «no» «si» «dad» «por» «su» «con» «cep» «to» «de» «la» «vi» «daa» «lie» «ni» «ge» «na».
—Pensé que ya lo sabían todo con respecto a eso —contesté, sonriendo—. Sondas anales y demás.
—Llevamos como un año viendo sus emisiones de televisión. Pero sospecho que tienen cosas más interesantes que no he visto.
—¿Qué han visto?
—Un programa sobre un profesor y su familia que son todos extraterrestres.
Me l evó un momento reconocerlo.
—Ah —dije—.
—Es una opinión —dijo Hollus—. También hemos visto el programa sobre dos agentes federales que persiguen extraterrestres.
—Expediente X —dije.
Golpeó los ojos como señal de asentimiento.
—Me resultó frustrante. Hablan continuamente de alienígenas, pero casi nunca se les ve. Fue más instructiva una producción gráfica sobre humanos juveniles.
—Necesito más pistas —dije.
—Uno de ellos se llama Cartman —dijo Hollus.
Reí.
—
El joven levantó la vista, sorprendido. Le indiqué que se acercase.
—¿Sí, Tom? —dijo al l egar hasta nosotros, aunque tenía los ojos fijos en Hollus, no en mí.
—Abdus, ¿podrías darte un salto hasta Blockbuster y conseguirme unos vídeos? —Los estudiantes graduados son útiles para muchas cosas—. Conserva el recibo, y Dana te lo reembolsará.
La petición era tan extraña que Abdus dejó de mirar al alienígena.
—Eh, claro —dijo—. Por supuesto.
Le indiqué lo que buscaba y se fue.
Hollus y yo seguimos mirando los especímenes del Ordovícico hasta el mediodía, y luego nos fuimos a mi despacho. Supuse que en cualquier lugar del universo la inteligencia requeriría un metabolismo alto. Aun así, pensé que al forhilnor podría irritarle que yo tuviese que almorzar (y que se irritase aún más al ver que después de interrumpir nuestro trabajo casi no comía nada). Pero él comió cuando lo hice yo —aunque él realmente almorzaba en su nave nodriza, en órbita sobre Ecuador—. Era extraño: su avatar, que aparentemente duplicaba los movimientos que realizaba su cuerpo real, hizo los gestos de transferir comida a su ranura alimenticia —una ranura horizontal en la parte alta del torso a través de un hueco en la tela—. Pero la comida en sí era invisible, lo que daba la impresión de que Hollus era un Marcel Marceau extra-terrestre que imitaba el proceso de comer.