Doblaron otra esquina. Delante de ellos apareció una enorme puerta doble, flanqueada por un par de soldados armados con rifles. En medio de la puerta había un emblema que se extendía desde la línea que dividía la puerta en dos: unas llamas de alrededor de un metro de alto, en relieve y doradas.
—La Hoguera —aclaró Nicholas—. Representa a la Diosa y al Mundo Nativo, el Centro del Linaje, y a las Mujeres, o tal vez a la Mujer. Es como si oyera todas esas palabras en mayúscula. —Observó a uno de los soldados y le habló. El soldado se volvió y tocó algo. Las puertas se abrieron.
Dentro el suelo era de madera, de color amarillo pálido y brillante.
Nicholas atravesó la entrada. Anna lo siguió y las puertas se cerraron tras ellos.
Las paredes de la habitación parecían ser de yeso; blancas de un ligero matiz azul. Tapices de ricos colores mostraban a los
—¡Caramba!—exclamó Anna.
Nicholas se echó a reír.
—Llevaba casi diez años viviendo entre los
Anna miró hacia delante. Al final del pasillo había tres personas vestidas con túnicas rojas y amarillas. Estaban de pie, esperando, con la habitual serenidad
Nicholas siguió hablando con su voz suave.
—Es difícil hacer que las matriarcas
Llegaron adónde estaban las tres personas. La ropa que llevaban estaba confeccionada con piezas largas y estrechas, cosidas a la altura de los hombros. Más abajo, las piezas se separaban y quedaban unidas en distintos puntos por finas cadenas de oro. Cuando las personas se movían, las piezas se agitaban y a veces incluso ondeaban, pero los huecos que había entre una y otra nunca se agrandaban.
El material le recordó a Anna el brocado de seda. Cada túnica tenía un estampado diferente. Uno de ellos parecía de flores; el otro era geométrico; el último podría haber representando animales, aunque Anna no supo de qué clase.
Nicholas se detuvo con las manos fuera de los bolsillos, a los costados. Su habitual inquietud le había abandonado. Se quedó de pie, quieto, con la vista baja. Incluso cuando inclinaba la cabeza era unos diez centímetros más alto que los alienígenas, pero los cuerpos voluminosos de éstos hacían que él pareciera frágil.
Eran mujeres, casi con toda seguridad, aunque sus rostros —anchos, de rasgos toscos y cubiertos de pelaje— no parecían femeninos, como tampoco los torsos, ni los brazos gruesos y peludos que llevaban desnudos desde los hombros. Las tres lucían un brazalete: ancho, grueso y sencillo y, según le pareció a Anna, de oro.
—No las mires a los ojos —dijo Nicholas suavemente.
Anna bajó la mirada.
Una de las alienígenas dijo algo en voz profunda, muy profunda.
—Debo presentarte —dijo Nicholas—. La mujer de la derecha es Ettin Per. La que está a su lado es Ettin Aptsi. Y la de la izquierda es Ettin Sai. Son hermanas, y actuales líderes del linaje Ettin. Ettin Gwarha es su sobrino.
La tercena mujer —Sai— habló en un tono menos profundo, más parecido al de barítono que al de bajo.
—Ella entiende el inglés, aunque no suele hablarlo. Me ha pedido que te diga que comprende que no es una descortesía que las mires a los ojos. Las costumbres de los humanos son diferentes.
La primera mujer —Ettin Per, la de la voz muy profunda— volvió a hablar.
Nicholas dijo:
—Te está dando la bienvenida a los aposentos de las mujeres. Esperan ansiosamente el momento de hablar contigo. Están muy interesadas en la humanidad y sobre todo en las mujeres humanas.
—Diles que estoy contenta de haber venido —dijo Anna—. Y que espero ansiosamente el momento de hablar con ellas. ¿Para esto me ha hecho venir el general?
—Sí —respondió Ettin Sai.
La tercera mujer —Aptsi— habló. También su voz era de barítono.
Nicholas levantó la cabeza y la miró a los ojos, respondiendo en la lengua de los alienígenas. Aptsi extendió una mano de pelo gris y le tocó suavemente el hombro.