Los miembros de la tripulación del vehículo llevaban pantalones cortos y sandalias. Eran corteses; Anna recordaba esta cualidad por su anterior encuentro con los
Anna se preguntó cuántos hijos tendrían los
—Esta gente siempre me ha puesto los pelos de punta —comentó Etienne. Estaba sentado junto a ella.
—¿Por qué?
—Los ojos. Las manos. La piel. Y su violencia. No estabas en el recinto cuando éste fue atacado.
No. En ese momento era prisionera del servicio de información militar de los humanos.
Notó una sacudida: el vehículo se desenganchaba de la nave humana, llamada
El viaje no tuvo nada de particular. Los motores se encendieron, se apagaron y volvieron a encenderse. La gravedad siguió cambiando. No había nada que ver, salvo la cabina sin ventanillas. ¿Los
Los diplomáticos conversaban nerviosamente a su alrededor. No decían nada importante. Los alienígenas podían estar escuchando. Delante de ella, el asistente del embajador hablaba de sus gladiolos, y Etienne describía su última visita al Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Al cabo de una hora se produjo otra pequeña sacudida. El vehículo había llegado. Las puertas se abrieron y el equipo salió flotando, ayudado por los alienígenas, que no flotaban. Debían de llevar algo en la base de las sandalias que los sujetaba al suelo.
Era como llegar a una estación humana, pensó Anna. Un ascensor trasladó al equipo de diplomáticos desde el eje hasta el borde. Cuando el ascensor se detuvo, dejaron de flotar. Salieron en fila con gran dignidad, y los
—No entiendo ese atuendo —comentó Etienne.
Ella echaba de menos los uniformes ceñidos que los
Hubo un saludo oficial, pronunciado por un alienígena voluminoso con fuerte acento. No era el Primer Defensor. ¿Dónde estaba él? El embajador de los humanos respondió. Anna estaba demasiado lejos y tenía problemas para oír, pero de todos modos no estaba demasiado interesada.
Observó a los
Cuando los discursos concluyeron, él se acercó.
—Miembro Pérez.
—Observador Hai Atala.
—Me recuerda. Estoy encantado. Aunque debería comunicarle que he sido ascendido. Ahora soy portador.
—Enhorabuena.
Él le dedicó su radiante sonrisa.
—Como sabe, se decidió que usted tendría habitaciones propias separadas de las de los hombres. Yo la escoltaré.
Anna habló con sus colegas. Etienne pareció preocupado. El asistente del embajador le dijo:
—No estoy del todo satisfecho con esto, Anna. —El jefe de seguridad le dijo que tuviera cuidado. Hai Atala esperaba, cortésmente callado.
Al cabo de un par de minutos ambos recorrían un pasillo igual a los de la base
—Leí