El soldado humano se movió, incómodo. Esta vez era otro: un chico robusto cuyos rasgos no pertenecían a ninguno de los grupos étnicos que ella conocía. ¿Tal vez de la zona del Mar Negro? Su estrecha franja de cabello cortado y teñido de color rojo ladrillo combinaba muy bien con su piel ligeramente morena. No logró percibir el color de sus iris, cubiertos por lentes de contacto completamente negras.
—Nada de importancia estratégica —añadió Nicholas ante una mirada del soldado.
Anna necesitaba un poco de tiempo para pensar qué temas eran de importancia estratégica.
—¿La echas de menos?
—¿La Tierra? A veces. —Hizo una pausa—. No creo en el arrepentimiento. Hay emociones que te atrapan, que hacen que tu vida se detenga allí donde está, y el arrepentimiento es una de ellas. Yo prefiero seguir en movimiento, lo que significa que intento pensar en la situación en la que me encuentro en este momento y en qué puedo hacer con respecto a ella —Echó un vistazo a su alrededor; sus gafas destellaron y sonrió—. Nunca he creído en eso de dejar que las cosas sigan su curso.
»Echo de menos, sobre todo, cosas prácticas y corrientes. Unas lentes de contacto decentes como las de los humanos. El café. Hay días… aún ahora, después de tantos años, en que pienso que daría cualquier cosa por una taza de café.
—Eso tiene solución. —Se puso de pie, entró en la cabina y le pidió a María que preparara una cafetera.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, Anna —señaló María.
—Es posible.
Anna volvió a salir, se sentó y le habló a Nicholas de su última visita a Nueva York, que no había cambiado mucho desde los tiempos en que él había estado allí. Seguía siendo enorme, sucia, ruinosa y espléndida. Como siempre, estaba en proceso de construcción. Las monstruosas torres de cristal de finales del siglo XX, delirantes consumidoras de energía, habían desaparecido casi por completo. (Unas cuantas se habían conservado por razones históricas.) El último estilo arquitectónico era el llamado Nostalgia de la Época Dorada.
—¿Lo llaman así? —preguntó Nicholas.
Ella asintió.
—Paredes de ladrillo o de piedra. Pozos de ventilación. Ventanas que se abren. Gárgolas.
—¿Qué hiciste, una gira arquitectónica?
Ella volvió a asentir.
—Y una gira por el sistema de diques. Finalmente tuvieron que clausurar el puerto de manera definitiva. Fue la única manera de evitar que el océano inundara la ciudad. Ya no es un puerto.
—Vaya, qué pena.
María trajo el café y lo dejó; se quedó de pie junto a la puerta de la cabina, escuchando. Había nacido en América Central y era una india casi pura, de piel cobriza y preciosa cabellera negra, larga y lisa.
Anna le habló a Nicholas de las obras que había visto durante su visita. Evidentemente, no había nada de estratégico en
—Bueno, ésa es una obra que no me importaría volver a ver —comentó él—. Recuerdo la frase que el duque le dice a Claudio, cuando ese pobre estúpido se encuentra en prisión, condenado a muerte por fornicar. Es aquella que comienza diciendo:
—Es un buen café de Nicaragua —intervino María—. Y sé prepararlo.
Él levantó una mano en ademán de disculpa.
—Ha pasado mucho tiempo, miembro. Estoy seguro de que lo he olvidado.
—¿Y has recordado ese pasaje de Shakespeare durante veinte años? —le preguntó Anna.
—No. Los
La conversación siguió sin rumbo fijo durante un rato y concluyó con la moda. Nicholas sólo sentía un leve interés por el tema, salvo en lo que a la nueva imagen militar concernía. Eso, afirmó, era fascinante.
»…Y hace que me alegre de haber cambiado de bando. En ningún lugar del universo conseguiría un corte de pelo como el de Maksud.
El soldado humano frunció el entrecejo.
—Ciñámonos a la nueva imagen civil —sugirió Anna—. Es imposible que eso tenga alguna importancia estratégica.
—Ni siquiera es atractiva —opinó María. En la cabina de la barca tenía una revista, no sobre moda sino sobre cultura popular—. Todo se reduce a lo mismo, sobre todo en el norte. Los yanquis siempre han confundido el estilo con la vida. Y eso se debe al hecho de no tener una religión y una política reales.
—¿De dónde eres? —preguntó Anna.