Читаем Círculo de espadas полностью

Anna se echó a reír.

Se quedaron solos durante una temporada: Anna, Charlie, Cyprian y Haxu, la pequeña traductora. Luego la nave hwarhath regresó con un contingente de físicos y nuevos diplomáticos. Anna se sentía muy alejada de aquellos humanos desconocidos. Las noticias que traían no le interesaban especialmente. ¿Qué le importaba a ella de las últimas series de éxito en las cadenas dramáticas? Su interés por la política, sobre todo la política de la Tierra, nunca había sido grande, y siempre había una nueva crisis ambiental. Al cabo de un tiempo, resultaba difícil preocuparse o enfadarse. La humanidad sobrevivía lo mejor que podía, con inteligencia y coraje, maldiciendo a los antepasados que habían provocado aquel lío y habían dejado que las generaciones posteriores se ocuparan de resolverlo.

Poco después de la llegada de los humanos, un grupo de mujeres hwarhath se marchó. Eh Matsehar se fue con ellas; debía volver a casa por un asunto que no podía comentar. Eh Leshali se quedó; parecía satisfecha, aunque no dijo por qué.

Anna fue a ver a Ettin Gwarha.

—¿Qué está ocurriendo? Mats se marcha sin decirme nada, y Eh Leshali parece el gato que se comió el canario.

El general arrugó el entrecejo y pidió una explicación. Sabía que existían los gatos, unos pequeños animales domésticos que mataban ratones, ¿pero qué era un canario? ¿Una especie de ratón? ¿En qué sentido se podía decir que Eh Leshali parecía un comedor de ratones que acababa de hacer su trabajo?

Anna le explicó lo de los gatos y los canarios.

—Ah —exclamó el general y le explicó lo que ocurría con Mats.

El Tejido había decidido que necesitaba información sobre la moralidad humana tal como aparecía descrita en el arte de los humanos. Querían ver todas las obras de Shakespeare William que habían sido traducidas a la lengua principal hwarhath; Eh Matsehar regresaba a su hogar para trabajar en un festival de obras de Shakespeare.

Nick iba a moderar el debate con el público después de cada obra. Anna tuvo la súbita y maravillosa visión de un teatro lleno de matronas peludas con Nick en el escenario respondiendo preguntas, paseando de un lado a otro, con las manos en los bolsillos o repantigado en un sillón.

—¿Qué sucederá si el Tejido decide que los humanos no somos personas?

—Ésa es una pregunta difícil —repuso Ettin Gwarha.

—¿Qué ocurrirá con Nick y con usted?

Estaban en el despacho del general. El tapiz había sido reemplazado por el holograma de un desierto amarillo bajo un ceniciento cielo verde. De éste colgaban dos lunas que despedían un brillo pálido bajo la luz del sol. Una era una luna creciente. La otra era una media luna. Ettin Gwarha observó el holograma y luego la miró a los ojos.

—Creo que lograré salvarle la vida. Aunque es una perversión practicar el acto sexual con animales… no es, por supuesto, tan malo como hacerlo con mujeres o niños; y no tenemos mascotas en el perímetro; y, por supuesto, no se permite que los animales peligrosos anden sueltos en las zonas habitadas por la gente.

A ella se le empezó a erizar la piel.

—Por su expresión me doy cuenta de que lo que digo le resulta desagradable. Eso es lo que ocurre cuando se hacen preguntas, miembro Pérez. Uno descubre cosas a menudo desagradables. Deje a los hombres las actividades de los hombres.

Llegaron y se marcharon más mujeres. Pero los grupos ahora eran más pequeños y no incluían políticas. El Tejido tenía la información que necesitaba, dijo Ettin Gwarha. Ahora comenzarían las discusiones y verían las obras de Shakespeare. Eso había quedado para el final, con el fin de que el Cuerpo de Arte tuviera tiempo de ensayar.

Anna empezaba a ponerse nerviosa. Le disgustaba esperar los resultados de cualquier tipo de examen, y éste era realmente importante. Toda la especie podía obtener un suspenso. Necesitaba distraerse con algo. Sacó sus notas de Reed 1935-C. Durante los dos —no, casi tres— últimos años las había llevado consigo, pensando que tenía que ponerse a trabajar en serio en ellas. Al principio había estado tratando con los humanos del servicio de información militar; concluida esa etapa, había estado ocupada intentando encontrar una forma de ganarse la vida y volver al espacio; y luego había estado ocupada aquí. Y quizá creía que no valía la pena. Le había parecido que su carrera estaba arruinada. Pero la situación había cambiado. Ya sabía sobre las mujeres hwarhath más que cualquier humano, salvo Nicholas Sanders, tal vez, y si lograba llegar al planeta nativo de los hwarhath, se convertiría en alguien insuperable. Ningún erudito humano estaría a su altura.

Pero tenía que escribir y publicar.

Primero algunos artículos sobre los seudosifonóforos, luego el material importante: la cultura de las mujeres hwarhath.

Anna puso manos a la obra.

<p>III</p>

Una tarde regresó a sus habitaciones. Cuando la puerta se abrió sintió olor a café.

Nick estaba de pie en la sala de estar, con su tazón en la mano; cuando ella entró, lo levantó.

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