El lenguaje era torpe en algunos fragmentos, y le resultó raro leer el famoso monólogo, las palabras finales de Macbeth: «El día de mañana, y de mañana, y de mañana.» La traducción al idioma
¡Sorprendente! Se fue a dormir.
Al día siguiente, Matsehar le sirvió de escolta.
—¿Lo has leído? ¿Qué te ha parecido?
—¿Por qué me acompañas de un lado a otro? ¿Qué haces en esta estación? Eres una especie de genio.
Él se detuvo en medio del pasillo y la observó. Se miraron a los ojos.
—¿Eso significa que te ha gustado?
—Es maravillosa. Espléndida.
Seguramente él recordó que entre ambos no existía parentesco alguno, porque bajó la vista enseguida.
—Estoy aquí para estudiar a los humanos, y te sirvo de escolta porque Nicky me lo pidió. Creo que él quería que tu escolta fuera alguien de su confianza, alguien que no se dedicara a la política, alguien que no sintiera rechazo por los conocidos hábitos de la humanidad.
Otra vez la heterosexualidad alzaba su espantosa cabeza.
Siguieron caminando.
—Tuve que resumirla —aclaró Matsehar—. ¡Vuestras obras son tan largas! He intentado simplificarla. La sencillez tiene un gran poder, y la obra trata del poder. ¡Ah! ¡Corre como un torrente de sangre!
Empezó a pronunciar un discurso sobre la obra. Sin duda, era un hombre que apreciaba su propio trabajo.
—Lo que debe permanecer, además de la violencia, es el sentimiento de horror y extrañeza; y la moraleja debe conservarse y ser clara. Hasta la persona más estúpida del público debe comprender que la obra trata de la avaricia y los malos modales.
—¿De los malos modales? —preguntó Anna.
—¿Conoces a un anfitrión peor que Macbeth?
Anna se echó a reír.
—Supongo que no. ¿Entonces ésa sería tu descripción de
—Sí, y es una obra que habla de una violencia que no ha sido contenida dentro de un marco moral.
Llegaron a la entrada de los aposentos de los humanos. Matsehar se detuvo y arrugó el entrecejo.
—No estoy conforme con la traducción del título. «Castigo» es una palabra fuerte y dura. Me gusta cómo suena. Pero su significado no es el más apropiado.
—¿Crees en los fantasmas? —preguntó Anna.
—Sí y no —repuso Matsehar—. Pero, reales o no, sería bueno tener un lugar donde guardarlos.
¡Al demonio con aquella gente! ¿Es que no habían oído hablar del término medio? ¿Cómo podía responder
Al cabo de pocos días llegó a la estación la primera delegación del Tejido: cinco mujeres corpulentas de edad mediana, vestidas con ricas túnicas. Llevaban una nueva traductora: una mujer alta y demacrada, de pelaje color gris acero y un aire de absoluta seriedad. Se llamaba Eh Leshali y era prima hermana de Eh Matsehar.
Según Leshali, Matsehar había dicho a sus parientes que aprendieran inglés.
—Cuantos más, mejor, dijo. Es el único consejo que nos ha dado Matsehar en la vida. Dijo que seguramente nos sería útil. Así que lo aprendimos. Mats es raro, pero a nadie se le ocurriría decir que es estúpido.
Eso era verdad, aunque Anna no lo consideraba especialmente raro. En muchos sentidos, le parecía el alienígena más normal que había conocido, tal vez porque carecía de la certeza que tenían los demás. Mats consideraba que el universo estaba lleno de ambigüedad. Vaihar no lo veía así; diferenciaba lo bueno de lo malo. En cuanto a Ettin Gwarha, ella tenía la impresión de que quizá veía el universo tal como lo veía Mats, pero que se negaba a hacerlo, como quien aparta la mirada de algo enorme y terrible.
Pero tal vez estaba equivocada. ¿Qué sabía realmente de los alienígenas? Más de lo que sabía al llegar a la estación, pero mucho menos de lo que las mujeres
Los alienígenas disponían de muchos datos. Ahora querían una explicación. ¿Cómo podía ser así la humanidad? ¿Cómo era ser un humano? ¿Cómo era ser una mujer en la Tierra?
Ella respondió lo mejor que pudo. Al menos no tenía que preocuparse por la posibilidad de revelar información estratégica. Descubrió que explicaba cosas como el cuidado de los niños, o la filosofía ética humana, o su propio trabajo con la conducta animal.
Inofensivo, dijo Cyprian Mclntosh.