Читаем Círculo de espadas полностью

Llegaron otras mujeres a la estación y el primer grupo se marchó. Tsai Ama Ul se fue con éste.

La necesitaban en casa, según dijo Ettin Gwarha a Anna. La discusión sobre la humanidad avanzaba, aunque nadie podía afirmar cómo iba a terminar, y las mujeres de Ettin decidieron presentar a todos sus posibles aliados.

Las dos traductoras se mantuvieron en un segundo plano. A sus alturas, Anna había trabado amistad con Ama Tsai Indil. Pero Eh Leshali, que parecía carecer totalmente de sentido del humor, no le caía demasiado bien.

Seguían llegando mujeres. Algunas se quedaban unos días, la observaban como si fuera algo realmente raro —un pájaro exótico, un objeto encontrado debajo de una roca—, le hacían un par de preguntas breves y se marchaban. En general, eran políticas, le señaló Indil. Las científicas y filósofas y teólogas se quedaban un poco más. Anna mantenía con ellas conversaciones interesantes.

De vez en cuando hablaba con Ettin Gwarha en sus aposentos o en el despacho de él, lugares donde podían hacerlo con tranquilidad.

Las tías de Gwarha habían planteado la cuestión de si la humanidad debía ser invitada a defenderse ante el Tejido; el gobierno hwarhath decidió que no. Se mostraban reacios a llevar a los humanos al mundo nativo, y en realidad no querían explicar qué les resultaba tan atemorizante de la conducta humana.

Anna fue invitada, junto con Nicholas y diversos prisioneros humanos: una variopinta colección de espías y militares de carrera y personas como ella, científicos que por una u otra razón habían sido sorprendidos por la guerra.

La discusión con el Tejido fue feroz, le comunicó el general. Sus tías aún no estaban dispuestas a predecir el resultado de las votaciones.

—Ellas no me lo cuentan todo, miembro, y aún menos cuándo envían mensajes. No hay ninguna vía de comunicación absolutamente segura, menos todavía si llega al perímetro.

Era espeluznante que el Pueblo dijera cosas como ésa, que le recordaban lo competitivos que eran, cuan violentos e irrespetuosos con la libertad y la intimidad personal. Sin embargo, a ella le caían bien. ¿Por qué? ¿Por el pelaje? ¿O por sus orejas grandes? ¿Por su honestidad? ¿O por su resistencia a lastimar a las mujeres y a los niños, un rasgo que le parecía absolutamente encantador?

Los hwarhath aún se cuidaban de lo que le decían, aunque las mujeres eran menos cautelosas que los hombres. Sin embargo, estaba aprendiendo cosas de su cultura. Las preguntas que las mujeres le hacían eran reveladoras, lo mismo que las respuestas a sus preguntas.

Era posible que no comprendieran realmente a lo que ella se había dedicado profesionalmente antes de los acontecimientos que habían tenido lugar en Reed 1935-C. Estaba entrenada para observar sociedades animales carentes de lenguaje. Existía más de una forma de comunicarse, aunque los animales verbales tenían tendencia a olvidarlo: el movimiento, la postura, la entonación, la mirada. Los hwarhath eran muy expresivos físicamente. Las mujeres no tenían que usar la palabra para darle información. Anna notó la excitación que experimentaba cada vez que lograba dar sentido a sus observaciones.

Los otros miembros del equipo humano se estaban impacientando. Nadie había previsto que las negociaciones se prolongaran tanto; la primera ronda había terminado relativamente rápido. Charlie dijo que no podía pedir al gobierno de la Confederación que los mandara a casa. Se habían hecho muchos progresos.

Los negociadores habían concretado todos los detalles del intercambio de prisioneros y ahora discutían la forma de que las dos especies vigilaran sus fronteras en caso de que se llegara a un acuerdo. No era fácil, dijo Charlie. Las fronteras tenían demasiadas dimensiones y su continuidad no resultaba comprensible para la gente corriente.

¿Cómo se vigila algo que no se puede visualizar ni imaginar?, preguntó.

Anna no conocía la respuesta.

A mitad de año, Charlie pidió autorización para enviar parte de su equipo al espacio humano y traer gente nueva. Necesitaba físicos.

Los dos principales parecían incómodos y dijeron que tenían que discutir el problema. Cuando regresaron, un día después, Lugala Tsu dijo:

—Si os permitimos enviar vuestra nave a casa, la posición de esta estación será conocida. Se construyó para celebrar estas reuniones y podemos permitirnos el lujo de perderla. Los hombres que están en ella pueden ser reemplazados, incluso Ettin Gwarha y yo. —Miró de reojo al general—. ¿No es así?

—El lugar de los principales es el frente —respondió Ettin Gwarha. Su tono de voz indicaba que estaba de acuerdo.

—Pero aquí hay mujeres —añadió Lugala Tsu—. Y no podemos ponerlas en peligro.

Muy bien, dijo Charlie. Se pondría fin a las discusiones entre Anna y las mujeres. Los humanos enviarían a Anna de regreso al espacio humano. Los hwarhath podrían enviar a sus mujeres a un lugar seguro.

Oh, mierda, pensó Anna, que escuchaba desde la sala de observación.

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