Читаем Círculo de espadas полностью

Los dos principales se miraron. Ettin Gwarha inclinó la cabeza. Lugala Tsu se echó hacia delante y habló con su voz áspera y profunda.

Anna esperó a oír la traducción.

—Hay cosas que no comprendéis, Khamvongsa Charlie. Nosotros no decimos a las mujeres lo que deben hacer. Podemos transmitirles tu sugerencia, pero no creo que le presten demasiada atención. Lo que están haciendo es importante. Lo que decidan con respecto a la humanidad influirá y tal vez resulte decisivo para lo que ocurra en esta habitación. Si ellas se detienen, no veo la forma de que nosotros sigamos adelante.

Charlie lo miró con desconcierto y Ana tuvo la impresión de que en realidad no entendía lo que Lugala Tsu le estaba diciendo. Finalmente dijo:

—Si el problema es nuestra nave, estamos dispuestos a viajar en una de las vuestras.

Ettin Gwarha se inclinó ligeramente hacia delante. Eso era algo a tener en cuenta, dijo a los humanos. El principal Lugala y él tendrían que conversar.

Anna pensó que ahora los dos hombres se llevaban mejor. Tal vez se debía a la ausencia de la madre de Lugala. Sin ella, el principal parecía más maleable, menos seguro.

La reunión concluyó y los humanos almorzaron: tallarines y vegetales en vinagre. Empezaban a quedarse sin provisiones.

—Si no logramos irnos de aquí enseguida, tendremos dificultades —advirtió Sten—. La unión insistirá.

—Y con razón —añadió Dy Singh.

—No os preocupéis por eso —dijo Charlie—. Lo que sí me desconcierta es esto: si hubiéramos querido comunicar la posición de esta estación a nuestro planeta, podríamos haberlo hecho por valija diplomática. Eso es evidente. Ellos deberían haberlo pensado.

Cyprian Mclntosh asintió.

—Creo que no quieren que veamos lo que han estado haciendo en los diversos puntos de transbordo a lo largo de nuestra ruta. Supongo que han trasladado allí material, sin duda al primer punto de transbordo, por si nuestra gente decide seguirnos.

Charlie reflexionó un instante.

—Insistiremos en regresar a casa en una de sus naves. Yo no iré, por supuesto. Éste es el trabajo más importante de mi vida. Pero los demás… —miró a Anna—. No te sientas obligada a quedarte. Si las conversaciones con las mujeres son tan importantes, podemos traer gente nueva.

Anna sacudió la cabeza.

—No voy a renunciar a esta oportunidad.

—¿No echas de menos la Tierra? —preguntó Etienne.

—No.

—No te comprendo —dijo Etienne.

—No has pasado el tiempo suficiente en el límite de la Confederación —comentó Mclntosh—. Hay infinidad de humanos que serían felices si nunca tuvieran que volver a la Tierra, ni siquiera a su sistema. Tengo razón, ¿verdad, Anna?

—Sí.

—Aunque en su mayoría todavía gustan de estar entre los humanos —había un matiz áspero en la voz de Cyprian. Se había insinuado a Anna repetidas veces. ¡Qué antigua expresión tan maravillosa! A Anna le recordaba la conducta de muchos de los animales que había observado, que hacían verdaderos avances y retrocesos en las primeras etapas del cortejo amoroso. Un par de hombres más del equipo diplomático habían demostrado un interés similar en ella. Apenas resultaba sorprendente, dada la cantidad de tiempo que llevaban en la estación hwarhath.

Charlie había desalentado las visitas a la nave espacial humana. Los hwarhath podían sentirse incómodos si había demasiados viajes de ida y vuelta. En cualquier caso, las mujeres de la nave habían establecido relaciones con otros miembros de la tripulación. A todos los efectos Anna era prácticamente la única mujer humana en centenares de años luz. Lo cual resultaba incómodo, pero se había encontrado en situaciones similares mientras hacía sus trabajos de campo. Su respuesta siempre había sido negativa. Cyprian le caía bien, pero le recordaba demasiado a la gente del servicio de información militar; los otros hombres no le interesaban; y las habitaciones de los humanos estaban llenas de micrófonos ocultos. Se le erizaba la piel de sólo pensar que alguien como Ettin Gwarha pudiera escuchar —y ver, por lo que ella sabía— una grabación en la que ella apareciera haciendo el amor con un hombre.

No. En la vida había algo más aparte del deseo y su satisfacción. No pensaba arruinar su credibilidad ante los alienígenas.

Dos días más tarde, los principales dieron una respuesta. Si los humanos estaban dispuestos a viajar en la nave hwarhath y a quedar muy limitados durante la travesía, podían irse y luego traer a otros humanos. Pero no había otra alternativa. La estación y las mujeres debían quedar protegidas.

El equipo de humanos estuvo de acuerdo y la mayoría de ellos se marcharon. Charlie se quedó y Cyprian también.

—Voy a ocuparme de esto hasta el final, y si tengo suerte estaré en casa a tiempo para ver los Partidos Internacionales del año próximo. Pero tengo que deciros algo… —El ritmo isleño de su voz se acentuó—. Las cosas más encantadoras del universo son la hierba verde y los pantalones de franela y las mujeres del Caribe. —Hizo una breve pausa—. Y la música, la música isleña. He estado soñando con el criquet y el carnaval.

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