A este espía inglés la vieja adivina lo vio, según le contó a Reiter, en sólo dos ocasiones. En la primera le dio alojamiento en su casa y le tiró las cartas. Tenía la suerte de su lado. En la segunda y última le proporcionó ropa y documentos, pues el inglés (o escocés) volvía a Inglaterra. Fue entonces cuando el espía se deshizo de su chaqueta de cuero. Otras veces, sin embargo, la vieja no quería ni oír hablar del espía. Sueños, decía, ensoñaciones, representaciones carentes de sustancia, espejismos de vieja razonablemente desesperada. Y entonces volvía a decir que la chaqueta de cuero había sido de un esbirro de la Gestapo, uno de los que se encargaron de localizar y reprimir a los desertores que a finales del 44 y principios del 45 se hicieron fuertes (fuertes es un decir) en la noble ciudad de Colonia.