A la hora de la cena, ambas estaban calladas, pálidas y agotadas. Las dos dieron un respingo cuando sonó el teléfono. Acababan de decidir dejar la cena para más tarde, aunque Ophélie sabía que Pip tendría que comer en un momento dado, tuviera apetito o no. Por lo que a ella respectaba, nunca vacilaba en saltarse una comida.
Ophélie no se movió, porque no quería hablar con nadie, de modo que Pip se levantó para contestar. Al escuchar su voz, el rostro se le iluminó.
– Hola, Matt. Sí, muy bien-dijo en respuesta a su pregunta.
Sin embargo, Matt advirtió por su tono de voz que no era cierto, y al poco Pip rompió a llorar mientras su madre la observaba.
– No, en realidad, fatal. Es horrible. No nos gusta nada estar aquí.
Sus palabras incluían a su madre, y Ophélie contempló la posibilidad de detenerla, pero no lo hizo. Si Matt iba a ser su amigo, más valía que estuviera al corriente de la verdadera situación.
Pip escuchó durante largo rato sin dejar de asentir. Por lo menos había conseguido dejar de llorar. Al cabo de unos minutos se sentó en una silla de la cocina.
– Vale, lo intentaré. Se lo diré a mi madre… No puedo… Mañana empiezo la escuela.
En su rostro se dibujó una expresión complacida al escuchar las siguientes palabras de Matt.
– Vale… se lo preguntaré… -dijo antes de volverse hacia su madre y cubrir el micrófono con la mano-. ¿Quieres hablar con él?
– Dile que ahora no puedo -susurró Ophélie, meneando la cabeza.
No quería hablar con nadie; se sentía demasiado desgraciada y sabía que no podía fingir buen humor. Una cosa era que Pip llorara en el hombro de Matt, pero ella no podía hacerlo. No le parecía apropiado y no quería.
– Vale -repitió Pip a Matt-, se lo diré. Te llamaré mañana.
Ophélie empezaba a dudar de la conveniencia de estar en contacto constante con Matt, pero quizá no había nada de malo en ello, si proporcionaba consuelo a Pip. En cuanto colgó, la niña le contó la conversación.
– Dice que es normal que nos sintamos así porque vivíamos aquí con Chad y papá, y que no tardaremos en estar mejor. Dice que hagamos algo divertido esta noche, como encargar comida china o pizzas, o que salgamos. Ah, y que pongamos música alegre y muy fuerte, y que si estamos demasiado tristes, que durmamos juntas. Dice que mañana deberíamos salir a comprar algo bien estrafalario, pero le he dicho que no puedo, que tengo que ir a la escuela. Pero las otras ideas suenan bien. ¿Quieres que pidamos comida china, mamá?
No habían comido comida china en todo el verano, y a ambas les gustaba.
– La verdad es que no me apetece mucho, pero ha sido muy amable al sugerirlo.
A Pip le gustaba especialmente la idea de la música, y de repente Ophélie se dijo que a fin de cuentas no costaba nada intentarlo.
– ¿A ti te apetece comida china, Pip? -preguntó, aunque le parecía un poco absurdo, porque ninguna de las dos tenía hambre.
– Claro, ¿por qué no pedimos rollos de primavera y wonton frito?
– Yo prefiero dim sum -añadió Ophélie con aire pensativo antes de buscar el folleto del restaurante sobre el mostrador de la cocina.
– También quiero arroz frito con gambas -pidió Pip mientras su madre hacía el pedido por teléfono.
Al cabo de media hora sonó el timbre, y pocos minutos más tarde se sentaron a comer a la mesa de la cocina. Por entonces, Pip había puesto una música espantosa al máximo volumen tolerable. Ambas tuvieron que reconocer que se sentían mejor que una hora antes.
– Ha sido una idea un poco tonta -comentó Ophélie con una sonrisa tímida-, pero Matt ha sido muy amable al dárnosla.
Y lo cierto era que había funcionado mejor de lo que quería admitir. Le daba cierta vergüenza que un poco de comida china y uno de los compacts de Pip pudieran paliar parte del sobrecogedor dolor que reinaba en sus vidas, pero lo cierto es que así era.
– ¿Puedo dormir contigo esta noche? -preguntó Pip titubeante mientras subían la escalera tras limpiar la cocina y guardar los restos en el frigorífico.
Alice, la mujer de la limpieza, había dejado provisiones suficientes para el desayuno del día siguiente, y Ophélie tenía intención de salir a hacer la compra por la mañana. La petición de Pip la sobresaltó, porque la niña no le había preguntado ni una sola vez en todo el año si podía dormir con ella. Le daba miedo entrometerse en la intimidad de su madre y, paralizada por el dolor, Ophélie nunca se lo había ofrecido.
– Supongo que sí… ¿Seguro que quieres?
Había sido idea de Matt, pero a Pip le parecía estupenda.
– Me gustaría mucho.