– Has comprado algo estrafalario. ¿Te acuerdas? Es lo que Matt dijo anoche, que fuéramos a comprar algo bien estrafalario. Y yo le dije que tenía escuela y que no podía ir, ¡pero lo has hecho tú! ¡Te quiero, mamá!
Ni corta ni perezosa, se calzó las zapatillas de Elmo sobre los zapatos escolares y contempló el efecto extasiada, mientras Ophélie la miraba con los ojos abiertos como platos. No sabía si había actuado movida por un mensaje subliminal, pero lo cierto era que no había pensando en la sugerencia de Matt ni en él al comprar las zapatillas; sencillamente le habían gustado. Pero desde luego, podían tildarse de estrafalarias, y a Pip le encantaban.
– Tendrás que ponerte las tuyas en cuanto lleguemos a casa. ¿Me lo prometes?
– Te lo prometo -aseguró Ophélie con solemnidad.
Condujo hasta casa sin dejar de sonreír. A decir verdad, había sido un buen día, y la emocionaba la perspectiva de la entrevista en el albergue para indigentes. Se lo contó a Pip durante el trayecto, y la niña quedó impresionada y contenta al ver que su madre estaba mejor. El regreso a casa había sido espantoso, pero las cosas parecían arreglarse poco a poco. Los agujeros negros no parecían tan oscuros y profundos, y Ophélie se sentía capaz de salir de ellos con mayor rapidez. En el grupo le habían asegurado que eso sucedería a la larga, pero ella no lo había creído. Sin embargo, parecía que empezaba a ser cierto.
Pip hizo que se pusiera las zapatillas de Grover en cuanto llegaron a casa y, después de tomarse un vaso de leche, una manzana y una galleta, llamó a Matt antes de ponerse a hacer los deberes. Matt acababa de volver de la playa, y Ophélie estaba arriba, probablemente en su habitación, pensó Pip mientras se sentaba en un taburete de la cocina y esperaba a que Matt contestara. Cuando descolgó parecía estar sin resuello, como si hubiera corrido para coger el teléfono.
– Solo llamaba para decirte que eres muy inteligente -anunció Pip.
Matt sonrió al escuchar su voz.
– ¿Eres tú, señorita Pip?
– Sí, señor, y eres un genio. Pedimos comida china, puse mi mejor disco, y nos lo pasamos bien… Y hoy mi madre nos ha comprado a las dos zapatillas de Barrio Sésamo, de Grover para ella y de Elmo para mí. Y me encantan mis profesores, menos una, que es repugnante.
Matt percibió en su voz que las cosas iban mucho mejor que la noche anterior y se sintió como si acabara de ganar un importante galardón. Experimentaba una felicidad casi embarazosa.
– Quiero ver las zapatillas. Estoy celoso y quiero unas.
– Tienes los pies demasiado grandes; de lo contrario le pediría a mamá que te comprara unas.
– Qué pena. Siempre me ha gustado Elmo. Y también Gustavo.
– Y a mí, aunque Elmo me gusta más.
Luego se puso a hablar de la escuela, de sus amigos, de sus profesores, y al cabo de un rato le dijo que tenía que ir a hacer los deberes.
– Muy bien. Dale saludos a tu madre. Mañana os llamaré -prometió.
Se sentía como cuando llamaba a sus hijos, feliz y triste a la vez, emocionado y esperanzado, como si tuviera una razón para vivir. Se obligó a recordarse que Pip no era hija suya. Ambos sonreían al colgar el teléfono, y Pip asomó la cabeza al dormitorio de su madre de camino a su propia habitación.
– He llamado a Matt y le he contado lo de las zapatillas. Te manda recuerdos -anunció Pip con aire satisfecho, y Ophélie le sonrió desde el otro extremo de la estancia.
– Qué amable -repuso sin parecer emocionada, tan solo contenta y tranquila.
– ¿Puedo volver a dormir contigo esta noche? -pidió Pip casi con timidez.
Llevaba las zapatillas de Elmo, aunque se había quitado los zapatos, y Ophélie llevaba las de Grover, tal como había prometido.
– ¿Ha sido idea de Matt? -inquirió Ophélie con curiosidad.
– No, mía.
Era cierto, pues Matt no le había dado ninguna sugerencia esta vez. No hacía falta; les había echado un cable la noche anterior, pero ahora, al menos de momento, sus amigas estaban bien.
– Me parece bien -accedió Ophélie.
Pip fue a su habitación dando brincos para hacer los deberes.
Fue otra velada agradable para ambas. Ophélie no sabía cuánto tiempo seguirían durmiendo juntas, pero a las dos les gustaba. No entendía cómo no se le había ocurrido antes. Resolvía un montón de problemas y les resultaba reconfortante para ambas. No pudo por menos de pensar en los cambios positivos que Matt había introducido en su vida.
Capítulo 13
Ophélie tenía cita en el centro Wexler a las nueve y cuarto. Dejó a Pip en la escuela y condujo derecha hacia la zona sur de Market. Llevaba vaqueros y una gastada cazadora de cuero negro. De camino al colegio, Pip comentó que estaba muy guapa.
– ¿Vas a alguna parte, mamá?