No le dijo que en los armarios de su dormitorio aún guardaba toda la ropa de Ted, ni que todas las cosas de Chad seguían en la habitación del muchacho. No había tocado nada, y el hecho de saber que todo continuaba allí la deprimía. No obstante, se sentía incapaz de desprenderse de aquellas cosas. Andrea ya le había advertido que no era saludable conservarlas, pero al menos de momento era lo que Ophélie quería hacer. No estaba preparada para ningún cambio, o por lo menos no lo había estado hasta entonces. Se preguntó si después del verano vería las cosas de un modo distinto; aún no lo sabía con certeza.
– Me parece muy inteligente que no te precipitaras. Siempre estás a tiempo de vender la casa si quieres. Probablemente sea mejor no hacer pasar a Pip por el trauma de una mudanza. Sería un cambio enorme para ella si habéis vivido en la casa durante mucho tiempo.
– Desde que ella tenía seis años, y le encanta, más que a mí.
Permanecieron un rato sentados en silencio, disfrutando de su mutua compañía. Tras apurar la copa de vino, Matt se levantó, y Ophélie lo imitó. El fuego de la chimenea empezaba a extinguirse.
– Te llamaré la semana que viene -prometió Matt.
Ophélie se sintió reconfortada por su promesa; Matt constituía una presencia masculina sólida y fiable en su vida, como un hermano.
– Llámame si necesitas algo o si hay algo que pueda hacer por Pip -añadió él, sabedor de que se preocuparía por ellas.
– Gracias, Matt -murmuró Ophélie-. Gracias por todo. Has sido un buen amigo para las dos.
– Y pretendo seguir siéndolo -aseguró Matt, rodeándole los hombros con el brazo mientras ella lo acompañaba al coche.
– Nosotras también. Cuídate mucho. No pases tanto tiempo solo, Matt, no es bueno para ti. Ven a vernos a la ciudad, así te distraerás.
Ahora que sabía más de su vida, imaginaba cuan solo debía de sentirse a veces, al igual que ella. Muchas personas a las que habían amado habían desaparecido de sus vidas, por muerte, divorcio y circunstancias que ninguno de los dos había buscado. Las mareas de la vida habían arrastrado consigo personas, lugares y recuerdos queridos con excesiva rapidez, al igual que el mar había arrastrado consigo al muchacho al que habían salvado pocos días antes.
– Buenas noches -musitó Matt, sin saber qué otra cosa decir.
Al marcharse la saludó con la mano y la observó mientras entraba de nuevo en la casa. Luego condujo hasta su casita de la playa, deseando ser más valiente, deseando que la vida fuera diferente.
Capítulo 12
– Adiós, casa -se despidió Pip con solemnidad cuando se fueron.
Ophélie cerró la puerta y dejó las llaves en el buzón del agente inmobiliario. El verano había tocado a su fin. Cuando pasaron por la estrecha y sinuosa calle donde vivía Matt, Pip permaneció muy callada. De hecho, no habló hasta que alcanzaron el puente.
– ¿Por qué no te gusta? -espetó de repente, volviéndose hacia su madre con expresión acusadora.
– ¿Quién? -replicó Ophélie, perpleja.
– Matt. Creo que a él le gustas -insistió Pip con furia, desconcertando aún más a su madre.
– Y él a mí. ¿De qué estás hablando?
– Quiero decir como hombre… ya sabes… como hombre.
Se acercaban al peaje, y Ophélie buscó las monedas correspondientes antes de mirar a su hija.
– No quiero ningún novio, soy una mujer casada -sentenció con firmeza con las monedas en la mano.
– No es verdad, eres viuda.
– Es lo mismo, o casi. ¿A qué viene todo esto? Y por cierto, no… no creo que le guste «como novia». Y aunque así fuera daría igual. Es nuestro amigo; no lo estropeemos.
– ¿Por qué iba a estropearlo? -insistió Pip con obstinación.
Llevaba toda la mañana pensando en el asunto y además ya echaba de menos a Matt.
– Lo estropearía, te lo aseguro. Soy una persona mayor y lo sé. Si empezáramos una relación, alguien saldría malparado y todo se acabaría.
– ¿Siempre sale alguien malparado? -musitó Pip, decepcionada, pues no le parecía un dato alentador precisamente.
– Casi siempre, y entonces las dos personas ya ni se caen bien y no pueden seguir siendo amigas. Y en ese caso, no podrías ver a Matt. Piensa en lo triste que sería eso. -Ophélie fue muy concluyente con su punto de vista.
– ¿Y si os casáis? Entonces no pasaría nada de eso.
– No quiero volver a casarme, ni él tampoco. Quedó destrozado cuando su mujer lo dejó.
– ¿Te ha dicho él que no quiere volver a casarse? -preguntó Pip, escéptica; no le parecía demasiado creíble.
– Más o menos. Un día hablamos de su matrimonio y su divorcio. Por lo visto fue muy traumático.
– ¿Te ha pedido que te cases con él? -inquirió la niña con expresión súbitamente esperanzada.
– Claro que no, qué tontería.
Desde la perspectiva de Ophélie, aquella conversación era absurda.
– Entonces, ¿cómo sabes lo que piensa sobre el tema?
– Lo sé, y ya está. Además, yo no quiero volver a casarme; todavía me siento casada con tu padre.
A Ophélie le parecía una actitud muy noble, pero Pip se enfureció, lo cual sorprendió a su madre.
– Bueno, pues está muerto y no volverá. Creo que deberías casarte con Matt y así podríamos conservarlo.