– Tendrás que ponerte corbata -comentó con cautela, esperando que eso no lo hiciera cambiar de opinión.
– Me parece que tengo una por alguna parte -repuso él con una sonrisa-. Probablemente de sujeción para alguna cortina.
De hecho, tenía muchas; lo que no tenía era muchas ocasiones para lucirlas, aunque podría si quisiera, lo que no era el caso. Lo único que hacía en la ciudad era ir al dentista, al banco o al abogado. No obstante, tenía intención de visitar a Ophélie y Pip. Se habían convertido en dos personas importantes para él, y después del drama que había compartido con Ophélie a principios de semana, se sentía más cerca de ella que nunca.
Las llevó a casa, y Ophélie lo invitó a tomar una copa de vino, que Matt aceptó encantado. Ophélie le sirvió una copa de vino tinto mientras Pip iba a ponerse el pijama. Matt estaba muy a gusto en aquella atmósfera tan hogareña y preguntó a Ophélie si quería que encendiera el fuego. Las noches siempre eran frescas, y pese al calor reinante en septiembre, el aire nocturno ya olía a otoño.
– Sería estupendo -repuso Ophélie en referencia al fuego.
En aquel momento, Pip fue a darles las buenas noches y prometer a Matt que lo llamaría pronto. El pintor ya le había dado su número, y Ophélie también lo tenía por si Pip lo perdía. Abrazó una vez más a Pip y luego se agachó para preparar el fuego, observado por Mousse. Había olvidado lo que significaba vivir rodeado de una familia, y detestaba reconocer cuánto le gustaba.
El fuego ya chisporroteaba con fuerza cuando Ophélie volvió de arropar a Pip, una tradición que había reavivado en las últimas semanas. Mientras contemplaba las llamas, Ophélie se dio cuenta de hasta qué punto habían cambiado las cosas en los tres meses que habían pasado allí. Se sentía casi humana, si bien aún echaba de menos a su marido y a su hijo. Sin embargo, el dolor de su ausencia resultaba algo más soportable que tres meses antes. El tiempo marcaba cierta diferencia.
– Estás muy seria -comentó Matt.
Se sentó junto a ella y tomó un sorbo del vino que ella le había servido. Era el resto de la botella que había llevado con ocasión de la cena. Ophélie bebía poco, máxime teniendo en cuenta que era francesa.
– Estaba pensando en que me siento mucho mejor que cuando llegué. A las dos nos ha sentado bien estar aquí. Pip también parece más feliz, en gran parte gracias a ti. Le has alegrado el verano -aseguró Ophélie con una sonrisa de gratitud.
– Y ella a mí, y tú también. Todos necesitamos amigos; a veces se me olvida.
– Llevas una vida muy solitaria aquí, Matt -observó ella.
Matt asintió. Era lo que había querido durante los últimos diez años, pero ahora, por primera vez en mucho tiempo, se le antojaba demasiada soledad.
– Es bueno para mi trabajo o algo por el estilo. Al menos eso es lo que me repito una y otra vez. Además, esto no está tan lejos de la ciudad; puedo ir siempre que quiera.
Y lo haría para visitarlas. No obstante, se sobresaltó al darse cuenta de que, pese a la proximidad, llevaba un año sin ir a la ciudad. A veces, el tiempo volaba sin que uno lo notara.
– Espero que vayas a visitarnos a menudo, a pesar de mi talento culinario -dijo Ophélie con una carcajada.
– Os invitaré a cenar -repuso Matt medio en broma.
Pero, de hecho, le encantaba la perspectiva. Suavizaría la pena de su partida, que sin duda lo golpearía como un mazo a la mañana siguiente.
– ¿Qué harás cuando Pip vuelva a la escuela? -preguntó, preocupado por ella.
Sabía que se sentiría sola. Nunca había dispuesto de tanto tiempo como ahora, cuando solo tenía que cuidar de Pip. Estaba acostumbrada a encargarse de dos hijos y un marido.
– Puede que siga tu consejo y busque trabajo de voluntaria en un albergue para indigentes -repuso Ophélie.
Lo había pasado bien leyendo la documentación que Blake Thompson, el director de la terapia de grupo, le había dado. Parecía una actividad interesante y atractiva.
– Creo que se te daría muy bien. Y puedes venir cualquier día a comer conmigo, si no tienes nada mejor que hacer. Esto está precioso en invierno.
También a ella le gustaba la playa en invierno, en cualquier estación del año, de hecho, y la invitación resultaba tentadora. Le gustaba la idea de conservar su amistad. Y pensara lo que pensase Andrea, era lo mejor para ambos, lo que ambos deseaban.
– Me encantaría -aseguró con una sonrisa.
– ¿Tienes ganas de volver a casa? -inquirió.
Ophélie meditó unos instantes con la mirada clavada en el fuego.
– La verdad es que no. Detesto la idea de volver a la casa. Siempre me ha gustado, pero ahora está tan vacía… Es demasiado grande para nosotras, pero es la casa de la familia. El año pasado no quise tomar decisiones precipitadas que más tarde pudiera lamentar.