Durante un rato hablaron de las personas sin techo y de las causas políticas y económicas que en su opinión habían originado el problema. Parecía un problema imposible de resolver, al menos de momento, pero generó una conversación interesante y, sin lugar a dudas, mucho más adulta que los temas que solía comentar con Pip mientras le enseñaba a dibujar. Ambas le caían muy bien, y se consideraba afortunado por el hecho de que sus caminos se hubieran cruzado.
Al rato, Ophélie se levantó y anunció que tenía que volver a casa. Matt le pidió que saludara a Pip de su parte.
– ¿Por qué no la saluda usted mismo? -se le ocurrió a Ophélie con una sonrisa.
Había disfrutado del rato que había pasado con él y no lamentaba haberle hablado de Chad. Decía mucho de Pip y también de él que a la niña le gustara tanto el pintor, y a Ophélie le parecía importante contarle lo valiente que había sido su hija, lo mal que lo había pasado y cuánto había perdido. Era una carga muy pesada para una niña y no menos para Ophélie. También Matt llevaba su propio equipaje, mucho más pesado de lo que ella sabía. A cierta edad, todo el mundo cargaba equipaje, heridas y cicatrices, vidas que los habían lastimado o incluso roto. Nadie quedaba indemne, en ocasiones ni siquiera los niños de la edad de Pip. Ophélie se aferraba a la idea de que la experiencia fortalecería a Pip, que la convertiría en una persona más cálida, pero lo que ya no sabía era en qué lugar la dejaría a ella. El dibujo de cicatrices que cada uno llevaba en el alma definía la personalidad. El secreto de la vida parecía residir en sobrevivir al daño y llevar bien las cicatrices. Pero, en definitiva, ningún corazón eludía el dolor; la vida era demasiado real, y a fin de amar a alguien, fuera amante o amigo, no quedaba más remedio que ser real.
– La llamaré por teléfono -prometió Matt en respuesta a la sugerencia de Ophélie.
De hecho, se sentía culpable por no haberla llamado ya, pero no quería entrometerse en la vida de Ophélie.
– ¿Por qué no viene a cenar esta noche? Cocino fatal, pero sé que a Pip le encantará verlo, y a mí también.
Era la invitación más amable que había recibido en muchos años.
– Encantado -aceptó con una sonrisa-, si no le supone demasiadas molestias.
– Al contrario, nos gustaría mucho. De hecho, creo que le daré una sorpresa a Pip. ¿Le parece bien a las siete?
Era una invitación del todo inocente e ingenua. Disfrutaba conversando con él, al igual que Pip.
– Estupendo. ¿Quiere que lleve algo? ¿Lápices de colores? ¿Vino? ¿Una goma de borrar?
Ophélie se echó a reír, pero la pregunta dio una idea a Matt.
– No hace falta. Pip se alegrará mucho de verlo.
Matt no contestó que él también, aunque era cierto y la idea lo hacía sentir como un niño. Eran dos personas encantadoras en extremo que habían sobrevivido a una cantidad ingente de tragedia y dolor. Cuanto más sabía de ellas, más las respetaba, sobre todo después de ese día. Lo que Ophélie le había contado de su hijo se le antojaba una agonía insoportable.
– Pues entonces hasta luego -se despidió con una sonrisa.
Ophélie lo saludó con la mano mientras se alejaba por la playa, y al contemplarla Matt no pudo por menos de pensar lo mucho que le recordaba a Pip.
Capítulo 7
Pip estaba tumbada en el sofá con expresión aburrida y el pie apoyado sobre un almohadón cuando sonó el timbre. Ophélie acudió a abrir, sabedora de quién se trataba. Matt llegaba puntual, y cuando abrió, el pintor apareció ante ella ataviado con jersey gris de cuello alto y vaqueros. En la mano llevaba una botella de vino. Ophélie se llevó un dedo a los labios y señaló hacia el sofá. Matt entró en la casa con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando Pip lo vio, profirió un grito de alegría y saltó del sofá a la pata coja.
– ¡Matt! -exclamó mientras paseaba la mirada entre él y su madre, encantada de la vida y sin saber a qué se debía aquella sorpresa-. ¿Cómo…? ¿Qué…? -farfulló, jubilosa y desconcertada a un tiempo.
– Hoy me he topado con tu madre en la playa, y ha tenido la amabilidad de invitarme a cenar. ¿Qué tal el pie?
– Una pesadez. Es un pie idiota y estoy harta de él. Echo de menos dibujar contigo.
Había dibujado muchas cosas sola, pero también empezaba a cansarse de eso y tenía la sensación de que su destreza recién descubierta remitía. Aquella misma tarde le había costado horrores dibujar las patas traseras de Mousse.
– He olvidado cómo se hacen las patas traseras.
– Te lo volveré a enseñar.
Acto seguido le tendió un cuaderno de dibujo nuevo y una caja de lápices que había encontrado en un cajón. Era justo lo que había prescrito el médico, y Pip se abalanzó sobre el regalo con fruición.
Mientras charlaban, Ophélie puso la mesa para los tres y abrió la botella del excelente vino francés que Matt había llevado. Si bien apenas bebía, aquel vino le gustaba y le recordaba a Francia.