Había asado un pollo en el horno y en un santiamén preparó espárragos, arroz salvaje y salsa holandesa. Era la comida más elaborada que había cocinado en un año, y lo cierto era que había disfrutado preparándola.
Matt se mostró impresionado cuando se sentaron a la mesa, al igual que Pip, que se echó a reír.
– ¿Esta noche no comemos pizza congelada?
– Pip, por favor, no reveles todos mis secretos -bromeó Ophélie con una sonrisa.
– La pizza también es la base de mi dieta, junto con las sopas instantáneas -confesó Matt.
Ofrecía un aspecto agradable y pulcro sentado a la mesa con ellas. Despedía un leve olor a colonia masculina y, por encima de todo, producía una impresión fresca, saludable y auténtica. Ophélie se había peinado para la ocasión y lucía un jersey de cachemira negra con vaqueros. Llevaba un año sin maquillarse ni llevar ropa de color, y esa noche no fue una excepción. Hasta entonces había llevado luto riguroso por Ted y Chad, pero por primera vez se preguntó si debería haberse pintado los labios al menos. Ni siquiera tenía lápiz de labios en la casa de la playa; todos sus cosméticos se habían quedado en un cajón de casa. Hacía diez meses que no se molestaba por su aspecto, pero esta noche era distinta. No era que tuviera intención de ligar con él, pero sí tenía ganas de volver a parecer una mujer. La autómata en que se había convertido el último año empezaba a recobrar vida.
Durante la cena sostuvieron una conversación muy animada, hablando de París, de arte y de la escuela. Pip declaró que no tenía ganas de volver. En otoño cumpliría doce años y empezaría séptimo. Cuando Matt le preguntó por sus amigos, respondió que tenía muchos, pero que se sentía extraña con ellos. Los padres de muchos de ellos estaban divorciados, pero ninguno había perdido a su padre. No quería que la gente la compadeciera y sabía que era así en algunos casos. Decía que no quería que se mostraran demasiado «amables» porque la entristecía. No quería sentirse diferente. Sin embargo, Matt sabía que era inevitable.
– Ni siquiera puedo ir a la cena de padres e hijas -se quejó la pequeña-. ¿A quién podría llevar?
Su madre también había pensado en el asunto sin que se le ocurriera ninguna solución. En cierta ocasión, Chad había acompañado a Pip porque su padre no podía ir, pero ya no podía hacerlo.
– Podría acompañarte yo, si quieres -se ofreció Matt con sinceridad antes de mirar a Ophélie y añadir-: Y si tu madre no se opone, claro. No veo por qué no puedes llevar a un amigo, a menos que pueda acompañarte tu madre. También podrías hacer eso, no tienes por qué seguir las reglas. Una madre vale tanto como un padre.
– No nos dejan, ya lo intentó alguien el año pasado.
A Matt se le antojaba una norma ridículamente rígida, pero, por otro lado, Pip parecía encantada ante la perspectiva de que la acompañara Matt, y Ophélie se mostró de acuerdo.
– Sería muy amable por su parte, Matt -murmuró antes de ir en busca del postre.
Solo tenían helado, de modo que Ophélie vertió chocolate fundido sobre el helado de vainilla que tanto le gustaba a Pip y que también había sido el predilecto de Ted. En cuanto a ella y Chad, eran adictos al Rocky Road. Qué curioso que algo tan banal como los gustos en materia de helado se transmitieran genéticamente. No era la primera vez que lo observaba.
– ¿Cuándo es la cena de padres e hijas? -preguntó Matt.
– Justo antes de Acción de Gracias -repuso Pip con expresión risueña.
– Pues avísame, y te acompañaré. Incluso me pondré traje para la ocasión.
Hacía años que no se ponía un traje. Se pasaba la vida en vaqueros y jerséis viejos, además de alguna americana de tweed que conservaba de los viejos tiempos. Ya no necesitaba ningún traje. Nunca salía, hacía años que no tenía ni quería vida social alguna. De vez en cuando, algún viejo amigo de la ciudad iba a cenar a su casa, pero cada vez menos. Llevaba mucho tiempo fuera de órbita y se sentía cómodo así; le gustaba ser un recluso. Ya nadie intentaba convencerlo de lo contrario; todo el mundo había llegado a la conclusión de que él era así, de que se había convertido en un ermitaño.
Pip se quedó hablando con ellos hasta muy tarde y por fin empezó a bostezar. Estaba impaciente por que le quitaran los puntos a finales de semana, pero molesta por la perspectiva de tener que ir a la playa con zapatos durante una semana más.
– Podrías montar a
Al poco, Pip regresó en pijama para darles las buenas noches. Ambos estaban sentados en el sofá, y Matt había encendido el fuego. Era una escena cálida y acogedora, y Pip fue a acostarse con expresión radiante, más feliz de lo que se había mostrado en mucho tiempo. Lo mismo le ocurría a Ophélie. Resultaba reconfortante tener a un hombre cerca. Su presencia masculina parecía llenar la casa entera. Incluso Mousse alzaba la cabeza de vez en cuando y meneaba el rabo desde su posición junto a la chimenea.
– Es usted muy afortunada -murmuró Matt a Ophélie en cuanto ella cerró la puerta de Pip para que pudiera dormir tranquila.