Читаем Un Puerto Seguro полностью

– Sí -reconoció-, mucho. Seguí insistiendo durante cuatro años. Las últimas veces que fui, apenas los vi, y Sally me explicó que les alteraba la vida. Consideraba que solo debía visitarlos cuando ellos quisieran verme, lo que por supuesto era casi nunca. Los llamaba cada dos por tres, pero siempre estaban ocupados. Al final me limitaba a escribirles, pero no contestaban. Solo tenían siete y nueve años cuando Sally volvió a casarse, y tuvo a los otros dos niños en los dos primeros años de su matrimonio. Mis hijos quedaron absorbidos por su nueva familia. En cierto modo, tenía la sensación de que no hacía más que complicarles la existencia. Reflexioné mucho y, aunque probablemente fue una estupidez, les escribí para preguntarles qué querían. Nunca me contestaron. No supe nada de ellos durante un año, pero seguí escribiendo. Me decía que si querían verme me pedirían que fuera. Y debo confesar que ese año bebí mucho. Les escribí durante tres años más sin obtener respuesta. Por fin, Sally me dijo a las claras que no querían verme y que les daba miedo decírmelo. Eso fue hace tres años, y desde entonces no he vuelto a escribirles. Acabé por tirar la toalla. Hace seis años que no los veo ni he hablado con ellos. Mi único contacto con ellos son los cheques de la pensión que todavía le paso a Sally y las felicitaciones navideñas que me envía cada año. Nunca he querido forzarlos a verme. Ya saben dónde estoy. Pero a veces pienso que debería haber ido a visitarlos para hablar de ello. No sé, no quería ponerlos en una situación incómoda. Solo tenían diez y doce años la última vez que los vi, más o menos la edad de Pip; es una edad difícil para hacer acopio de valor suficiente para decirle a tu padre que se vaya a la porra. Su silencio se encargó de transmitirme el mensaje. Lo comprendo, así que me mantengo al margen. Antes de desistir me pasé unos cuantos años escribiéndoles cartas patéticas, pero nunca contestaron. Aún ahora escribo de vez en cuando, pero no llego a enviar las cartas. No me parece justo presionarlos. Los echo de menos horrores, pero creo que para ellos ya no existo. Sally me asegura que son felices y que no me quieren en su vida. Desde mi punto de vista, no he hecho nada malo; tan solo es que ya no me necesitan. Su padrastro es un tipo estupendo, a mí también me cae bien… o al menos me caía bien. Fuimos amigos durante años antes de que él y Sally se liaran… En fin, esta es la historia de mis hijos y de los últimos diez años, seis de ellos sin mi familia. Sally me envía fotos con las felicitaciones para que sepa qué aspecto tienen. A veces me pregunto si no es peor. Depende, supongo. Me siento como esas pobres mujeres que tienen un hijo, por la razón que sea tienen que renunciar a él y lo único que les queda es una foto anual. Sally me envía fotos de los ocho niños, los de él, los nuestros y los de ellos dos. Suelo llorar cuando las miro -admitió sin apenas vergüenza, pues ya sabían mucho el uno del otro-. Pero me he alejado de ellos. Creo que es lo que necesitan o quieren, o al menos eso es lo que dice Sally. Robert tiene dieciocho años. Pronto irá a la universidad, probablemente allí. Llevan una vida estupenda en Auckland. Hamish es dueño de la agencia publicitaria más importante de esa parte del mundo. Sally la dirige con él, como hacía con la nuestra. Es una mujer muy competente; no tiene precisamente un gran corazón, pero es muy creativa. Y también es buena madre, creo. Sabe lo que necesitan los chicos, con toda probabilidad mejor que yo. Ya ni siquiera los conozco; ni siquiera estoy seguro de poder reconocerlos si los viera por la calle, lo cual me resulta durísimo de admitir. Eso es lo peor, aunque intento no pensar en ello. Me he apartado por su bien. Hace unos años, Sally me escribió para preguntarme qué me parecería si Hamish adoptaba a mis hijos. Fue un golpe terrible. Por mucho que no me quieran en sus vidas, siguen siendo mis hijos y siempre lo serán. Me negué. Desde entonces apenas sé nada de ella, solo por Navidad. Antes de eso, hablábamos de vez en cuando. Creo que les gustaría que desapareciera sin hacer ruido, y más o menos es lo que he hecho. Vivo al margen de ellos y de todo el mundo. Aquí llevo una vida muy tranquila y he tardado mucho tiempo en superar lo que fue mal entre Sally y yo, y, por supuesto, el hecho de ceder mis hijos a Hamish.

Era una historia terrible, pero le hizo comprender muchas cosas mientras la escuchaba, y también le decía mucho de él. Al igual que ella, Matt había perdido casi todo cuanto le importaba en la vida, la empresa, su mujer y sus hijos. Como consecuencia de ello, se había convertido en un ermitaño. Al menos ella tenía a Pip y se sentía agradecida por ello. No alcanzaba a imaginar la vida sin ella.

– ¿Por qué se rompió el matrimonio?

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