La casa constaba tan solo del espacioso salón, una cocina abierta con zona de comedor y los dos dormitorios. Todas las estancias parecían fundirse unas en otras; nadie quería intimidad ni grandeza en la playa. No obstante, la decoración era exquisita. Los dueños poseían objetos magníficos y algunas pinturas modernas excelentes que gustaron mucho a Matt.
– Es una niña estupenda.
Estaba loco por ella, y le recordaba mucho a sus hijos. Sin embargo, ni siquiera sabía a ciencia cierta si sus hijos eran tan abiertos, sabios y adultos como ella. Ya no sabía quiénes eran. Ahora pertenecían a Hamish, ya no eran suyos. Sally se había encargado de ello.
– Sí que lo es. Somos muy afortunadas de tenernos la una a la otra.
De nuevo dio gracias a Dios por que Pip no hubiera viajado en aquel avión.
– Es lo único que tengo. Mis padres murieron hace tiempo, al igual que los de Ted; los dos éramos hijos únicos. Lo único que me queda son unos primos segundos en Francia y una tía que nunca me ha caído bien y a la que llevo años sin ver. Me gusta llevar a Pip a Francia para que no pierda el contacto con sus raíces francesas, pero ya no tenemos una relación estrecha con nadie de allí; estamos solas.
– Puede que eso baste -aventuró él en voz baja.
Matt no tenía ni eso. Al igual que ella, era hijo único y se había convertido en un hombre solitario con los años. Ni siquiera tenía ya amigos íntimos. Durante los años oscuros siguientes al divorcio, le había resultado demasiado difícil conservar las amistades y, al igual que Pip, no quería que la gente lo compadeciera. Ya había tenido suficiente con lo de Sally.
– ¿Tiene usted muchos amigos, Ophélie? Quiero decir en San Francisco.
– Algunos. La verdad es que Ted no era muy sociable. Era un solitario y vivía inmerso en su trabajo. Además, esperaba que yo siempre estuviera a su disposición. Y yo quería hacerlo, pero por otro lado hacía que fuera muy difícil conservar las amistades. Ted nunca quería ver a nadie, solo trabajar. Tengo una amiga íntima, pero aparte de eso he perdido el contacto con mucha gente a lo largo de los años por causa de Ted. Además, Chad me ocupaba todo el tiempo en los últimos años. Nunca sabía qué podía pasar, si empezaría a darse de cabezazos contra las paredes o estaría demasiado deprimido para dejarlo solo. Era un trabajo a tiempo completo.
Había estado ocupadísima entre Chad, Ted y Pip. Ahora en cambio, tenía más tiempo libre que hacía muchos años, y Pip no necesitaba gran cosa de ella. Y lo poco que necesitaba, Ophélie no había sido capaz de proporcionárselo. Ahora se encontraba un poco mejor después de haber pasado el verano en la playa, y esperaba mejorar más en los meses venideros. Durante diez meses se había sentido del todo desconectada, pero las conexiones empezaban a formarse de nuevo. El robot en que se había convertido ya era casi humanoide, aunque no del todo. No obstante, existían indicios claros de vida incipiente, y el mero hecho de que hubiera invitado a Matt a cenar y estuviera dispuesta a trabar amistad con él ya era buena señal.
– ¿Qué me dice de usted? -le preguntó con curiosidad-. ¿Tiene muchos amigos en la ciudad?
– Ninguno -reconoció él con una leve sonrisa-. En los últimos diez años se me ha dado fatal conservar amistades. Dirigía una agencia publicitaria con mi mujer en Nueva York, pero acabamos divorciándonos de forma bastante desagradable. Vendimos la empresa, y yo decidí venir aquí. Por entonces vivía en la ciudad y alquilé una casita en la playa para venir a pintar los fines de semana. Entonces, cuando ya creía que las cosas no podían empeorar, empeoraron. Mi mujer vivía en Nueva Zelanda, y yo intentaba ir a menudo para ver a mis hijos, lo cual no es fácil precisamente. No tenía casa allí, de modo que me alojaba en un hotel e incluso llegué a alquilar un piso en un momento dado. Pero la verdad es que sobraba. Sally se casó con un tipo estupendo, un amigo mío que adoraba a mis hijos, hace unos nueve años, y mis hijos también lo adoraban a él. Es un hombre muy carismático, con mucho dinero, muchos juguetes y artilugios, cuatro hijos propios, dos más con mi mujer… Mis hijos quedaron totalmente inmersos en la combinación de las dos familias y estaban encantados. No los culpo; resultaba muy atractivo. Con el tiempo, cada vez que iba a Auckland, no tenían tiempo para verme y preferían estar con sus amigos. Como dicen ustedes en su país, me sentía como un pelo en la sopa.
Ophélie sonrió al escuchar aquella expresión conocida.
De hecho, se identificaba con la sensación; también ella se había sentido a veces como un pelo en la sopa cuando se trataba de la ajetreada vida científica de Ted. Fuera de lugar, superflua, una posesión de la que era dueño pero que no necesitaba. Obsoleta.
– Debía de ser muy duro para usted -musitó en tono comprensivo, conmovida por la expresión perdida que se pintaba en su mirada.
Era un hombre que había conocido el dolor y sobrevivido a él. Se había reconciliado con su situación, pero como todo el mundo, a un precio elevado.