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Eso le recordó el retrato que había prometido hacer de Pip como regalo de cumpleaños para su madre. Quería empezarlo antes de que se fueran de Safe Harbour, pero desde el accidente no había tenido tiempo de realizar los bocetos preliminares, aunque tenía muy claro cómo quería pintarla.

– ¿Vive aquí todo el año? -inquirió Ophélie, interesada.

– Sí, desde hace casi diez años.

– Debe de ser muy solitario en invierno -observó ella en voz baja.

No sabía si debía sentarse en la arena o permanecer de pie. De algún modo, le parecía que debía esperar una invitación, como si aquella parte de la playa fuera su dominio particular, una especie de despacho.

– Es muy tranquilo; por eso me gusta.

Casi todos los residentes de la playa eran veraneantes. Algunas personas vivían todo el año en la sección entre la playa pública y la urbanización privada, pero no muchas. La playa y el pueblo quedaban casi desiertos en invierno. Ophélie tenía la impresión de que Matt era un hombre solitario cuando menos, pero no parecía desgraciado, sino más bien tranquilo y en paz consigo mismo.

– ¿Va mucho a la ciudad? -siguió preguntando, deseosa de averiguar más cosas sobre él.

Ahora comprendía a la perfección por qué Pip le había cobrado tanto afecto. No era muy hablador, pero tenía el don de hacer que la gente se sintiera a gusto en su compañía.

– Casi nunca, ya no tengo motivos. Vendí mi negocio hace diez años, cuando me mudé aquí. En un principio me lo tomé como un descanso antes de volver al ruedo, pero acabé quedándome.

Vender la agencia de publicidad a precio de oro le había permitido dar aquel paso, incluso después de compartir los beneficios con Sally. Y una pequeña herencia que le dejaron sus padres le permitió quedarse. Lo único que quería en un principio era tomarse un año sabático antes de iniciar otro negocio, pero entonces Sally se fue a Nueva Zelanda con los niños, y él intentó viajar allí lo más a menudo posible para verlos. Cuatro años más tarde, cuando dejó de ir, había perdido todo interés por arrancar otra empresa, y lo único que le apetecía desde entonces era pintar. A lo largo de los años había montado algunas exposiciones en solitario, pero, en los últimos tiempos, ni eso. No tenía necesidad de exhibir su obra, solo de pintarla.

– Me encanta este lugar -suspiró Ophélie, sentándose en la arena a dos o tres metros de él.

Lo bastante cerca para ver lo que hacía y hablar con él, pero no para que ninguno de los dos se sintiera atosigado, invadido. Respetaban sobremanera el espacio del otro y, como Pip, Ophélie se dedicó a observarlo en silencio, hasta que por fin Matt habló de nuevo.

– Es un buen sitio para los niños -señaló mientras contemplaba el cuadro con ojos entornados antes de otear el mar-. Es bastante seguro, con mucho espacio para correr por la playa. Una vida mucho más sencilla que en la ciudad.

– Me gusta el hecho de que esté tan cerca. Puedo ir y venir en poco tiempo, y dejarla aquí. Y no hace falta ir a ninguna parte, tan solo estar aquí.

– Eso también me gusta a mí -convino él con una sonrisa.

Decidió intentar averiguar más cosas sobre ella, porque pese a lo que sabía, seguía intrigado. A todas luces era una mujer inteligente, pero al mismo tiempo se mostraba callada y parecía atormentada.

– ¿Trabaja?

No lo creía, porque no había mencionado ningún empleo durante el almuerzo, y Pip tampoco le había hablado de ello.

– No. Hace mucho tiempo sí, cuando vivíamos en Cambridge, antes de mudarnos aquí y de que nacieran los niños. Fue entonces cuando lo dejé, porque el sueldo no me habría llegado ni para pagar a la canguro. Trabajaba como técnica en el laboratorio de bioquímica de Harvard. Me encantaba.

Ted le había conseguido el empleo, y en aquel momento encajaba a la perfección con sus estudios preparatorios para la facultad de medicina, hasta que acabó por aparcar definitivamente sus sueños. Casi desde el principio, Ted había sido el único sueño que deseaba y necesitaba. Él y los niños eran su mundo.

– Suena muy importante. ¿Cree que algún día volverá? Me refiero a estudiar medicina.

Ophélie se echó a reír.

– Soy demasiado mayor. Entre los estudios, la residencia y los exámenes oficiales, tendría cincuenta años cuando por fin pudiera ejercer.

A los cuarenta y dos años, su sueño de estudiar medicina quedaba muy lejos.

– Algunas personas lo hacen. Podría ser divertido.

– Lo habría sido en su momento, supongo, pero me conformaba con ir a la zaga de mi marido.

En muchos sentidos seguía siendo muy francesa y no le había importado mantenerse en segundo plano. De hecho, ella no lo veía de ese modo, sino que se consideraba su sistema de apoyo, su animadora personal para ayudarlo a superar las épocas malas. Era la razón principal por la que su matrimonio había perdurado. Ted la necesitaba como nexo con el mundo real. Ophélie era lo único que lo alentaba a seguir cuando las cosas se ponían feas. Ahora no tenía a nadie que hiciera lo mismo por ella, a excepción de su hija.

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