Pip asintió, le dio las gracias, se despidió agitando la mano y salió volando como una mariposa. Matt siguió con la mirada a la niña y al perro, como solía hacer. Pip era como un regalo precioso que la vida le hacía, un pajarillo que iba y venía agitando las alas, con aquellos ojos enormes llenos de misterios. Al pensar en ella, no podía evitar preguntarse cómo era su madre en realidad. Según Pip, su padre había sido un genio. Se le antojaba un hombre difícil a juzgar por las cosas que le había contado, y algo tenebroso. Y el hermano tampoco parecía el típico adolescente. Una familia inusual, en suma. Tampoco Pip era una niña cualquiera. Sus hijos también eran especiales, magníficos, al menos la última vez que los había visto. Hacía ya tanto tiempo… Matt no se permitió seguir pensando en ello.
Mientras caminaba por las dunas hacia su casita se le ocurrió que le habría gustado llevar a Pip en barca e incluso enseñarle a navegar, como había hecho con sus hijos. A Vanessa le encantaba, a Robert no. Pero por respeto a la madre de Pip, Matt sabía que no la llevaría. No lo conocía lo suficiente, y siempre cabía la remota posibilidad de que algo fuera mal; no quería correr el riesgo.
Al llegar a casa, Pip vio que su madre acababa de entrar. Como de costumbre, parecía cansada al preguntar a su hija dónde había estado.
– He ido a ver a Matt y me ha dado saludos para ti. Hoy he dibujado barcas. He intentado hacer unos pájaros, pero es demasiado difícil.
Dejó varias hojas de papel sobre la mesa, y al echarles un vistazo, Ophélie reparó en que los dibujos eran buenos. La sorprendía comprobar cuánto había mejorado Pip. Chad también tenía talento, pero Ophélie intentaba no pensar en ello.
– Esta noche preparo yo la cena, si quieres -se ofreció Pip.
Y por una vez, su madre sonrió.
– Salgamos a cenar -propuso.
– No hace falta -aseguró Pip, sabedora de lo cansada que estaba su madre, aunque ese día tenía mejor aspecto.
– Podría ser divertido, ¿qué te parece? ¿Por qué no nos vamos ahora mismo?
Representaba un gran paso para Ophélie, Pip lo sabía y estaba agradecida.
– De acuerdo -accedió, complacida y sorprendida.
Al cabo de media hora estaban sentadas a una mesa para dos en el Mermaid Café, uno de los dos restaurantes que había en el pueblo. Las dos comieron hamburguesas y charlaron amigablemente. Era la primera vez que salían, y al volver a casa las dos estaban contentas, saciadas y cansadas.
Pip se acostó temprano aquella noche y al día siguiente volvió a ver a Matt. Su madre no puso objeciones cuando la vio marcharse y parecía relajada cuando Pip regresó. Como siempre, la niña dejó los dibujos sobre la mesa. A finales de semana formaban una colección considerable, casi todos ellos bastante buenos. Estaba aprendiendo mucho de Matt.
El viernes por la mañana fue a verlo de nuevo y le llevó el almuerzo. Al cabo de un rato se alejó con
– ¿Estás bien? -le preguntó sin saber si lo oiría, porque estaba bastante lejos.
Pip negó con la cabeza, de modo que Matt dejó el pincel y la observó un instante. La niña no se levantó, sino que permaneció sentada sin soltarse el pie. Matt no le veía la cara. Había inclinado la cabeza para mirarse el pie, y el perro seguía gimoteando. Matt se acercó a ella para averiguar qué había sucedido, esperando que no hubiera pisado un clavo. Había muchos clavos oxidados en la playa, sueltos en la arena o bien clavados en trozos de madera que el mar arrastraba hasta la orilla.
En cuanto llegó junto a ella descubrió que no había pisado un clavo, sino un fragmento de vidrio que le había producido un feo corte en la planta del pie.
– ¿Cómo te lo has hecho? -le preguntó al sentarse junto a ella.
La arena estaba manchada de sangre, y el pie seguía sangrando profusamente.
– Estaba debajo de un alga que he pisado -explicó ella con valentía, aunque Matt reparó al instante en su palidez.
– ¿Te duele mucho? -inquirió, solícito, acercando la mano a su pie.
– No -mintió la niña.
– Seguro que sí. Deja que le eche un vistazo.
Quería cerciorarse de que no tenía ningún fragmento aún clavado en el pie. Parecía un corte limpio, pero profundo. Pip lo miró con expresión preocupada.
– ¿Está bien?
– Te pondrás bien en cuanto te ampute el pie. No lo echarás de menos.
A pesar del intenso dolor, Pip se echó a reír, pero también parecía asustada.
– Podrás seguir dibujando con un solo pie -siguió bromeando Matt al tiempo que la levantaba en volandas.