Otro silencio prolongado, y por fin una vocecilla ahogada por las lágrimas.
– Has sido muy antipática con mi amigo, te has portado de una manera horrible. Te odio. Vete.
Ophélie permaneció inmóvil ante la puerta, sintiéndose impotente, pero no culpable. Tenía la obligación de proteger a su hija, aun cuando esta no estuviera de acuerdo o no lo entendiera.
– Lo siento, pero no sabes quién es -insistió con firmeza.
– Sí que lo sé. Es una buena persona y tiene hijos en Nueva Zelanda.
– Puede que sea mentira -perseveró Ophélie.
Sin embargo, empezaba a sentirse como una tonta al intentar convencer a Pip a través de la puerta, y a todas luces la niña no tenía intención de dejarla entrar ni de salir.
– Sal y habla conmigo.
– No quiero hablar contigo. Te odio.
– Cenemos y hablemos de ello. Podemos cenar fuera si quieres.
En el pueblo había dos restaurantes, a los que nunca habían acudido.
– No quiero ir a ninguna parte contigo, nunca más.
Ophélie no lo dijo en voz alta, pero se sintió tentada de recordar a Pip que su madre era lo único que le quedaba, al igual que la niña era lo único que le quedaba a ella. No tenían a nadie más en el mundo y no podían permitirse el lujo de ser enemigas ni de pelearse constantemente. Se necesitaban demasiado.
– ¿Por qué no abres la puerta? No entraré si no quieres, pero no hace falta que tengas el pestillo echado.
– Sí que hace falta -replicó Pip, obstinada.
Sostenía en la mano el dibujo de
Ophélie siguió intentando hacerla salir durante un rato, pero por fin desistió y fue a su propio dormitorio. Aquella noche ninguna de las dos cenó, y fue el hambre lo que por fin hizo salir a Pip de su cuarto a la mañana siguiente. Se preparó una tostada y un cuenco de cereales antes de regresar a su habitación sin dirigir una sola palabra a su madre.
Mientras, en su casa, Matt había pasado la noche en vela, pensando en ella, preocupado por ella. Ni siquiera sabía dónde vivía, lo que le habría permitido presentar una disculpa formal a su madre con la esperanza de ablandarla un poco. Odiaba la perspectiva de que Pip desapareciera de su vida. Apenas la conocía, pero ya la echaba mucho de menos.
La guerra entre Pip y su madre continuó hasta primera hora de la tarde. Sobrellevaron otra de sus comidas calladas y dolorosas. Fue la expresión que mostraba el rostro de Pip lo que por fin desquició a Ophélie.
– Por el amor de Dios, Pip, ¿qué tiene de especial ese hombre? Si ni siquiera lo conoces.
– Sí que lo conozco, y me gusta dibujar con él. Me deja sentarme a su lado, y a veces hablamos y a veces no. Me gusta estar con él.
– Eso es lo que me preocupa, Pip. Podría ser tu padre. ¿Por qué quiere estar contigo? No es sano.
– Puede que eche de menos a sus hijos, no lo sé. O puede que le caiga bien. Creo que se siente solo o algo.
Como ella, añadió mentalmente, aunque sin expresarlo en voz alta. Era una niña obstinada y estaba resuelta a defender su causa.
– Quizá podría acompañarte algún día si realmente quieres dibujar con él. Aunque no creo que se alegre mucho de verme.
Después de todo lo que le había dicho, sería un milagro que no le arrojara el caballete a la cabeza. A decir verdad, no se lo reprochaba del todo. Empezaba a preguntarse si tal vez no se habría excedido un poco en su postura, o al menos en el modo de expresarla. Prácticamente lo había acusado de ser un pederasta. Sin embargo, en aquel momento se había asustado al verlos juntos y había temido por su hija. Era una reacción normal hasta cierto punto, aunque la había exteriorizado de un modo exagerado.
– ¿Podré volver a verlo, mamá? -inquirió Pip, contenta y esperanzada-. Te prometo que nunca iré a su casa, y además nunca me lo ha pedido.
Y tenía razón al intuir que no lo haría. Jamás la habría puesto ni se habría puesto a sí mismo en semejante situación.
– Ya veremos. Dame un poco de tiempo para pensarlo. Puede que no quiera que vuelvas -observó con realismo -, después de todo lo que le dije. Estoy segura de que le sentó mal.
– Le diré que lo sientes -prometió Pip con una sonrisa radiante.
– Quizá debería acompañarte Amy. Más tarde bajaré a la playa para disculparme. Espero que se lo merezca.
– Gracias, mamá -exclamó Pip con ojos radiantes.
Había ganado una gran batalla, el derecho a ver a su único amigo.
Aquella tarde bajaron juntas a la playa, Pip apenas capaz de contenerse mientras corría por la orilla junto a