– Mi madre siente mucho las cosas que le dijo el otro día -aseguró Pip, aún avergonzada por la actitud de su madre.
– No pasa nada -repuso él con calma-. En ciertos aspectos tenía razón. En realidad soy un desconocido, y no sabes mucho de mí. Podría haber intentado engañarte o hacerte algo malo, como dijo ella. Tenía razón en sospechar, y tú también deberías haber sospechado.
– ¿Por qué? Ha sido usted muy amable conmigo y me enseñó a dibujar las patas traseras de
– ¿Y qué te parece? -le preguntó Matt en tono bromista.
– Bastante bueno -replicó ella con una sonrisa.
Cuando Matt se terminó el bocadillo, Pip le alargó la manzana. Matt la dividió en dos y le devolvió la mejor mitad.
– Siempre he sabido que es usted buena persona, desde el primer momento en que lo vi.
– ¿Y cómo lo sabías? -inquirió él con expresión divertida.
– Pues lo sabía y ya está. Tiene ojos de buena persona.
No le dijo que se conmovía al verlo triste, cuando hablaba de sus hijos, que vivían tan lejos. También eso le gustaba de él. Habría sido terrible que no le importaran.
– Tú también tienes ojos de buena persona. Algún día me gustaría dibujarte o incluso pintarte. ¿Qué te parece?
Lo pensaba desde el día en que se conocieron.
– Creo que a mi madre le gustaría mucho. Podría regalarle el cuadro por su cumpleaños.
– ¿Y cuándo es?
Todavía no era un gran admirador de su madre, pero lo haría por Pip. Además, quería pintar un retrato de ella. Era una niña notable y además su amiga.
– El diez de diciembre -repuso la pequeña con solemnidad.
– ¿Y el tuyo? -preguntó Matt, interesado.
No se cansaba de averiguar cosas sobre ella. Le recordaba mucho a su hija Vanessa, y además la admiraba porque era una niña valiente, más aún de lo que había supuesto en un principio, si había conseguido convencer a su madre de que le permitiera bajar a la playa para verlo e incluso arrastrarla hasta allí para que se disculpara. Menudo logro. La mujer que había visto el domingo parecía de las que nunca se disculpaban, salvo quizá a punta de pistola. En aquel caso, era Pip quien la había apuntado.
– Mi cumpleaños es en octubre.
Poco después del día en que murieron su padre y su hermano.
– ¿Cómo pasaste el último? -inquirió Matt.
– Mi madre y yo salimos a cenar.
No le contó que fue espantoso. Su madre había estado a punto de olvidarse, y no hubo fiesta ni pastel. Fue el primer cumpleaños tras la muerte de su hermano y su padre, un día espeluznante que se le hizo eterno.
– ¿Salís mucho tu madre y tú?
– No… Antes sí, a mi padre le gustaba llevarnos a restaurantes. Pero siempre tardan mucho y me aburro -confesó sin ambages.
– Me cuesta creerlo; no pareces la clase de persona que se aburre.
– Nunca me aburro cuando estoy con usted -lo tranquilizó Pip-. Me gusta dibujar con usted.
– Y a mí me gusta dibujar contigo.
Dicho aquello le alargó lápiz y cuaderno. Pip decidió dibujar un pájaro, una de las osadas gaviotas que se posaban junto a ellos a la primera ocasión y levantaban el vuelo a toda prisa cuando
Permanecieron horas sentados al sol aquel día glorioso en Safe Harbour. Pip no tenía prisa por volver y se alegraba de no tener que seguir mintiendo. Podía contar la verdad, que había estado dibujando con Matt en la playa. Eran ya las cuatro y media cuando por fin se levantó. Por una vez, Mousse se había quedado tumbado junto a ella, pero en ese momento también se puso en pie.
– ¿Vuelves a casa? -preguntó Matt con una sonrisa cálida.
Al mirarlo, Pip reparó en que se parecía aún más a su padre cuando sonreía, algo que su padre no había hecho a menudo. Había sido un hombre muy serio, probablemente porque era muy inteligente. Todo el mundo afirmaba que fue un genio, y Pip sospechaba que era cierto. Ese rasgo impulsaba a la gente a aceptar su comportamiento, lo cual le venía al pelo. A veces Pip tenía la impresión de que a su padre se le había permitido decir y hacer cuanto le viniera en gana.
– Mi madre suele llegar hacia esta hora. Por lo general está bastante cansada después del grupo y se va derecha a la cama.
– Debe de ser muy duro.
– No sé, nunca habla de ello. Puede que la gente llore mucho. -Una idea deprimente-. Volveré mañana o el jueves, si le parece bien.
Nunca se lo había preguntado, pero ahora tenían más confianza.
– Me encantaría, Pip, ven cuando quieras. Y saluda a tu madre de mi parte.