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En medio del incómodo silencio que siguió a la pregunta, únicamente la profesora miró con severidad a su insubordinada alumna; ninguno de los solaristas que realizaban la visita guiada, y entre los cuales estaba yo, supimos responderle. Ello se debe a que las simetriadas son únicas, al igual que los procesos que transcurren en su interior. A veces, el aire deja de transmitir el sonido. A veces, el coeficiente de refracción sube o baja. Localmente surgen cambios de fuerza, palpitantes y regulares, como si la simetriada estuviera dotada de un corazón gravitatorio latiente. En ocasiones, los girocompases de los investigadores se vuelven locos, las capas de intensa ionización aparecen y desaparecen; en fin, esta enumeración podría proseguir indefinidamente. En cualquier caso, si algún día se consigue aclarar el misterio de las simetriadas, siempre nos quedarán las asimetriadas…

Su nacimiento es parecido, la única diferencia reside en su final y lo único que se puede percibir en su interior es el tintineo, el ardor, el centelleo; solo sabemos que son un foco de procesos vertiginosos, al límite de la velocidad posible desde el punto de vista de la física; también se las llama «exagerados fenómenos cuánticos». Su parecido matemático con ciertos modelos de átomo es, pese a todo, inconstante y fugaz, de manera que algunos lo consideran una característica colateral, o incluso casual. Su periodo de vida es incomparablemente más corto, poco más de diez minutos, y su final, mucho más horrible: tras el huracán de aire duro y atronador que las rellena y las hace explotar, un líquido arremolinado en su interior, que se desplaza a una velocidad infernal bajo la sucia capa de espuma, lo inunda todo, borbolleando, inmundo. Luego surge un volcán de barro, que escupe una irregular columna de restos que siguen cayendo durante mucho tiempo sobre la inquieta superficie del océano, en forma de lluvia macerada. Algunos de ellos se encuentran a la deriva, a decenas de kilómetros del epicentro de la explosión, arrastrados por el viento: resecos, amarillentos y cartilaginosos.

A este último grupo pertenecen formaciones que se mantienen completamente separadas del océano vivo durante breves o largos periodos de tiempo, son mucho menos frecuentes que las anteriores y más difíciles de observar. Cuando sus restos fueron identificados por primera vez — erróneamente, como se comprobó mucho más tarde —, se pensó que eran cadáveres de las criaturas que habitaban las hondonadas del océano. A veces parecen estar huyendo, como si fueran unos extraños pájaros multialas, ante nubes de raudos, pero este término, prestado de la Tierra, de nuevo se convierte en una muralla infranqueable. Muy de vez en cuando, en las rocosas orillas de las islas y junto a los grupos de focas, se pueden ver pájaros bobos mientras descansan al sol, o arrastrándose perezosos hacia el mar para fundirse con él.

De esta forma, se fue empleando, una y otra vez, la terminología terrestre, humana; en cuanto al primer encuentro…

Las expediciones atravesaron centenares de kilómetros por las profundidades de las simetriadas, se dedicaron a colocar instrumental de grabación, cámaras sensibles al movimiento; los ojos televisivos de los satélites artificiales registraron a los mimoides y a los luengones mientras brotaban, al igual que su proceso de maduración y muerte. Las estanterías de las bibliotecas y los archivos se fueron llenando, y el precio que hubo que pagar por ello a menudo fue alto. Fallecieron setecientas dieciocho personas durante los cataclismos, antes de que les diera tiempo a huir del interior de los colosos que se destruyeron; de ellos, ciento seis desaparecieron en una sola catástrofe, famosa porque el propio Giese, entonces un anciano de setenta años, encontró en ella la muerte cuando una simetriada claramente caracterizada se extinguió siguiendo la pauta propia de las asimetriadas. El estallido de una sustancia fangosa absorbió a setenta y nueve personas vestidas con escafandras acorazadas, así como toda su maquinaria e instrumental; más tarde, alcanzó con sus tentáculos a veintisiete pilotos de aviones y helicópteros que sobrevolaban el fenómeno investigado. El lugar, en la intersección del paralelo cuarenta y dos con el meridiano ochenta y nueve, viene señalado en los mapas como Erupción de los Ciento Seis. No obstante, este punto solo existe en los mapas, ya que en la superficie del océano no se distingue ningún resto de aquella tragedia.

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