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Las simetriadas creadas durante los días celestes y justo antes de la puesta del sol ofrecen unos efectos lumínicos especialmente impetuosos. Uno tiene entonces la impresión de estar asistiendo al parto de un planeta, en el que este duplicara su tamaño a cada instante. Un globo ardiente, recién lanzado desde el abismo, se quiebra en lo alto en sectores verticales, pero no se trata, en ningún caso, de una descomposición. Este estadio, llamado, sin demasiado éxito, «fase del cáliz floral», dura unos segundos. Los arcos de los tramos membranosos que apuntaban al cielo ahora se dan la vuelta, se fusionan en el interior invisible y comienzan a formar apresuradamente una especie de tronco voluminoso, con una actividad que abarca centenares de fenómenos simultáneos. En el centro del tronco, examinado por primera vez por el equipo de setenta personas de la expedición Hamalei, se forma, como efecto de un proceso de policristalización, un mandril de carga axial, llamado también «columna vertebral», aunque personalmente no soy partidario de este término. La vertiginosa arquitectura de este soporte central se ve sostenida in statu nascendi por unos pilares verticales de gelatina muy diluida, que brota sin cesar desde la kilométrica hondonada. Durante todo este proceso, el coloso emite un sordo y prolongado rugido y termina envuelto en un manto de agitada espuma, blanca como la nieve. Se suceden — desde el centro hacia la periferia— una serie de complicadas rotaciones de diferentes superficies espesas, sobre las que se van superponiendo las capas de sustancia dúctil que brota del abismo. A la vez, los ya mencionados géiseres de aguas profundas se solidifican y se transforman en columnas de activos tentáculos que se dirigen a determinados puntos de la construcción, definidos con precisión por la dinámica del conjunto; este se asemeja a la gigantesca branquia de un embrión desarrollado a una velocidad mil veces mayor que la habitual, recorrido por arroyos de sangre rosa y agua de un verde tan oscuro que casi resulta negro. A partir de ese momento, la simetriada comienza a revelar su característica más increíble: la capacidad de modelar, o incluso de suspender, ciertas leyes físicas. Aclaremos de antemano que no existen dos simetriadas iguales y que la geometría de cada una de ellas es un nuevo «invento» del océano vivo. La simetriada fabrica en su interior lo que a menudo llamamos «máquinas momentáneas», aunque en realidad no se parecen en nada a las máquinas construidas por los humanos, pero sí consisten en una intencionalidad de la acción relativamente reducida y por tanto, y de alguna manera, «mecánica».

Cuando los géiseres de aguas profundas se solidifican o se dilatan, se convierten en galerías y pasillos de anchas paredes que discurren en todas las direcciones, mientras las «membranas» crean un sistema de superficies salientes y techos cruzados. Es entonces cuando hay que justificar la denominación de una simetriada: a cada formación de pasos sinuosos, de vías y de rampas, le corresponde, en el polo opuesto, una estructura fiel en cada detalle.

Unos veinte o treinta minutos después, el gigante empieza a sumergirse lentamente, a veces con una inclinación de entre ocho y doce grados respecto de su eje vertical. Existen simetriadas de mayor y menor tamaño, pero incluso las enanas, una vez sumergidas, se elevan a una altura de ochocientos metros por encima del horizonte y son visibles desde una distancia de entre quince y veinticinco kilómetros. Para adentrarse en ellas, lo más prudente es hacerlo una vez establecido su equilibrio, cuando el conjunto deja de hundirse en el océano vivo y recupera su verticalidad; el mejor lugar para penetrar está justo debajo de la cumbre. El «cabezal» relativamente liso del polo se ve rodeado, en este punto, por una superficie horadada por las salidas de cámaras y conductos interiores. Esta formación constituye, en su totalidad, un desarrollo tridimensional de algún tipo de ecuación de orden superior.

Es bien sabido que cada ecuación puede ser reflejada mediante el lenguaje figurativo de la geometría superior, construyendo su equivalente en forma de sólido. En este sentido, una simetriada es una pariente de los conos de Lobachevski y de la curvatura negativa de Riemann, aunque, eso sí, una pariente muy lejana debido a la inimaginable complejidad que entraña. Constituye un desarrollo de todo el sistema matemático, que abarca varios kilómetros cúbicos, pero se trata de un desarrollo tetradimensional dado que los importantes coeficientes de las ecuaciones son reflejados también en el tiempo, en los cambios que se producen en su transcurso.

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