Sonreía con satisfacción, mientras yo lo miraba con la boca abierta. Poco a poco, su sonrisa fue desapareciendo. Me escrutaba con la frente arrugada, a la espera.
— Queda entonces descartado el primer proyecto «Pensamiento», ¿verdad? En cuanto al segundo, Sartorius ya está en ello. Lo llamaremos «Libertad».
Cerré los ojos por un momento. De pronto tomé una decisión. Snaut no era físico. Sartorius había desconectado, o quizás destruido, el visófono. De acuerdo.
— Yo, más bien, lo llamaría «Matadero» — dije despacio.
— Tú mismo actuaste de matarife. ¿O no? Ahora se trata de algo completamente distinto. Nada de «visitantes», nada de criaturas F, nada. Ya desde el mismo instante de la materialización se producirá la desintegración.
— Hay un malentendido — contesté, negando con la cabeza mientras sonreía de un modo que esperaba que resultara lo suficientemente indiferente —. No son escrúpulos morales, sino instinto de supervivencia. No quiero morir, Snaut.
— ¿Qué?
Estaba sorprendido. Me miraba con recelo. Saqué del bolsillo el arrugado folio con las fórmulas.
— Yo también he estado pensando en ello. ¿Te sorprende? Fui yo el primero en plantear la hipótesis de los neutrinos, ¿no es cierto? Fíjate. El campo negativo puede ser provocado. Resulta inofensivo para una materia común, es cierto. Pero en el momento de la desestabilización, cuando la estructura de neutrinos se desintegra, tan solo se libera el exceso de energía de sus enlaces. Si admitimos, por cada kilogramo de sustancia en reposo, 108 ergios, obtenemos por cada criatura F entre cinco y siete veces 108. ¿Sabes lo que significa? El equivalente de una pequeña carga de uranio que explotará dentro de la Estación.
—¡Qué estás diciendo! Pero… seguro que Sartorius lo habrá tenido en cuenta…
— No necesariamente — negué con una sonrisa maliciosa —. Verás, se trata de lo siguiente: Sartorius pertenece a la escuela de Frazer y Cajolli. Según ellos, toda la energía de los enlaces queda liberada, en el momento de la desintegración, en forma de radiación lumínica, que se manifestaría, simplemente, como un fuerte resplandor, no del todo seguro, pero tampoco destructivo. Sin embargo, existen otras hipótesis, otras teorías acerca del campo de neutrinos. Según Cayatt, según Avalov, según Siona, el espectro de la emisión es mucho más amplio y el máximo recae en las radiaciones gamma. Está bien que Sartorius confíe por su parte en sus maestros y en su teoría, pero existen otras, Snaut. Y te diré algo más, Snaut — seguí al comprobar que mis palabras lo habían impresionado —. Habrá que tener en cuenta también al océano. Si ha hecho lo que ha hecho, con seguridad habrá empleado el método óptimo. En otras palabras: su actitud me parece un argumento a favor de la otra escuela, en contra de Sartorius.
— Déjame esa hoja, Kelvin…
Se la tendí. Inclinó la cabeza, intentando descifrar mis garabatos.
— ¿Qué es esto? — señaló con el dedo.
Cogí el folio.
— ¿Esto? El tensor de la transmutación de campo.
— Dámelo…
— ¿Para qué? —pregunté, sabiendo lo que iba a contestar.
— Se lo tengo que enseñar a Sartorius.
— Como quieras — contesté con indiferencia —. Puedo dártelo, pero verás: nadie lo ha comprobado mediante experimentos, aún no conocíamos semejantes estructuras. Él confía en Frazer y yo he hecho mis cálculos según Siona. Te dirá que yo no soy físico y que tampoco lo es Siona. Al menos, según su criterio. Pero esto es discutible y yo no estoy dispuesto a mantener una discusión a consecuencia de la cual podría evaporarme, para mayor gloria de Sartorius. A ti, sí puedo convencerte, a él no. Y no lo intentaré.
— ¿Qué piensas hacer entonces? Él ya está trabajando en ello — dijo Snaut sin expresión. Se encorvó, completamente desanimado. No sabía si confiaba en mí, pero me daba igual.
— Lo que haría cualquier hombre si intentaran matarlo — contesté en voz baja.
— Trataré de contactar con él. Quizás tenga en mente algún tipo de protección — murmuró Snaut. Me miró —. Escucha, ¿y si, de todas formas…? El primer proyecto, ¿qué me dices? Sartorius estará de acuerdo. Seguro que sí. Quiero decir… En cualquier caso… es una oportunidad…
— ¿Lo crees de veras?
— No — contestó enseguida —. Pero ¿qué más da?
No quería ceder demasiado pronto, eso era precisamente lo más importante. Necesitaba que fuera mi aliado a la hora de ganar tiempo.
— Lo pensaré —dije.
— Entonces, me voy — murmuró al incorporarse. Todos sus huesos crujieron cuando se levantó del sillón —. ¿Te dejarás hacer un encefalograma? — preguntó, frotándose los dedos contra el delantal, como si intentara eliminar una mancha invisible.
— Está bien — dije. Sin prestar atención a Harey (observaba la escena en silencio, con su libro en el regazo), se acercó a la puerta. Cuando la cerró, me levanté. Extendí la hoja que sujetaba en la mano. Las fórmulas eran correctas. No las había falsificado. Dudo que Siona hubiese reconocido mi desarrollo. Seguramente no. Me sobrecogí. Harey se me acercó por detrás y me tocó en el hombro.
—¡Kris!
— Dime, cariño.
— ¿Quién era?