Las astronaves eran inspeccionadas cuando se hallaban en la Tierra. La
Alan temía que los inspectores vieran algo en la
El plan se consideraba como cosa sagrada. Pero Alan no había olvidado que existía su hermano, Steve. Si pudiera disponer de unos días para buscarlo y encontrarlo…
«Veremos», pensó el joven.
Formó el propósito de descansar un rato.
El descanso fue breve. Una voz chillona, que él conocía muy bien, vino a turbarlo y le hizo exclamar:
—¡Se acabó el descanso! ¿Qué querrá esta pelma?
—¿Tú aquí sin hacer nada?
Alan abrió un ojo y miró con tristeza la figura enclenque de Judy Collier.
—He terminado mi trabajo, y por eso estoy aquí. Quería descansar un poco. ¿Es que tú no quieres que descanse?
Judy alzó las manos y, nerviosa, paseó la mirada por el Salón de Recreo.
—¡No te alborotes, hijo! ¿Dónde está
—No te preocupes por él. Se ha quedado en mi camarote, royendo un palito. Te aseguro que le gusta más eso que tus tobillos, que no son más que hueso. —Alan bostezó adrede y añadió—: Y ahora, ¿me das tu permiso para descansar?
La niña pareció ofendida.
—Si te lo tomas así… He venido para contarte las novedades que veremos en el Recinto cuando aterricemos. Muchas cosas han cambiado desde la última vez que estuvimos allí. Pero supongo que eso a ti no te interesa…
La chiquilla hizo además de marcharse.
—¡Espera un momento!
El padre de Judy era el Oficial Jefe de Señales de la
—¿Qué pasa ahora? — preguntó el joven.
—Que han reformado el reglamento para la aplicación de la Ley de Cuarentenas. Hace de eso dos años. Lo motivó una nave que regresó de Altair con algunos tripulantes que tenían una enfermedad rara. Nos aislarán de los otros en el Recinto mientras no hayamos sido reconocidos por los médicos.
—¿Lo hacen con todas las naves?
—Sí. Es un fastidio. Por eso tu padre, pensando que no podremos salir a hacer visitas hasta después de haber sido reconocidos, ha decidido dar un baile esta noche para procurarnos un poco de distracción.
—¿Un baile?
—Lo que oyes. Cree que es buena idea para que no decaigan nuestros ánimos en tanto esperamos que levanten la cuarentena. Me ha invitado el antipático de Roger Bond — añadió la joven alzando una ceja y mirándole con aires de importancia.
—¿Qué tienes que decir de Roger? Toda esta tarde he estado envasando carne de dinosaurio con él.
—Que no me hace ninguna gracia, absolutamente ninguna.
«Pues yo sí te haría» — pensó Alan —. «¡Te asaría viva a fuego lento!»
—¿Has aceptado? — preguntó el chico por mostrarse cortés.
—¡No! Es decir, todavía no. Creo que recibiré otras invitaciones más interesantes.
Pensó Alan: «Te conozco, bacalao. Tú buscas que te invite.»
El muchacho volvió a ponerse cómodo en la silla y fue cerrando los ojos poquito a poco.
—Que tengas buena suerte, Judy.
La flaca muchacha se quedó boquiabierta al oír esto.
—¡Tú eres otro antipático!
—Lo sé —confesó Alan, sin alterarse—. Soy algo horrible. En realidad soy un vil gusano de los que se arrastran por el fango de Neptuno. Estoy aquí disfrazado para destruir la Tierra. Y si revelas mi secreto, te como viva.
Judy no hizo caso de aquel exabrupto. Movió la cabeza y preguntó en son de queja:
—¿Es que tengo obligación de ir siempre al baile con Roger Bond? Bueno, perdona…
Después de decir esto, se retiró.
Alan la siguió con la vista mientras atravesaba el Salón de Recreo y hasta que dejó a sus espaldas la puerta de salida. Era tonta, pero había dado en el clavo al referirse al problema que planteaba la vida en la astronave, haciendo la pregunta:
La