—Me tranquilizas — dijo
Alan se echó a reír y se apoderó con avidez de la humeante bandeja. En un vasito puso un poco de zumo de naranja sintético para
Poco tiempo antes de nacer Alan, la
Le cuadraba bien el nombre de
Comían en silencio. Alan ya había ingerido la mitad de su preparado de proteínas, cuando Art Kandin se dejó caer en el banco de enfrente. El primer oficial de la
—Buenos días y felicidades, Alan.
—Gracias, Art. ¿Cómo es que se le ocurre gandulear a esta hora? Hoy suponía que iba a trabajar más que un zapador marciano. Si esta usted aquí, ¿quién se encarga de determinar la órbita de aterrizaje?
—Ya está hecho eso —respondió jubiloso Kandin—. Tu padre y yo hemos estado toda la noche trabajando! en ello.
Cogió a
—Aprovecho la mañana para descansar —continuó Kandin—. No te puedes imaginar lo bien que se está sin hacer nada mientras los demás trabajan, para variar.
—¿A qué hora es el aterrizaje?
—A las 17,53 en punto de esta noche. Así se ha dispuesto. Estamos ahora en la órbita de aterrizaje. Aterrizaremos esta noche e iremos al Recinto mañana. —Kandin miró a Alan como si sospechara de algo y preguntó al muchacho—: ¿Piensas quedarte en el Recinto?
Alan dejó el tenedor que produjo un sonido metálico y clavó su mirada en el rostro del primer oficial.
—¡Qué tonterías se le ocurren a usted! ¿Cree que soy como mi hermano?
—Es muy natural que tema eso —repuso Kandin sin inmutarse—, si me pongo a pensar que otro hijo del capitán lo ha hecho. Tú no sabes lo que sufrió tu padre cuando se marchó Steve. Disimuló y calló, pero yo sé que fue un golpe muy duro para él. Quedó muy malparada su autoridad de padre, y eso fue lo que más le trastornó. No es hombre que esté acostumbrado a tolerar tales cosas.
—Lo sé. Él manda aquí, y todos le obedecen sin rechistar. No le cabe en la cabeza que nadie pueda desobedecerle, y menos que nadie su hijo.
—Supongo que tú no irás a…
Alan no le dejó acabar la frase.
No necesito consejos, Art. Sé lo que está bien y lo que está mal. Dígame la verdad. ¿Le ha pedido mi padre que me sonsaque?
Kandin se puso colorado y bajó la vista.
—Lo siento, Alan. No creas que…
Guardaron silencio. Alan volvió a ocuparse del almuerzo mientras Kandin, pensativo, dirigía la mirada a lo lejos.
—Te diré que me ha dado mucho que pensar Steve —dijo finalmente el primer oficial—. Me parece que ya no debes llamarle tu hermano gemelo. Es esto una de las sutilezas, uno de los caprichos más raros que hasta ahora ha tenido la navegación interestelar.
—He meditado sobre ello —replicó Alan—. Él tiene veintiséis años, yo diecisiete, y nos creíamos mellizos. Pero la Contracción de Fitzgerald crea estas situaciones tan paradójicas.
—Es mucha verdad, chico. Bueno, bueno. Llegó la hora de tomarme el breve descanso que apetezco.
Kandin dio una palmadita en la espalda a Alan, sacó sus largas piernas de debajo del banco y se fue.
Hablando para sí, repitió Alan lo de que la Contracción de Fitzgerald crea situaciones paradójicas. Y esto fue en tanto masticaba a conciencia los últimos bocados y se ponía a la cola para meter los platos en la boca abierta de la especie de tolva que los llevaba abajo para que los lavaran los limpiadores moleculares.
El joven trató de imaginarse cómo sería Steve con nueve años más encima. No lo consiguió.