Nadelashin ocupaba un lugar particular entre los colegas que estaban a cargo del movimiento de guardia. Lo reprendían mucho y frecuentemente. Su bondad natural fue impedimento durante mucho tiempo para su trabajo en la policía. De no haberse adaptado, hace tiempo que habría sido despedido o encarcelado. Nadelashin nunca era rudo con los prisioneros. Les sonreía con honesta buena voluntad, y era indulgente en pequeños detalles cada vez que podía permitirse serlo. Por esto los prisioneros lo querían. Nunca se quejaron de él. Nunca lo maldijeron. Ni titubeaban en hablar francamente delante suyo, el era un buen observador, de buen oído y casi letrado, y para recordar lo escribía todo en una libreta especial. Informaba del contenido de esta libreta a sus superiores, compensando sus otras faltas en el servicio.
Y así hizo esta vez. Tomó su pequeña libreta e informó al mayor que el 17 de diciembre los prisioneros agrupados regresaban del almuerzo por el corredor y Nadelashin los seguía. Los prisioneros murmuraban que el día siguiente a pesar de ser domingo, no podrían obtener pases de los jefes de seguridad y que Rubin les había dicho: ¿Cuándo van ustedes a entender, muchachos, que nunca moverán a piedad a estas ratas? ¿Dijo él a estas ratas? — preguntó resplandeciente de alegría.
—Eso es lo que dijo, confirmaba Nadelashin con candida sonrisa en su cara de luna.
Myshin abrió el informe y añadió una nota. Ordenó además a Nadelashin redactar uno por su parte en forma de denuncia individual.
El mayor Myshin odiaba a Rubin y estaba coleccionando evidencias perjudiciales contra él. Cuando recién vino a Mavrino y supo que Rubín, comunista de la primera hora, bravuconeaba sobre que él seguía siendo comunista de corazón, a pesar de la prisión, Myshin lo llamó para conversar acerca de la vida en general y de trabajar juntos en particular. Pero no pudo llegar a un entendimiento. Myshin pasó el asunto a Rubin exactamente de la manera en que se suponía que debía hacerse en una sesión de instrucción:
—Si es usted soviético, ayúdenos.
—Si usted no nos ayuda, no es usted soviético.
—Si usted no es soviético, entonces es usted antisoviético y merece un término adicional.
Pero Rubin le preguntó: —¿Cómo se supone que debe escribir las denuncias, con tinta o con lápiz?
—Bueno, sería mejor con tinta —aconsejó Myshin.
—Sí, pero usted ve, yo he demostrado ya mi devoción a las autoridades del Soviet con sangre, y no necesito demostrarlas con tinta.
De tal manera Rubin mostró al mayor su deshonestidad e hipocresía.
El mayor lo llamó una vez más. En esa ocasión Rubin se excusó diciendo —cosa que era obviamente una falsa manera de esquivar— que la confianza política le había sido retirada puesto que estaba prisionero y mientras continuase estándolo, él no cooperaría con la oficialidad de seguridad.
Desde entonces Myshin recogía cuanto podía contra Rubin.
La conversación de Myshin con el teniente primero estaba desarrollándose, cuando un coche de pasajeros del ministerio de Seguridad del Estado llegó de pronto por Bobynin. Sacando ventaja de una circunstancia tan favorable para su carrera, Myshin rápidamente se puso su chaqueta y salió a revolotear en torno del coche. Invitó al oficial recién llegado a entrar para tomar calor, y dirigió su atención hacia el hecho de que estaba trabajando de noche. Mareó a Nadelashin dándole una serie de pequeñas órdenes; como buena medida preguntó a Bobynin si estaba bastante abrigado. (Deliberadamente Bobynin no se había puesto el hermoso saco que le entregaron para esta ocasión, sino su casaca roja de campo).
Inmediatamente después de la partida de Bobynin, Pryanchikov había sido citado. Ahora el mayor ciertamente no podía irse a su casa. Mientras esperaba para ver a quién otro debía citar y en qué momento los ya llamados regresarían, el mayor anotó cuáles de los guardias de servicio estaban con tiempo libre, (estos estaban jugando al dominó). Procedió a interrogarlos sobre historia del partido pues él era responsable de su nivel político. Aunque los guardias eran considerados como estando de servicio, si no tenían tarea, usualmente a esa hora podían dormir. Pero a ellos en ese momento les gustaba jugar al dominó, de manera que respondieron a las preguntas del mayor con una justificable falta de interés. Sus respuestas eran defectuosas además. No solamente esos guerreros confundían por qué fue correcto separarse después del Segundo Congreso y unirse cuando el Cuarto Congreso, sino que hasta dijeron que Plekhanov había sido el ministro zarista responsable del fusilamiento de los trabajadores el 9 de junio de 1905. Myshin reprendió a Nadelashin por todo esto.
En ese punto Bobynin y Pryanchikov, que habían regresado juntos y en el mismo coche, se rehusaron a contar nada al mayor y se fueron a dormir. Despechado y aún más alarmado, el mayor regresó a su casa en ese mismo coche, para no caminar. Los autobuses no corrían ya a esa hora.