Читаем En el primer cí­rculo полностью

—¡Como si pudiera evitar entenderlo! "Necesario" y "urgente" eran palabras que Levka Rubin, miembro del Komsomol, había oído toda su vida. En la década del treinta eran los supremos lugares comunes. No había acero, ni electricidad, ni pan, ni ropa... pero había "necesario" y "urgente". Se construyeron hornos, empezaron a funcionar plantas metalúrgicas y poco antes de la guerra, cómodo en su trabajo científico y literario, absorto en el lento siglo dieciocho, Rubin perdió contacto con la realidad. Pero el grito "urgente y necesario", quedó en su alma y malograba sus esfuerzos para terminar bien, aunque fuera un sólo trabajo, alguna vez.

La escasa luz diurna estaba desapareciendo. Encendieron la luz del cielorraso, se sentaron a la mesa de trabajo, examinaron las muestras vocales y subrayaron en azul y rojo los sonidos característicos, las uniones entre consonantes, las líneas de entonación. Todo lo hicieron juntos, sin prestar atención a Smolosidov, que tampoco había dejado el cuarto ni una sola vez y que ahora, sentado junto a la cinta magnética, la vigilaba como un ceñudo perro negro, la mirada fija en la nuca de los otros dos. Esa mirada pesada, implacable, les perforaba el cráneo como un clavo y les presionaba él cerebro. Así conseguía privarlos de ese factor tan difícil de definir, pero esencial: libertad, ausencia de presiones; era testigo de sus vacilaciones y seguiría presente cuando entregaran al jefe su entusiasta informe.

Como por turno, uno tendía a dudar y el otro a estar seguro; luego el primero se convencía y su colega empezaba a sentir dudas. Para Roitman sus conocimientos matemáticos eran un freno, pero su posición oficial lo espoleaba. El deseo desinteresado de ayuda al nacimiento de una ciencia nueva, y genuina obraba como fuerza moderadora, pero las lecciones de las Planes Quinquenales lo urgían a seguir adelante.

Ambos pensaban que les bastaba con las conversaciones de los cinco sospechosos. No pidieron cintas de los cuatro detenidos en la estación Arbat del subterráneo. De todos modos los habían apresado demasiado tarde. Tampoco pidieron escuchar las voces grabadas de los otros empleados del ministerio, prometidas por Bulbaniuk en caso de extrema necesidad. Rechazaron la hipótesis de que el hombre del teléfono no tuviese acceso a información de primera mano sobre Dobrumov: no podía ser un extraño contratado para hacer esa llamada.

¡Bastante difícil era ocuparse de esos cinco! Compararon con el oído las cinco voces con la del criminal. Compararon las cinco huellas con la del criminal, una línea violeta tras otra.

—¡Mire cuánto sacamos del análisis! — señaló Rubín con entusiasmo—. En la cinta oímos que al principio el criminal hablaba con voz fingida. ¿Pero qué cambio muestra el trazado? Sólo la intensidad de frecuencia: ¡el modo de hablar individual no cambia en lo más mínimo! Ese es nuestro principal descubrimiento: que existen modos, pautas o diseños vocales. Aunque el criminal cambiara de voz varias veces, no podría ocultar sus características específicas.

—Pero todavía sabemos poco sobre límites de modificación vocal —objeto Roitman—. Contando por microentonaciones, quizá. Los límites son muy amplios.

Era fácil dudar si la voz, oída era o no la misma, pero en los trazados las variaciones de frecuencia y amplitud mostraban diferencias claras y precisas. (La máquina que usaban era muy primitiva, capaz de discriminar sólo pocas frecuencias, y su índice de amplitud consistía en borrones ilegibles. Pero no había, sido pensada para un trabajo de tan vital importancia).

De los cinco sospechosos se podía eliminar a Zavarzin y Siagovity sin vacilar (siempre que la futura ciencia permitiese sacar conclusiones de una sola conversación). Tras algunas dudas, decidieron eliminar también a Petrov —Rubín, en su entusiasmo, ya lo había descartado desde el principio—. Pero las voces de Volodin y Shevronov se parecían a la del criminal en frecuencia básica de tono y tenían ciertos fonemas en común con ella: a, r, l y sh, siendo asimismo similares en el modo general de expresarse.

Ahí mismo, con esas voces similares, es cómo la ciencia de la fonoscopía debía haber sido perfeccionada, mejorando sus técnicas. Únicamente basándose en esas pequeñas diferencias podía llegarse alguna vez a un equipo más sensible. Rubín y Roitman se apoyaron en los respaldos de sus sillas con la satisfacción de inventores triunfantes. Imaginaron el sistema que algún día se adoptaría, similar a las huellas digitales: una completa audio-biblioteca, con la voz de toda persona que alguna vez hubiese estado bajo sospecha. Toda conversación criminal sería grabada, comparada y en seguida atraparían al culpable, como un ladrón que deja huellas en la puerta de la caja fuerte.

Pero en ese momento el edecán de Oskolupov abrió la puerta unos centímetros y les avisó que su jefe se acercaba.

Dejaron de soñar despiertos. La ciencia era la ciencia, pero ahora era necesario formular conclusiones generales y defenderlas ante el jefe de sección.

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