Читаем En el primer cí­rculo полностью

Shchagov. había partido a la guerra antes de terminar su quinto año y obtener su diploma, de modo que ahora tenía que retomar y abrirse camino graduándose como Candidato de Ciencias. Su especialidad era la mecánica teórica, y había planeado, antes de la guerra, encararla como materia científica. Las cosas eran más fáciles en esa época. Ahora se encontraba en el medio de una explosión universal de amor por la ciencia —cualquier ciencia, toda ciencia— por la razón de que los salarios habían sido aumentados.

¡Muy bien! Juntó fuerzas para este largo ataque. Poco a poco vendió en el bazar su botín de Alemania.

No tenía ropa de última moda; seguía usando en cambio exactamente aquella con la cual había sido desmovilizado: botines militares, pantalones militares, una camisa de campaña hecha de lana inglesa y decorada con cuatro cintas y dos bandas para heridas. Ellas le hacían recordar a Nadya otro Capitán combatiente de primera línea: Nerzhin.

Sensible al fracaso y a la crítica, Nadya se sintió como una niña ante el férreo sentido común de Shchagov. Había pedido su consejo, pero le había mentido con terquedad infantil, diciendo que Gleb había desaparecido en el frente.

Nadya misma no sabía cuándo ni cómo se había empezado a dejar llevar por esto —la entrada "extra" para el cine, el abrazo en broma por el regalo de cumpleaños, pero desde el momento en que Shchagov había entrado esa noche, aun mientras discutía con Dasha, sabía que había venido a verla a ella y que lo inevitable tenía que ocurrir.

Un minuto antes había estado llorando inconsolablemente por su vida arruinada, pero después de romper el billete de diez rublos se había sentido renovada, madura, lista para una nueva vida.

No sentía que hubiera nada contradictorio en esto.

Shchagov había recuperado su equilibrio usual y deliberado. Le había informado claramente a la muchacha que no podía tener esperanzas de casarse con él.

Después de enterarse de su noviazgo, Nadya caminó inquieta un momento por el cuarto, después vino y se paró también ante la ventana, dibujando silenciosamente con un dedo sobre el vidrio.

Él le tuvo lástima. Quería romper el silencio y explicar las cosas con simplicidad, con una franqueza que había abandonado hace tiempo: una pobre estudiante graduada, sin relaciones, sin futuro —¿Qué podía aportarle? Él tenía derecho a un buen pedazo del pastel. Quería explicarle que aunque su novia vivía cómodamente, no era especialmente malcriada. Tenía un espléndido departamento en un edificio selecto, donde sólo vivía gente de lo mejor. Había portero, alfombras— ¿dónde podía verse esto hoy en día? Todo el problema se solucionaría de un golpe. Sería preferible.

Pero sólo pensaba tales cosas, no las decía.

Nadya, apoyando la frente contra el vidrio y mirando hacia la noche, finalmente le contestó sin alegría. — ¡Espléndido! Usted tiene novia y yo tengo marido.

Shchagov se volvió, sorprendido. — ¡Marido! ¿No desapareció?

—No, no desapareció, — dijo Nadya casi murmurando. (¡Con qué temeridad se estaba entregando!)

—¿Cree que todavía vive?

—Lo he visto hoy.

Se había entregado, pero no se arrojaría a su cuello como una colegiala.

Shchagov no necesitó mucho tiempo para comprender lo que había oído. No pensó, como las mujeres, que Nadya había sido abandonada. Sabía que "desaparecido en acción" significaba siempre una persona desplazada, y si esa persona era desplazada nuevamente, esta vez en dirección al este, quería decir generalmente que estaba entre rejas.

Tomó el codo de Nadya. — ¿Gleb?

—Sí, — contestó apagadamente, casi sin emitir sonido.

—¿Qué pasa? ¿Está preso?

—Sí.

—Bueno, bueno, bueno —dijo Shchagov muy aliviado. Pensó un minuto y luego salió rápidamente del cuarto.

Nadya estaba tan abrumada de vergüenza y desesperación que no advirtió el cambio en su voz.

Se ha ido. Bien. Estaba contenta de haberle contado todo. Ahora estaba sola otra vez, con la carga de su honestidad.

El filamento de la lámpara apenas brillaba.

Caminó pesadamente a través del cuarto y encontró el segundo cigarrillo en el bolsillo de su tapado. Tomó un fósforo y lo encendió, sentía una extraña satisfacción en su sabor amargo, aun cuando el humo lo hiciera toser.

El capote de Shchagov estaba sobre una de las sillas. ¡Qué apuro había tenido! Se había asustado tanto que había olvidado su capote.

Había una gran calma; alguien en el cuarto de al lado tocaba el Estudio en fa menor de Liszt.

Ella lo había tocado cuando era joven, pero ¿lo habría entendido? Sus dedos habían pulsado las notas, pero nada sabía entonces de la palabra "disperato". Desesperado.

Apoyando la frente contra el vidrio del medio, se estiró y tocó los Otros, fríos, con las palmas de las manos.

Quedó como crucificada en la cruz negra de la ventana.

Había existido solamente un minúsculo punto tibio en su vida y acababa de irse. En sólo uno o dos minutos se había resignado a esa pérdida. Era otra vez la mujer de su marido.

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