Nunca le habíamos mentido a Ricky sobre nada. Sabía que era adoptado. Siempre le habíamos dicho que Santa Claus no era más que una historia. Y cuando me había preguntado de dónde venían los niños, también se lo contamos. Pero ahora deseé haber tomado quizás otra ruta —no haber sido siempre sincero con él.
En cualquier caso, pronto lo sabría.
Vería los cambios —me vería perder el pelo, me vería perder peso, me oiría levantarme en medio de la noche para vomitar, quizás…
Quizás incluso me oyese l orar cuando pensase que él no andaba cerca.
—¿Cómo de enfermo? —preguntó Ricky.
—Muy enfermo —dije.
Me miró algo más. Asentí: no estaba de bromas.
—¿Por qué? —preguntó Ricky.
Susan y yo intercambiamos miradas. Yo mismo me había estado haciendo esa misma pregunta.
—No lo sé —dije.
—¿Fue algo que comiste?
Negué con la cabeza.
—¿Has sido malo?
Era una pregunta inesperada. Lo medité unos momentos.
—No —dije—. No lo creo.
Guardamos silencio durante un tiempo. Al final, Ricky habló en voz baja.
—No vas a morirte, ¿verdad, papi?
Mi intención había sido contarle la verdad, sin embel ecerla. Pero l egado el momento, tuve que darle más esperanzas de las que la doctora Kohl nos había dado a nosotros.
—Quizá —dije. Sólo quizás.
—Pero… —dijo Ricky con la boquita contraída—. Pero yo no quiero que te mueras.
Le apreté la mano.
—Yo tampoco quiero morir, pero… pero al igual que mamá y yo te hacemos limpiar tu habitación, en ocasiones tenemos que hacer cosas que no queremos.
—Seré bueno —dijo—. Seré siempre bueno si no te mueres.
Me dolía la cabeza. Negociación. Una de las fases.
—Realmente no tengo elección en nada de esto —dije—. Me gustaría que fuese diferente, pero no lo es.
Parpadeaba mucho; pronto estaría l orando.
—Te quiero, papi.
—Yo también te quiero.
—¿Qué… qué pasará con mami y conmigo?
—No te preocupes, colega. Seguirás viviendo aquí.
No tendrás que preocuparte por el dinero. El seguro es bueno.
Ricky me miró, evidentemente sin comprender.
—No te mueras, papi —dijo—. Por favor, no te mueras.
Lo abracé, y Susan pasó sus brazos alrededor de los dos.
12
Por mucho que el cáncer me aterrorizase como víctima, me fascinaba como biólogo.
Los proto-oncogenes —los genes normales que tienen el potencial de disparar el cáncer— existen en todos los mamíferos y aves. Es más, todo proto-oncogén identificado hasta la fecha está presente tanto en mamíferos como en aves. Ahora bien, las aves evolucionaron a partir de los dinosaurios, que a su vez evolucionaron a partir de los tecodontos que evolucionaron a partir de diápsidos primitivos que a su vez evolucionaron a partir de captorhinomorfos, los primeros reptiles de verdad. Mientras tanto, los mamíferos evolucionaron a partir de los terápsidos que a su vez evolucionaron a partir de los pelicosaurios que evolucionaron a partir de sinápsidos primitivos que evolucionaron de captorhinomorfos. Como los captorhinomorfos, el antecesor común, se remonta al Carbonífero inferior, hace casi 300 millones de años, los genes compartidos deben de haber existido al menos ese tiempo (y, es más, hemos encontrados huesos fósiles cancerosos que confirman que el gran C existe al menos desde el Jurásico).
En cierta forma, no es sorprendente que esos genes estén compartidos: los proto- oncogenes están relacionados con el control de la división celular y el crecimiento de los órganos; sospecho que con el tiempo descubriremos que todo el juego completo es común a todos los vertebrados y, es más, a todos los animales.
Parece que el potencial para el cáncer está entretejido en la misma estructura de la vida.
A Hollus le intrigaban la cladística —el estudio de cómo características compartidas implican un antecesor común; en su mundo era la herramienta principal de los estudios evolutivos—. Por tanto, parecía apropiado mostrarle nuestros hadrosaurios —una serie si alguna vez ha habido una.