—Lo digo porque tiene derecho a saberlo —dije, volviendo a hacer una pausa, preguntándome cómo continuar—. Sé que cuando vino al museo, simplemente pidió ver a un paleontólogo, cualquier paleontólogo. No me buscaba a mí en particular. De hecho, hubiese podido ir a un museo diferente… Phil Currie en el Tyrrell o Mike Brett-Surman en el Smithsonian hubiesen estado encantados de que se hubiese presentado a sus puertas.
Me quedé en silencio. Hollus seguía mirándome con paciencia.
—Lo lamento —dije—. Debí haberlo dicho antes. —Volví a inhalar, contuve el aire todo lo que pude—. Hollus, me muero.
El alienígena repitió la palabra, como si de alguna forma se la hubiese saltado al estudiar inglés.
—¿Se muere?
Padezco un cáncer incurable. Sólo me quedan meses de vida.
Hollus guardó silencio durante varios segundos. Luego dijo con la boca izquierda:
—Yo… —pero no dijo nada más durante un tiempo. Al final, empezó de nuevo—. ¿Es permisible mostrar pesar en estas circunstancias?
Asentí.
—«Yo» «lo» «siento» —dijeron sus bocas. Mantuvo el silencio durante unos segundos—. Mi propia madre murió de cáncer; es una enfermedad terrible.
Ciertamente no podía negárselo.
—Sé que todavía queda mucho que investigar —dije—. Si prefiere trabajar con otro, lo comprenderé.
—No —dijo Hollus—. No. Somos un equipo.
Sentí que se me contraía el pecho.
—Gracias —dije.
Hollus me miró durante un momento más, luego hizo un gesto en dirección a los hadrosaurios montados en las paredes, la razón por la que habíamos venido.
—Por favor, Tom —pidió. Era la primera vez que me l amaba por mi nombre de pila—. Continuemos con nuestro trabajo.
13
Siempre que me encontraba con una nueva forma de vida en la Tierra, intentaba imaginarme sus ancestros, supongo que es una deformación profesional. Lo mismo me sucedió cuando Hollus me presentó por fin a un wreed; aparentemente los wreeds eran tímidos, pero pedí reunirme con uno como parte del pago por examinar nuestras colecciones.
Empleamos la sala de conferencias del quinto piso del Centro de Conservadores; una vez más, se instaló una serie de cámaras de vídeo para grabar el acontecimiento. Coloqué el proyector de holoforma sobre la larga mesa de caoba, cerca del teléfono sin manos. Hollus lo usó para hablar en su lengua, y de pronto había un segundo alienígena en la sala.
Los humanos, por supuesto, evolucionaron a partir de los peces; nuestros brazos fueron originalmente aletas pectorales (y nuestros dedos eran en su origen los huesos de apoyo que daban rigidez a esas aletas), y nuestras piernas empezaron siendo aletas pélvicas.
Casi con toda seguridad, los wreeds también empezaron siendo criaturas acuáticas. El wreed que tenía frente a mi se sostenía sobre dos piernas, pero tenía cuatro brazos, espaciados por igual alrededor de la parte superior del torso con forma de pera invertida. Pero los cuatro brazos quizá se remontaban no a aletas pectorales sino también a aletas dorsales y ventrales asimétricas. Esas antiguas aletas pectorales quizás habían tenido cuatro puntos de refuerzo, porque las manos izquierda y derecha tenían ahora cuatro dedos cada una (dos dedos centrales y dos pulgares mutuamente oponibles). La mano frontal —presumiblemente derivada de la aleta ventral— tenía nueve dedos. Y la mano posterior, que yo suponía descendía de una aleta dorsal, tenía, cuando al final pude mirarla, seis dedos gruesos.
El wreed no tenía cabeza y, por lo que podía ver, tampoco tenía ojos o nariz. Había una franja negra brillante alrededor de la parte superior del torso; no tenía ni idea de para qué era. Y había zonas con pliegues complicados de la piel a cada lado de los brazos frontales y traseros; supuse que podrían ser oídos.
La piel del wreed estaba cubierta con el mismo material que había evolucionado en la Tierra en muchas arañas e insectos, todos los mamíferos, algunas aves, e incluso algunos viejos reptiles: pelo. Había como un centímetro de pelaje rojizo marrón que cubría la mayor parte del torso superior y los brazos hasta los codos; el torso inferior, los antebrazos, y las piernas estaban desnudas, dejando al descubierto una piel correosa gris azulada.
La única vestimenta que llevaba el wreed era un cinturón ancho que rodeaba la parte inferior más estrecha del torso; se sostenía por las caderas nudosas del ser. El cinturón me recordaba el cinturón de auxiliar de Batman —incluso era del mismo amaril o brillante, y estaba rodeado de lo que supuse eran bolsillos de almacenamiento—. Pero en lugar de l evar el emblema de un murciélago en la hebilla, exhibía una brillante catalina roja.
—Thomas Jericho —dijo Hollus—, éste es T'kna.
—Hola —dije—. Bienvenido a la Tierra.