Читаем El cálculo de Dios полностью

La superficie de Mu Cassiopeae A Prima no muestra señales de sus antiguos habitantes; todo ha quedado enterrado por 2,4 mil ones de años de erosión. Pero Hollus me mostró un modelo generado por ordenador de lo que los sensores de la nave Merelcas habían descubierto bajo las capas de sedimentos: una vasta planicie llena de altas y retorcidas agujas, puntas y otras formas irregulares y, debajo, una bóveda o cámara, oculta por siempre. El planeta tuvo en su momento una luna muy grande —en proporción, mucho mayor que la Luna en relación con la Tierra—, pero ahora exhibía un impresionante sistema de anillos. Hollus dijo que había determinado que el sistema de anil os también tenía 2,4 millones de años —en otras palabras, se había originado cuando los casiopeianos habían desaparecido.

Hice que me mostrase el resto del planeta. En los mares había archipiélagos —islas dispersas como perlas en un hilo— y la costa este del continente mayor se ajustaba muy bien a la costa oeste del siguiente: una muestra clara de que el planeta había sufrido una tectónica de placas.

—Volaron su propia luna —dije, sorprendiéndome a mí mismo con la idea—. Querían detener las fuerzas de marea que revolvían el núcleo de su planeta; querían acabar con la tectónica de placas.

—¿Por qué? —preguntó Hollus, aparentemente intrigado por la idea.

—Para evitar que la bóveda que habían construido sufriese subducción —dije. El desplazamiento continental hace que las rocas de la corteza se reciclen, con la vieja enterrándose en el manto y la nueva formándose a partir del magma que aflora por las zanjas marinas.

—Pero nosotros habíamos asumido que la bóveda era un sistema de almacenamiento para los desechos radiactivos —dijo Hollus—. La subducción sería realmente la mejor forma de deshacerse de ella.

Asentí. Los monumentos que me había mostrado aquí y en Tau Ceti II y Epsilon Indi Prima efectivamente recordaban a los diseños que había visto para posibles lugares de almacenamiento de residuos en la Tierra: paisajes artificiales tan extraños que nadie jamás excavaría en el os.

—¿Encontraron alguna inscripción o mensaje relacionado con los desechos radiactivos? —pregunté. Los planes para lugares en la Tierra iban todos acompañados por comunicaciones simbólicas que indicaban el almacenamiento de sustancias peligrosas, de forma que los futuros habitantes de la zona supiesen lo que se había enterrado. La iconografía propuesta iba desde rostros humanos mostrando expresiones de enfermedad o dolor, indicando que la zona era venenosa, hasta diagramas que empleaban números atómicos para señalar específicamente los elementos enterrados.

—No —dijo Hollus—. Nada de ese tipo. Al menos, no en los lugares más recientes… los que le hemos mostrado son justo anteriores a la desaparición de la especie. Bien, supongo que hubiesen podido querer que esos lugares permaneciesen intactos durante mil ones de años… durante tanto tiempo que cualquier inteligencia que pudiese descubrirlos podría no ser siquiera la misma especie que había enterrado los desechos bajo ese paisaje desolado. Una cosa es intentar comunicar la idea de veneno o enfermedad a miembros de tu propia especie, los humanos asociamos los ojos cerrados, la boca torcida y la lengua fuera con el envenenamiento, pero podría ser otra cosa muy diferente intentar hacerlo por encima de las diferencias entre especies, especialmente si no sabes nada sobre la especie que podría venir después de ti.

—No está apreciando los hechos —dijo Hollus—. La mayor parte de los residuos radiactivos tienen una vida media de menos de cien mil años. Para cuando hubiese aparecido una nueva especie inteligente, no habría virtualmente nada peligroso.

Fruncí el ceño.

—Aun así, se parecen mucho a lugares en los que almacenar residuos nucleares. Y, bien, si los nativos del planeta partieron antes de ir a algún otro sitio, quizá creyeron que era más apropiado enterrar su basura antes de partir.

Hollus parecía indeciso.

—Pero entonces, ¿por qué iban a querer los casiopeianos detener la subducción? Como he dicho, es la mejor forma de deshacerse de los residuos nucleares, incluso mejor que lanzarlos al espacio. Si la nave espacial estalla, puedes acabar con una contaminación nuclear extendida por medio planeta, pero si los desechos llegan al manto, desaparecen por siempre. De hecho, exactamente eso es lo que mi propia especie acabó haciendo con los residuos radiactivos.

—Bien, en ese caso, quizás enterraron alguna otra cosa bajo esos paisajes de aviso — dije—. Algo tan peligroso que querían asegurarse de que jamás sería desenterrado, para que nunca les persiguiese. Quizá los casiopeianos temiesen que si su bóveda sufría la subducción, las paredes se fundirían y lo que fuese, quizás una bestia, que hubiesen aprisionado en su interior escapase. Y luego, todos el os, después de enterrar lo que temiesen tanto, abandonaron su mundo natal, poniendo toda la distancia posible entre el os y lo que fuese que dejaron atrás.

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