Читаем El cálculo de Dios полностью

No volví a ver a los agentes del SCSI. El primer ministro Chretien vino al RMO para encontrarse con Hollus; Christine Dorati, por supuesto, lo convirtió en una sesión de fotos. Y varios periodistas le pidieron a Chretien, frente a los micrófonos, su garantía de que el alienígena podría continuar con su trabajo sin ser molestado… que era lo que el sondeo de opinión de Maclean decía que querían los canadienses. Ciertamente dio su garantía, aunque yo sospechaba que los agentes del SCSI siempre estaban por ahí, sin dejarse ver.

En su cuarto día en Toronto, Hollus y yo estábamos de nuevo en la sala de colecciones en el sótano del Centro de Conservadores. Abrí un cajón de metal y le mostré una losa de esquisto que contenía un euripterida bellamente conservado. Llevamos el espécimen a la mesa de trabajo, y Hollus usó una de las cuatro lupas conectadas a brazos metálicos, que tenían un tubo fluorescente rodeando la lente. Me pregunté brevemente por la física de la situación: la imagen amplificada era observada por un ojo simulado, y la información se transfería de alguna forma al Hollus real, en órbita sobre Ecuador.

Lo sé, lo sé, probablemente no tendría que haber dicho nada. Pero, maldición, me había tenido despierto todas las noches desde que Hollus lo mencionó.

—¿Cómo saben —le pregunté al fin— que el universo tiene un creador?

Los pedúnculos de Hollus se curvaron para mirarme.

—Está claro que el universo está diseñado; si está diseñado, debe por tanto tener un diseñador.

Moví los músculos de mi frente de aquella forma que solía arquear mis cejas.

—A mí me parece caótico —dije—. Es decir, no es como si las estrel as estuviesen dispuestas en formas geométricas.

—Hay una gran bel eza en el caos —dijo Hollus—. Pero me refiero a un diseño mucho más básico. Este universo tiene sus parámetros fundamentales ajustados hasta una precisión casi infinita para que pueda soportar la vida.

Estaba razonablemente seguro de adonde se dirigía con tal comentario, pero igualmente dije:

—¿De qué modo? —Pensé que quizá sabía algo que yo desconocía; y ciertamente, para mi asombro, así fue exactamente.

—Su ciencia conoce cuatro fuerzas fundamentales; en realidad hay cinco, pero ustedes no han descubierto la quinta. Las cuatro fuerzas que conocen son gravitación, electromagnetismo, la fuerza nuclear débil y la fuerza nuclear fuerte; la quinta fuerza es repulsiva que actúa en distancias extremadamente largas. Las potencias de esas fuerzas tienen valores extremadamente divergentes, pero aun así si esos valores fuesen ligeramente diferentes de los actuales, el universo tal y como lo conocemos no existiría, y la vida nunca se hubiese formado. Consideremos por ejemplo la gravedad: si fuese ligeramente más potente, hace tiempo que el universo hubiese colapsado. Si fuese algo más débil, las estrellas y los planetas no se hubiesen formado nunca.

—Eso sí —hice de eco.

—En el caso de esos dos escenarios, sí; hablo de unos pocos órdenes de magnitud. ¿Desea un ejemplo mejor? Muy bien. Las estrellas, evidentemente, deben alcanzar un equilibrio entre la fuerza gravitatoria de su propia masa, que intenta hacerlas colapsar, y la fuerza electromagnética de su torrente de luz y calor. Hay sólo un margen estrecho de valores que permiten el equilibrio justo para que existan las estrellas. En un extremo se producen las gigantes azules, y en el otro se forman las enanas rojas, ninguna de las cuales permite la aparición de la vida. Por suerte, casi todas las estrellas caen entre esos dos tipos, específicamente debido a una aparente coincidencia numérica en los valores de las constantes fundamentales de la naturaleza. Si, por ejemplo, la potencia de la gravedad fuese diferente en una parte en… déme un segundo; debo convertir a su sistema decimal… por una parte en 1040, esa coincidencia numérica se alteraría, y cada una de las estrellas del universo sería o una gigante azul o una enana roja; no existirían soles amaril os para iluminar planetas terrestres.

—¿En serio? ¿Sólo una parte en diez elevado a cuarenta?

—Sí. Igual sucede con el valor de la fuerza nuclear fuerte, que mantiene unidos los núcleos aunque los protones de carga positiva intentan repelerse los unos a los otros: si esa fuerza fuese sólo ligeramente más débil de lo que es en realidad, los átomos no se formarían nunca… la repulsión de los protones lo impediría. Y si fuese ligeramente más potente, el único átomo que se podría formar es el de hidrógeno. En cualquier caso, tendríamos un universo carente de estrellas, vida y planetas.

—Por tanto, ¿dice que alguien eligió esos valores?

—Exacto.

—¿Cómo saben que ésos no son los únicos valores que esas constantes podrían tener? —dije—. Quizá simplemente son así porque no podrían ser de ninguna otra forma.

El torso del alienígena se agitó.

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