Читаем Círculo de espadas полностью

—Yo pertenezco a esa especie, Ettin Gwarha. Si ellos son animales, entonces yo también lo soy.

Volvió a guardar silencio y fijó la vista en la alfombra. Finalmente levantó la cabeza.

—¿De qué habría servido? Habrías mirado a tus pares, a los hombres con los que vives, y te habrías preguntado: ¿Quién dice esto? ¿Cuál de estas personas piensa que no soy una persona?

—Nada de eso.

Se quedó un rato en silencio, luego se levantó y regresó a sus habitaciones.

Me serví otra taza de café y bebí lentamente, pensando en la última vez que había estado en el planeta madre de los hwarhatb, después de regresar de la fracasada primera ronda de negociaciones con los humanos. En una mañana en particular. Me encontraba en los jardines que se extienden entre la grandiosa casa de Ettin Per y el río, respirando el aire fresco y humedeciéndome los pies con el rocío, admirando las llamativas hojas de las plantas ornamentales de Per y el plumaje igualmente llamativo de sus halpa. Los cría por sus huevos, y por su aspecto. Andan por todas partes con paso majestuoso, demasiado pesados y demasiado confiados para volar. Doblé una esquina, pasado un arbusto de hojas verdes y escarlata. Había un tli: redondo y gordo, de pelaje amarillento y anillos blancos en la cola. Estaba destrozando el nido de un halpa. De su hocico chorreaban restos de huevo que cubrían sus garras delanteras. Me detuve. El tli me miró. Durante un instante los dos nos quedamos inmóviles. Después él se alejó. Me quedé mirando los huevos rotos.

Decididamente era el momento de hacer otro viaje al planeta madre. El momento de estar al aire libre, lejos de las interminables luchas por el poder en el perímetro.

Las interminables luchas por el poder en el centro correspondían a las mujeres. En ocasiones Gwarha es invitado a reunirse con sus tías mientras ellas conspiran. De vez en cuando me convocan como experto en el enemigo humano. Yo presento mi informe y soy despedido; no tengo más responsabilidad.

¡Por la Diosa, qué tentador! Pero no todavía. Hay problemas que resolver aquí.

Del diario de Sanders Nicholas, etc.

<p>XXIV</p>

Sonó una campana. Tardó un minuto en darse cuenta de que era la puerta y no el intercomunicador. Tocó la placa interior y la puerta se abrió. Allí estaba Nicholas. Su rostro pálido parecía una máscara.

—¿Qué sucede?—le preguntó.

Él entró. La puerta se cerró.

—Anna, tengo que decirte algo. Me llevará un buen rato, y tendrás que prestar atención.

Ella había oído aquel tono de voz en otra ocasión, por lo general cuando alguien estaba a punto de anunciarle la muerte de un familiar.

—No tenía ningún plan. No nos interrumpirán.

—¿Por qué no te sientas? Yo quiero caminar.

—Nick, ¿de qué se trata? Me estás poniendo nerviosa.

Él había llegado al otro extremo de la habitación. Se volvió y le sonrió.

—Estoy aterrorizado, Anna. Por favor, siéntate.

Ella le obedeció. Él se quedó quieto durante un instante, mirando la puerta que conducía fuera de los aposentos.

—En primer lugar, esto no tiene nada que ver con el Primer Defensor. Es responsabilidad mía, y él no sabe lo que estoy haciendo.

Ella abrió la boca y la cerró.

—Hay cierta información que tu gente debe conocer. A ti te toca decidir cómo hacérsela llegar al embajador. Tus aposentos serían un sitio seguro, si lograras encontrar la forma de que él viniera. Sería aún mejor que lo hicieras a bordo de vuestra nave. En los aposentos de los humanos ni pensarlo. Incluso los retretes están plagados de micrófonos.

—Nuestra gente registró a fondo y nos dijeron…

—Créeme, los miembros del Pueblo han estado escuchando. Yo he estado escuchando. Examino las grabaciones casi cada día. A los miembros del Pueblo no les gusta mentir, pero lo harán, sobre todo con un enemigo, y no renunciarán a las ventajas de hacerlo. —Nicholas se paseaba por el borde de la habitación. Ella se había girado para mirarlo.

—¿No puedes sentarte? Me quedaré con el cuello torcido.

Él se dejó caer en una silla y la miró con expresión seria.

—Creo que estamos en una especie de momento crítico. Si algo sale mal en esta ronda de negociaciones, tal vez no haya forma de recuperar lo perdido; y no creo que tu gente se dé cuenta de lo peligrosa que es la situación. Tienes que cumplir esta misión.

Hizo una breve pausa. Ella esperó. Al fin Nicholas dijo:

—La información. Cuando el Pueblo hace la guerra, sigue ciertas reglas. Y las reglas son estrictas. No pueden ser violadas. La primera regla, la más importante, es que ningún hwarhath del sexo masculino puede causar daño físico a una mujer ni a un niño.

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