Читаем Círculo de espadas полностью

¿Por qué el general estaba examinando el fracaso más patente de su especie? Aunque él había hecho las cosas bien en el planeta. Los diversos oficiales superiores fueron convencidos de que cooperaran. La retirada se llevó a cabo ordenadamente. Él obtuvo un ascenso, y yo fui un poco más cuidadoso con lo que tocaba.

Su puerta se abrió. Lo observé y luego miré la jungla.

—No cabe duda de que no eran inteligentes —dijo.

—¿Qué especies?

—Ninguna. Lo que consideramos cooperación, era simbiosis. —Se volvió y quedó de cara a la jungla púrpura. Una criatura con muchas patas se arrastró por el suelo. Todo cuanto puedo decir es que medía un par de metros de largo—. He estado pensando que tal vez no es posible luchar con otras especies, sin duda no es posible hacerlo con algo parecido a las criaturas de ese planeta. Sólo se los puede matar como a animales. ¿Y para qué molestarse? En ese planeta no había nada que necesitáramos, salvo un enemigo, y ellos no comprendían las reglas de la guerra.

Se sentó ante la mesa y señaló la otra silla que había en la habitación. Me senté y le hablé de la reunión entre Anna y las mujeres.

—Ese es un mito del que jamás había oído hablar —comentó cuando concluí—. Lo más probable es que pertenezca a una de las culturas que ella ha estudiado. Que yo sepa, mis tías no han hablado con Tsai Ama Ul. Es evidente que deberían hacerlo. Ella está pensando en la procreación, lo que significa que está pensando en alianzas. Es una historia interesante. Se abre a posibilidades muy distintas. —Observó la jungla y abrió los ojos desorbitadamente. Me volví.

En el claro había algo nuevo: un cuerpo redondo que se balanceaba sobre seis patas semejantes a zancos. Sostenía a la criatura de muchas patas, que había dejado de moverse. Con otras dos extremidades que desplegó empezó a acariciar a la criatura de muchas patas, primero en la parte superior de la cabeza y luego en las enormes mandíbulas que parecían horribles tenazas.

—Está buscando comida, supongo. Recuerdo que en uno de los informes se decía que las criaturas de muchas patas producen una sustancia similar a la miel. —Me miró para asegurarse de que había usado la palabra inglesa correcta—. Si es abordado de la manera correcta, el animal regurgita la sustancia.

»Nuestra situación se vuelve cada vez más compleja. Lugala Tsu no representa un gran problema. Para ser un principal, uno debe tratar con principales. ¡Pero las mujeres! ¡Ah! —Guardó silencio, evidentemente reflexionando pero incapaz de hablar. Hay hombres hwarhath que se quejan de sus parientes del sexo femenino, algunos en voz alta y con todo detalle. El general piensa que ésta es la peor clase de malos modales, para no hablar de que pone de manifiesto un carácter débil y cobarde—. Me parece —dijo finalmente, eligiendo cuidadosamente las palabras— que podrían haber luchado con Lugala Minti y haber negociado con Tsai Ama Ul en casa. No necesitaban venir tan lejos.

—No puedes decir al Tejido lo que debe hacer.

—Ya lo sé, Nicky. Puedes irte. Quiero quedarme sentado, mirando mi jungla y pensando.

Al llegar a la puerta me volví para mirar. Patas Largas había terminado de hacer lo que estaba haciendo. Plegó las extremidades y se apartó delicadamente. La criatura de muchas patas se quedó inmóvil. Parecía aturdida.

—Vete —dijo Ettin Gwarha.

<p>XXIII</p>

Esa noche él celebraba una fiesta. Me quedé en mi despachó y revisé las grabaciones de los humanos: sus conversaciones privadas en las habitaciones que ellos creían seguras. No teníamos imágenes, sólo sus voces, que hablaban casi de cualquier cosa. La mayor parte de lo que decían no tenía valor estratégico. El servicio de información de los hwarhath ya las había analizado. Aquél era un segundo examen.

Hay ocasiones en las que los humanos hablan por la misma razón por la que los monos se acicalan. No se trata de comunicación sino de contacto. Es como decir: «Estoy aquí. Soy tu amigo. No estás solo.»

Por eso los miembros del Pueblo charlan menos que los humanos. Ellos pueden acicalarse. No tienen que hablar del tiempo ni de cómo se desenvuelve el equipo local ni, en este caso, de lo que echan de menos de la Tierra: jugar al criquet, un jardín de Suecia, la comida de la India, el teatro de Nueva York.

Supongo que puedo soportar la nostalgia, pero se parece demasiado al arrepentimiento.

Finalmente dejé de escuchar y me fui a mis aposentos, me di una ducha, me preparé un bocadillo y me senté a leer.

Al final del octavo ikun, Ettin Gwarha me llamó.

—Nicky, ven a verme.

Era un tono imperativo. Me vestí y fui a verlo.

Percibí el olor en cuanto entré: el aroma agridulce del halin mezclado con el perfume acre de los cuerpos hwarhath intentando librarse de las toxinas. Seguramente había habido un montón de gente en algún momento de la noche. Las mesas estaban llenas de copas y jarras de halin.

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