¿Cómo explicarlo? Me molestaba verlo plácidamente sentado mientras sus tías hablaban de reproducirlo como un toro premiado. Me molestaba que algo que le pertenecía —su relación con el futuro, en nombre de la Diosa— se convirtiera en una ficha del juego de las mujeres de Ettin.
Él escuchó sin moverse, con expresión grave. Finalmente guardé silencio. Él levantó la mirada. Sus pupilas se habían dilatado bajo la débil luz, y pude verlas claramente: anchas líneas negras como barras que atravesaban los iris.
—Al parecer piensas que tengo derecho a todo lo que mi organismo produce. Es un derecho al que renunciaré de buen grado. No tengo ningún deseo de conservar mi mierda. No me importa demasiado lo que ocurre con ella, siempre que sea utilizada adecuadamente. —Hizo una breve pausa—. ¿Y en qué sentido mi material genético es mío? No lo creé de la nada. Nací de una mujer de Ettin y de un hombre de Gwa, y ellos los recibieron de sus padres, y así sucesivamente, generación tras generación, hasta los tiempos anteriores a todos los linajes.
»Me parece que tengo tanto derecho a eso como a poseer las colinas de Ettin, o los ríos que corren entre ellas, o el cielo que cubre nuestras cabezas, o la casa en la que nací.
Del diario de Sanders Nicholas, etc.
XXI
Durante los días que siguieron no ocurrieron demasiadas cosas. Anna observó las negociaciones, que continuaron bajo un signo negativo. Lugala Tsu ya no se movía ni hacía muecas. En cambio se arrellanaba en la silla, inmóvil y con expresión taciturna. Los demás —los
El intercomunicador la despertó una mañana con el sonido de unas campanas al viento suave y errático.
Era Ama Tsai Indil. Habría otra reunión con las mujeres
—No tengo inconveniente —respondió Anna.
—¿Qué?—preguntó Indil.
—No tengo nada que objetar.
—Te resultaría difícil poner objeciones, Pérez Anna. Lugala Minti es miembro importante de un linaje muy poderoso. Y por lo que sabemos, tú no tienes una verdadera familia.
—Eh —dijo Anna—. Soy de Chicago e Illinois. Eso debería contar.
Apagó el intercomunicador antes de que Indil pudiera preguntarle por el linaje de Chicago, y fue a vestirse. No le complacía la idea de que Nick no estuviera. Le gustaba encontrar el desayuno preparado, y nunca se le había dado muy bien preparar café.
Comió mantequilla de cacahuete con un panecillo y tomó agua del grifo de los alienígenas. Había sido reciclada y salía destilada y pura.
Después se dirigió a la sala de reuniones.
Las mujeres —todas ellas— estaban esperando: las tres hermanas con las túnicas de color oro y carmesí, Tsai Ama Ul vestida de color plateado, Lugala Minti de negro y Ama Indil de gris claro.
Volvieron a hablar de la condición de las mujeres en la Tierra. Esta vez la conversación avanzó más lentamente. Ama Tsai Indil no era tan buena traductora como Nicholas.
Tuvo la misma sensación que solía tener cuando conversaba con Vaihar. Aunque hablaban el mismo idioma (al menos ella y Ama Indil) y aunque parecían coincidir en el significado de las palabras que utilizaban, la comunicación era fragmentada; y tuvo la sensación de que las preguntas importantes no se planteaban. Las mujeres
Finalmente, dijo:
—Os he hablado de la Tierra lo mejor que he podido. Ahora me gustaría saber algo de vuestro planeta.
Lugala Minti respondió:
—Nuestra sociedad está organizada como debe ser, según las reglas que la Diosa ha dado al Pueblo.
Una respuesta adecuada, al menos se lo parecía a la mujer de Lugala. Se arrellanó y cruzó las manos sobre el abdomen. La luz le caía sobre la túnica en el ángulo adecuado, y Anna vio el dibujo del brocado, negro sobre negro: una red hecha de estrechas ramas que se entrecruzaban. Unas flores grandes y delicadas se abrían en las intersecciones; salvo por las espinas largas y puntiagudas, el resto de cada rama estaba desnudo.
Ettin Per arrugó el entrecejo y habló con voz estridente.
Ama Tsai Indi! dijo:
—La mujer de Ettin nos ha recordado que la Diosa no es simple. Sabemos que hace falta algo más que una teoría para explicar su universo. Tal vez existe más de un camino acertado que seguir.
Lugala Minti pareció furiosa.
Tsai Ama Ul se inclinó hacia delante y habló.
—Según la mujer de Tsai Ama, hay muchas cosas que no pueden decirse. Recuerda que somos enemigas, al menos de momento, y son los hombres quienes deciden qué información es estratégica.