Él volvió levemente la cabeza y abrió los ojos. Anna tuvo la impresión de que no la veía. Después dijo algo en un idioma que no reconoció. Su voz parecía cansada.
El alienígena de Anna comentó:
—Creo que no sabe quién es usted, miembro. Está hablando en nuestro idioma.
—¿Qué ha dicho?
—Que no sabe nada. Creo que deberíamos continuar hacia delante.
Anna se sentó varias filas más adelante. El alienígena —¿cómo se llamaba? ¿Vai algo?— se sentó junto a ella y le explicó cómo ajustarse el cinturón de seguridad.
Un par de minutos más tarde se encendieron los motores. El avión despegó. Anna cogió el ordenador que se había llevado de su celda, lo activó y terminó de leer el fragmento dedicado a la blancura de la ballena.
El alienígena estaba callado, con las manos cruzadas, y no hacía absolutamente nada.
Dos horas más tarde, según el reloj del ordenador, el avión empezó a descender. Anna apagó
Los motores se apagaron. Se desabrochó el cinturón.
—Por favor, quédese donde está, miembro. Primero bajaremos a Sanders Nicholas. ¿Puedo preguntarle qué está leyendo?
—Es la historia de un hombre que se obsesionó con la idea de cazar y matar un enorme animal marino.
—¿Y lo logró?
—El animal lo mató a él.
Oyó que se abría la puerta y notó entrar un aire húmedo que olía a mar. Detrás de ella, todos se movieron. Uno de ellos hablaba suavemente en el idioma de los alienígenas.
—Es una historia famosa —añadió Anna.
—¿Es decente? —preguntó el
—Supongo que sí. En realidad, no sé lo que su pueblo considera decente.
—Las historias sobre hombres o sobre mujeres. Pero no las historias sobre hombres y mujeres. Nos resulta difícil estudiar su cultura. Parecen obsesionados con actividades contrarias a la voluntad de la Diosa.
Por alguna razón, la voz cautelosa del alienígena le recordó la del guardia de Nicholas, el joven extraño llamado Hattin.
—Uno de los suyos custodiaba a Nicholas. ¿Qué le ocurrió? ¿Se encuentra bien?
—Encontramos su cuerpo. Sus cenizas serán enviadas a casa. Eso es importante. Cuando llega el final, nos gusta volver a casa.
El alienígena echó un vistazo hacia la parte trasera del avión.
—Ahora podemos marcharnos, miembro.
Ella lo siguió bajo una fría, fina y brumosa lluvia. Después de echar un vistazo a su alrededor, dijo:
—Ésta no es la estación.
—¿Su estación? No.
Los edificios que la rodeaban eran cuadrados, grises y monótonos. No había en ellos ventanas ni detalles arquitectónicos: sólo paredes lisas y desnudas. Seguramente había puertas, pero ella no las vio.
—¿Por qué estoy aquí?
—El Primer Defensor quiere hablar con usted.
—¿Por qué?
—Yo no soy una persona importante, miembro. El Primer Defensor no me dice lo que piensa.
Ella se quedó quieta unos minutos más, mirando los edificios grises y cuadrados, y se encogió de hombros.
—Dígame adónde debo ir.
—Allí —respondió, señalando.
Cuando se acercaron al edificio, ella distinguió una puerta que se encontraba al nivel de la pared y era apenas visible. Él la abrió y entraron en otro pasillo. Éste tenía las paredes grises de metal y el suelo alfombrado de un tono gris ligeramente más oscuro. Caramba, a aquella gente le encantaba ese color. En el aire flotaba un olor raro. ¿A qué? Algún animal desconocido. Del lado interior de la puerta había dos alienígenas armados con rifles. Uno se dirigió a su acompañante. Éste respondió.
El alienígena que había hablado en primer lugar movió levemente la cabeza. ¿Un gesto de asentimiento?
—¿Miembro? —le dijo su acompañante.
Bajaron por el pasillo. Allí había un gran despliegue de actividad. Los alienígenas pasaban junto a ellos y se movían con rapidez y con la gracia atlética que parecía característica de la especie. ¿Acaso entre los
Llegaron a otro puesto de guardia. Su acompañante habló con otro individuo armado con un rifle. Éste era grande y corpulento, de pelaje gris pálido con un claro matiz azul. Cuando el individuo levantó la mirada, Anna vio que sus ojos eran del mismo color que su pelaje. Finalmente asintió. Ella y el alienígena avanzaron.
¿El guardia era anormal, o acaso había