Читаем Círculo de espadas полностью

—Pertenezco a una organización que se dedica a la conservación de los murciélagos.

¿De los murciélagos?, pensó Anna.

—Son animales útiles e interesantes, y sabe Dios cuántas especies se han extinguido en los últimos doscientos años. Le hemos hecho cosas terribles a la Tierra, miembro Pérez. —Hizo una pausa y, evidentemente, pensó en algo que la enfureció—. ¡Nueve mil millones de personas! ¿Cómo pudimos! —La comandante echó un vistazo a Ray, que se encontraba detrás de su impresionante y enorme escritorio como quien se coloca detrás de una barricada—. Puedes retirarte, Sab Medawar. Gracias por tu colaboración.

Ray abrió la boca, la cerró y se puso de pie.

Cuando la puerta se cerró, la comandante miró a Anna.

—Nicholas Sanders fue a buscarla.

—Sí.

—¿Tiene idea del motivo?

Anna reflexionó un instante.

—Puedo decirle lo que me dijo. Quería información en relación a mi investigación, y que lo acompañara a dar un paseo.

La comandante movió la cabeza dejando de lado el tema.

—Los miembros del Pueblo no siempre tienen buenos motivos para hacer lo que hacen. Sin duda, no siempre podemos comprender sus razones. Voy a pedirle su ayuda para tratar con este hombre.

—¿Porqué?

—Es posible que no vuelva a visitarla. Si lo hiciera, nos gustaría que llevara una grabadora y nos la entregara. Usted se gana la vida observando; nos interesaría saber qué cree ver.

—¿Por qué debería colaborar?

La comandante bajó la vista y observó una pantalla que tenía apoyada en una rodilla. Oprimió un botón.

—Me gusta hacer listas de todo. Se me ocurrieron tres motivos. Ayudará a su gobierno y a los de su especie. Su campo de trabajo es la inteligencia no humana, y el único ejemplo incuestionable de inteligencia no humana está… —hizo una pausa y prestó atención— volando por encima de nosotros en este mismo momento. Los hwarhath. La mayor parte de la información sobre ellos es reservada. Puedo conseguirle acceso a parte de ella. No podrá publicarla, pero la conocerá.

—Es muy tentador —respondió Anna.

—El tercer motivo son sus medusas. —La comandante hizo una pausa—. En este aspecto nos enfrentamos a un dilema. Si Sanders está interesado en ellas, la gente para la que trabaja también debe de estarlo; y si es así, tal vez la información sobre ellas sea estratégica. Aunque no logramos imaginar de qué manera. A pesar de todo, quizá la información debería pasar a ser secreta.

—Aguarde un instante —señaló Anna.

La comandante alzó una mano.

—No se ponga furiosa todavía. Nos inclinamos por dejar las cosas como están. Estamos mucho más interesados en Sanders.

—Lo que creo entender —enunció Anna— es que debería trabajar para usted con el fin de proteger la condición de mi investigación. Si no lo hago, podrían darle ustedes carácter secreto y yo no estaría en condiciones de publicar.

La comandante asintió.

—Exacto. Una amenaza, un soborno y un llamamiento al patriotismo. Ésa es mi oferta.

—Tengo que pensarlo.

—Por supuesto —respondió la comandante.

Anna caminó hacia la puerta. Detrás de ella, la comandante dijo:

—Sabemos que le habló a Sanders de la grabadora que llevaba el cabo Ling. Si decide colaborar con nosotros, miembro Pérez, recuerde que su lealtad no puede estar dividida.

—De acuerdo —abrió la puerta.

Era un día agradable y soplaba un viento leve. Anna caminó por la estrecha playa de grava que bordeaba la bahía. Los insectos corrían entre las piedras y la luz del sol de la mañana caía sobre el agua en el ángulo adecuado. De vez en cuando veía algo brillante bajo la superficie. Una campana ondulante. Un tentáculo que se entrelazaba. A esas alturas, los seudosifonóforos habían comenzado el lento y cuidadoso ritual de transmitir tranquilidad y… vaciló. ¿Era correcto llamarlo seducción?

Los animales ya estaban lo bastante cerca para tocarse entre sí. Los zarcillos urticantes quedarían contenidos, crispándose de vez en cuando. Para estos animales era muy difícil no agredirse mutuamente. Anna estaba casi segura de que en ese punto los zarcillos de apareamiento aún estaban recogidos. Pero pronto —al cabo de unos cuantos días— quedarían extendidos. El intercambio de material en ese momento era muy breve; y después quedaba el largo y lento proceso de la desunión, no en el sentido físico, que resultaba fácil y concluía casi de inmediato, sino en el emocional. Una vez más estaba utilizando palabras cargadas de contenido, estaba interpretando.

Durante varios días más los animales repetirían su mensaje de tranquilidad y sus declaraciones de identidad. Yo soy yo. No tengo intención de hacer daño. Poco a poco los colores se desvanecerían; los ritmos se harían más lentos; las pautas se volverían más erráticas; uno a uno, los seudosifonóforos saldrían al océano.

Se detuvo y contempló la bahía. Adoraba los animales. No soportaba la idea de no publicar. ¿Quién era Nicholas para ella? Un desconocido, un traidor. Le diría que sí a la comandante.

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